Al Dios cobarde

El cielo, podrido, se abrió en mil gusanos,  
vomitó su púlpito enfermo de luz.  
El oro del trono tornóse herrumbre,  
y el alba, un fardo de sombra y pus.

¿Dónde la mano que justicia impone?  
¿Dónde el cetro que quiebra el dolor?  
Solo hallé un dios con la lengua carcomida,  
un reino sin rey, un mendigo hambriento,  
un pastor de la hipocresía.

Me mentiste, dios, me mentiste setenta veces siete;  
tu voz es solo infamia que se ahoga en el viento.  
Te creí, te adoré, mas ahora es mi turno;  
ya no te temo, tu poder es puro engaño.

Caminé los templos de mármol y fiebre,  
bebí de los cálices llenos de hiel,  
busqué en los salmos la herida divina,  
y solo escuché vuestra risa cruel.  
Tu hijo asesinado muestra tu falta de poder.

Vuestra voz es eco hueco en la ruina,  
vuestros ojos, dos epitafios sin cruz,  
vuestro pecho, una grieta de carne podrida,  
vuestras manos, ceniza, y vuestro verbo, un alud.

No sois más que un rey de cenizas,  
un ídolo nefasto, impostor de la fe.  
Vuestros ángeles son buitres que giran en círculos,  
rondando la carne de aquel que no ve.

He visto tu fracaso, he observado tu parálisis,  
tu cielo se deshace, tu reino es despojo.  
Es hora de que te apartes, ya no eres bienvenido,  
el hombre no te necesita, jamás lo ha hecho.

Descended del monte de huesos,  
de vuestro Gólgota seco, de vuestro altar de terror.  
Yo soy la ira, el trueno y la sangre,  
yo soy la peste, la sombra y el sol.

Inclinaos, oh dioses vencidos,  
rogadme, besadme, cubríos en lodo.  
Yo soy vuestro dios,  
alabadme,  
rendidme culto,  
y junto a mí os pudriréis.

Jorge Kagiagian 

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