El bosque estaba en silencio. Ni el viento se atrevía a soplar. Las hojas de los árboles, antes vibrantes y verdes, ahora pendían mustias, como si compartieran la pena de Inés. La niña caminaba sin rumbo, con la mirada perdida, sintiendo el peso de un vacío que no podía llenar.
Pupín ya no estaba.
Encerrado en una mazmorra lejana, lloraba día y noche. Inés no podía oírlo, pero algo dentro de ella lo sabía. Lo sentía en cada latido, en cada respiro que se le hacía más pesado. Intentó buscarlo, intentó encontrar una forma de liberarlo… pero nadie podía. Ni los sabios del bosque, ni los magos más poderosos, ni ella con toda su voluntad.
Felicitas trotaba a su alrededor, con su colita inquieta, trayéndole hojas secas, ramitas y mariposas en un intento de hacerla sonreír. Pero Inés solo bajaba la mirada y la acariciaba en silencio.
Los días pasaban y el sol parecía cada vez más pálido. Inés dejó de hablar. Solo miraba el cielo, preguntándose si Pupín también estaría mirando el mismo firmamento desde su celda oscura.
Una tarde, cuando el bosque ya se teñía de tonos naranjas y violetas, Inés se sentó a la orilla de un lago. El agua reflejaba su rostro pálido y cansado, pero, por un instante, le pareció ver otra imagen. Unos ojos tristes. Un destello de magia que se apagaba.
—Pupín… —susurró, sin saber si era su voz o solo un pensamiento.
Felicitas, a su lado, gimió suavemente.
El viento, después de mucho tiempo, se atrevió a soplar. Movió su cabello, agitó las ramas de los árboles. Inés cerró los ojos y respiró hondo.
Y entonces, lo oyó.
Un eco. Un susurro casi imperceptible que se perdió entre las hojas.
No era una respuesta. No era un llamado.
Pero tampoco era un adiós.
###
**Inés y el reflejo del silencio**
Las noches pasaban lentas, enredadas en el susurro de los árboles. Inés ya no soñaba. Cuando cerraba los ojos, solo veía la misma imagen: el agua del lago temblando y, en su reflejo, un eco de Pupín atrapado en la distancia.
Felicitas dormía a su lado, pero incluso en sus sueños inquietos parecía saberlo: Pupín seguía allí, en su celda, llorando sin que nadie pudiera alcanzarlo.
Inés no podía salvarlo.
Y sin embargo, cada tarde volvía al lago. Se sentaba en la orilla y observaba su reflejo. No sabía qué esperaba. Quizás un milagro. Quizás que su imagen se desdibujara y, en su lugar, apareciera el rostro de Pupín.
Pero el agua solo le devolvía lo mismo: su propia tristeza.
Hasta que una noche, cuando la luna se alzaba alta y plateada, algo cambió.
El lago estaba quieto, más quieto que nunca. Ni una brisa lo tocaba. Y, de pronto, un leve temblor rompió la superficie. Una imagen emergió en las ondas.
Era Pupín.
No como lo recordaba, con su sonrisa juguetona y sus manos inquietas conjurando mariposas. No.
Sus ojos estaban oscuros, hundidos en sombras. Su ropa hecha jirones.
Y sus labios se movían, pero no había sonido.
Inés se inclinó, el corazón latiéndole con fuerza.
—Pupín… —susurró.
El reflejo parpadeó, como si por un instante él la hubiera oído.
Pero entonces, la imagen se distorsionó. El agua se agitó y, en su lugar, solo quedó su propio rostro pálido, iluminado por la luna.
Felicitas, que había despertado, gimió bajito.
Inés no apartó la vista del lago. Se abrazó las rodillas y dejó escapar un suspiro.
No podía hacer nada.
Pero él estaba allí.
Y mientras pudiera verlo, aunque solo fuera un reflejo en la noche… no lo dejaría solo.
###
**Inés y la promesa en el agua**
La tristeza de Inés ya no era solo un sentimiento. Era algo que la rodeaba, que pesaba en su pecho como una piedra fría. La llevaba consigo a todas partes, como si fuera parte de su sombra.
El bosque parecía sentirlo. Los árboles ya no susurraban con el viento, las flores no se mecían con la brisa. Todo estaba quieto. Solo el lago seguía allí, reflejando el cielo y su propio vacío.
Cada noche, Inés volvía a la orilla. Se sentaba en el mismo lugar y observaba el agua, esperando. No sabía qué. Tal vez nada. Tal vez solo necesitaba estar allí, porque era lo único que aún la conectaba con él.
