Mentiras de sangre

En la penumbra de una existencia rota por la falsedad, la madre tejía una red de engaños tan sutil como cruel. Cada palabra que pronunciaba era una mentira disfrazada de amor, y hasta en los detalles más insignificantes se escondía la intención de perturbar la realidad de su hijo. La figura materna, repugnantemente mentirosa, parecía haber olvidado la esencia de la verdad, entregándose a un teatro perverso donde el sufrimiento ajeno se presentaba como un mal necesario.

El hijo, de alma sensible y en constante búsqueda de autenticidad, fue poco a poco desgarrado por la contradicción entre el afecto aparente y la amarga traición encubierta en cada promesa vacía. Con el pasar de los días, la frustración y la ira se asentaron en su interior, gestando una tormenta silenciosa que iba erosionando su capacidad de confiar. Cada mentira, por mínima que fuera, lo hundía más en un abismo de desilusión y dolor, donde la verdad y su dignidad confrontaba permanente contra la realidad distorsionada que su madre imponía.

La madre, hábil en su manipulación, se erigía en la víctima de una supuesta agresión perpetua. Con una voz que alternaba entre la dulzura maternal y el rigor de una acusación divina, se engalanaba con las enseñanzas de Jesús, invocando la fe para justificar su despiadada estrategia. Según ella, cada afrenta y cada lágrima del hijo eran, en realidad, lecciones indispensables para su crecimiento; una forma de purgar un mal que solo ella parecía comprender. En su retorcida lógica, el sufrimiento del hijo era el precio de una redención que ella misma había dictado, esperando que, al final, la culpa se volcara sobre él y le pidiera perdón por un error que jamás había cometido.

El desgaste emocional se volvió insoportable. La verdad, oculta entre capas de mentiras y discursos religiosos, se volvió un eco lejano en la mente del hijo, cuyos gritos internos se ahogaban en la indiferencia de quien debería haberlo protegido. Con el alma desgarrada por una serie incesante de traiciones, la oscuridad se convirtió en su única compañía. Finalmente, incapaz de encontrar un resquicio de luz en medio de tanto engaño, optó por terminar su sufrimiento, un click, una detonación, el piso vestido de sangre. Dejó tras de sí un silencio que resonaría como la última y amarga lección de un amor que nunca fue real.

Incluso desde el más allá, él observó a su madre llorar desconsoladamente. Jamás sabrá si aquellas lágrimas fueron reales o simplemente otra de sus mentiras.

Jorge Kagiagian 
Dedicado, palabra por palabra, a mi madre: Isabel Kagiagian
La mentira y la victimización hecha carne


No hay comentarios.: