Pupín y Memi, la Campesina de Luz


En un rincón olvidado del mundo, donde la noche brillaba más que el día, vivía Pupín, un mago oscuro de mirada profunda y capa tejida con sombras. Sus hechizos eran susurros del viento, y su magia danzaba con la bruma de los bosques. Pero Pupín tenía un secreto: amaba en silencio a Memi, la campesina que cosechaba tomates en una canasta tejida con los rayos de la luna.

Memi era luz y ternura. Sus manos suaves tocaban la tierra con amor, y de cada semilla que sembraba brotaba un milagro. Cuando la luna llenaba el cielo, tejía su canasta con sus hilos plateados y recogía los frutos más dulces del campo.

Cada noche, Pupín la observaba desde lejos. No podía acercarse, porque su magia oscura se derretía con la luz. Pero su amor crecía como las raíces bajo la tierra, fuerte e invisible.

Un día, el mago oscuro decidió que ya no quería ser sombras. Quería estar con ella, aunque significara renunciar a su poder. Pero tenía miedo. Si Memi no lo aceptaba, si su luz no lo quería, él desaparecería para siempre, sin magia y sin ella.

Aun así, reunió todo su valor y cruzó el campo. Sus pasos hicieron crujir la hierba seca. La luna iluminó su rostro y Memi lo vio.

—He venido por ti —susurró Pupín—. Renuncio a la oscuridad para estar a tu lado.

Pero Memi, asustada, retrocedió. Su corazón puro no comprendía la sombra que se acercaba. No vio el amor en sus ojos, solo el rastro de una magia que temía.

Pupín dio un paso más, pero ella corrió.

Y entonces sucedió.

Sin su magia, sin la luz de la luna que pudiera sostenerlo, Pupín se desvaneció. Su cuerpo fue tragado por la tierra, susurros oscuros se enredaron en las raíces de los árboles, y su amor se convirtió en un suspiro en el viento.

Los árboles crecieron más altos, sus ramas se llenaron de frutos que brillaban como estrellas. Y desde lo más alto, Pupín la miraba. Más cerca de ella que nunca.

Cada vez que Memi recogía un tomate y lo sostenía entre sus manos, sentía algo cálido en su interior. Como un latido, como un eco de amor que nunca se apagó.

Y así, sin que ella lo supiera, Pupín seguía a su lado. No en sombras, sino en el fruto más dulce de la tierra.

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