Felicitas la acompañaba en silencio. Ya no intentaba jugar ni traerle hojas secas como antes. Solo se quedaba junto a ella, con las orejas gachas, como si entendiera que en ese momento no había consuelo posible.
Pero una noche, cuando la luna estaba alta y el mundo parecía suspendido en un instante eterno, el agua se agitó de nuevo.
Inés se enderezó. Sus ojos buscaron el reflejo, su respiración se detuvo.
Y ahí estaba.
Pupín.
Sus manos temblaban. Sus ojos, hundidos en sombras, la miraban como si también estuviera buscándola desde el otro lado. Sus labios se movieron otra vez, formando palabras mudas.
Inés tragó saliva. No podía oírlo. No podía ayudarlo. Pero esta vez, no apartó la mirada.
—Estoy aquí —susurró, aunque sabía que él no podía escucharla.
El agua titiló.
Y entonces, por primera vez, algo cambió.
Pupín alzó la mano.
No era un gesto de ayuda ni un pedido de auxilio. Era un movimiento frágil, casi temeroso, pero lo entendió de inmediato.
Un intento de tocarla.
Inés estiró la suya, despacio. Sus dedos rozaron la superficie del lago, sintiendo el agua fría deslizarse entre ellos.
Por un segundo, solo un segundo, le pareció sentir un calor lejano, una caricia fugaz.
Luego, el reflejo se rompió.
El agua volvió a ser solo agua.
Felicitas gimió y se acurrucó contra su pierna. Inés cerró los ojos y respiró hondo.
No podía salvarlo. No podía llegar hasta él.
Pero si él la veía, si él todavía buscaba su reflejo…
No estaba completamente perdido.
Y mientras ella siguiera aquí, mientras siguiera regresando al lago noche tras noche… Pupín nunca estaría solo.
###
**El regreso de Pupín**
Las noches en la mazmorra se sentían interminables. Allí dentro no existía el tiempo, solo el frío y la oscuridad. Pupín apenas dormía, y cuando lo hacía, soñaba con cosas que creía olvidadas: la risa de Inés bajo el sol del bosque, el calor de Felicitas acurrucada a su lado, el sonido del viento entre los árboles.
Pero una noche, el sueño fue distinto.
Soñó con una llave. Dorada, antigua, con un brillo apagado.
Y al despertar, la llave estaba en su mano.
El corazón se le aceleró. Con dedos temblorosos, la llevó hasta la cerradura de su celda. Un chasquido seco rompió el silencio.
La puerta se abrió.
Pupín contuvo el aliento. No sabía cómo era posible, pero no se detuvo a pensarlo. Corrió. Cruzó pasillos interminables, escaleras que no recordaba haber bajado jamás.
Cuando su cuerpo estuvo al límite y sintió que no podría dar un paso más, cerró los ojos y soñó con una salida.
Y el camino apareció.
No entendía cómo ni por qué, pero no importaba.
Solo había un lugar al que podía ir.
**—**
Inés estaba junto al lago, como cada noche.
Había dejado de buscar su reflejo en el agua. No había más señales de Pupín, solo el peso de la espera. Felicitas estaba acurrucada a su lado, con la cabeza apoyada en sus piernas, como si entendiera que el silencio era lo único que podían compartir ahora.
Entonces, lo vio.
Una silueta apareció entre los árboles.
Inés se quedó inmóvil. Su corazón dolió en su pecho, pero no se movió.
No podía ser real.
Otro eco. Otra visión.
La figura avanzó unos pasos más, tambaleante.
Su cabello estaba enmarañado, su ropa hecha jirones. Sus ojos, hinchados por el llanto.
Pupín.
Él la miró, tembló… y cayó de rodillas.
Inés sintió cómo todo su mundo se rompía en ese instante.
El aire abandonó sus pulmones. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Corrió hacia él, cayó a su lado, sus manos temblorosas recorrieron su rostro para asegurarse de que era real.
Y entonces él sollozó.
No como un niño que llora en silencio. No como un mago que había visto más de lo que debía.
Lloró con todo el dolor de la espera, de la soledad, de los días perdidos en la oscuridad.
E Inés lloró con él.
Todo lo que había guardado, todo lo que no había dicho, todo el dolor de no haber podido alcanzarlo… lo dejó caer con cada lágrima.
No hubo palabras. No hicieron falta.
Felicitas, a su lado, observó la escena en silencio. No ladró, no gimió. Solo movió la cola, lenta y pausadamente, como si entendiera que ese era el momento que habían estado esperando.
Inés abrazó a Pupín, con fuerza, con desesperación, con todo lo que no pudo darle en su ausencia.
Y el bosque, por primera vez en mucho tiempo, pareció respirar de nuevo.
###
No hay comentarios.:
Publicar un comentario