Inés: Los dos senderos I



El sendero hacia la cabaña de Barbagán era más antiguo que el tiempo mismo. Entre los árboles milenarios, la brisa llevaba susurros de secretos olvidados. Las raíces se entrelazaban bajo la tierra como si sostuvieran el mundo, y las hojas susurraban nombres en lenguas que nadie recordaba. Pupín avanzaba con el corazón encogido, sintiendo el peso de cada paso.

Desde que la oscuridad se había infiltrado en su alma, su magia no era la misma. A veces, al intentar convocar una mariposa, sus alas salían negras y pesadas, cayendo al suelo sin vida. La luz en sus manos temblaba, como si temiera desvanecerse por completo. Había noches en que despertaba con la sensación de que algo lo observaba, algo que vivía en su sombra y susurraba cuando cerraba los ojos.

Cuando la cabaña apareció entre la neblina, un escalofrío recorrió su espalda. La puerta se abrió antes de que tocara, como si el viejo maestro ya supiera de su llegada.

Barbagán lo esperaba junto al fuego, su silueta curvada por los años, pero sus ojos resplandecían con la sabiduría de quien ha visto el principio y el fin de todas las cosas.

—Sabía que vendrías, muchacho —dijo, con voz profunda, con el eco de las hojas cayendo en otoño—. El destino camina siempre en círculos.

Pupín apretó los puños.

—Maestro, la oscuridad aún está dentro de mí. No puedo deshacerme de ella. Quiero que me ayudes… que me la arranques de raíz.

El anciano sonrió, pero su expresión era insondable.

—¿Crees que la sombra puede ser extirpada como una espina? No, Pupín. La oscuridad no se destruye con la fuerza… sino con la pureza del corazón.

El joven mago frunció el ceño.

—Pero he intentado ser bueno, he intentado olvidar… y aún siento su presencia en mi alma.

El maestro se levantó con lentitud y extendió una mano temblorosa. Sobre su palma, un pequeño resplandor danzaba como una luciérnaga atrapada en la noche.

—No es suficiente intentar olvidar, ni siquiera intentar ser bueno. Debes ser puro, como el agua que nunca ha tocado el suelo. La pureza es la clave, muchacho. Solo aquel que es puro de corazón puede sostener la luz sin que se apague.

Pupín sintió el peso de aquellas palabras. ¿Era puro? ¿Podía serlo después de haber sentido el llamado de la sombra?

El maestro lo observó en silencio, como si leyera sus pensamientos.

—No temas a tu propia sombra, Pupín. La luz más pura nace de la oscuridad más profunda. Pero recuerda esto: la pureza no es la ausencia de sombras… sino la voluntad de caminar siempre hacia la luz.

Un temblor sacudió la cabaña. La llama en la chimenea titiló, y en la ventana, algo se movió entre los árboles.

—Nos observa —murmuró el anciano—. Nos odia porque somos lo que nunca podrá ser.

Pupín tragó saliva.

—¿Quién… qué es la sombra?

El viejo maestro suspiró, como si el tiempo pesara sobre sus hombros.

—La sombra es todo lo que ha sido olvidado. Es la envidia del universo, el susurro de lo que nunca fue. Quiere tomar forma, robar la esencia de los magos para existir. Y ahora que Inés ha aprendido magia… ella también está en peligro.

El corazón de Pupín se detuvo por un instante.

—¡No! ¿Ella… ella también?

El maestro asintió con gravedad.

—Todos los magos estamos destinados a ser perseguidos por la sombra. Porque nuestra luz la lastima, la hiere. Pero es precisamente esa luz lo que nos protege. Y debes enseñarle eso a Inés… antes de que sea demasiado tarde.

El joven sintió un nudo en la garganta. Si la sombra se cernía sobre Inés, no podía perder más tiempo.

—Dime qué hacer, maestro. ¿Cómo puedo salvarla? ¿Cómo puedo salvarme a mí mismo?

Barbagán lo miró largamente y luego tomó las manos de Pupín entre las suyas. Sus dedos eran huesudos, pero cálidos como la tierra al amanecer.

—Mi tiempo ha terminado. He guiado a tantos como he podido, he cuidado del bosque y he preservado la magia… pero ahora es tu turno.

Un resplandor comenzó a emanar de sus manos, como si el fuego del universo despertara en su interior. Su piel se tornó translúcida, y su cabello, antaño gris, comenzó a brillar con la luz de las estrellas.

—Cuando logres expulsar la sombra del bosque y de tu alma, tomarás mi lugar. Serás el guardián, Pupín.

El muchacho negó con la cabeza, los ojos llenos de lágrimas.

—No, maestro… no quiero que te vayas.

Barbagán sonrió, con una dulzura infinita.

—No me voy… Solo me convierto en lo que siempre debí ser.

Y entonces, en un destello de luz dorada, el anciano se desvaneció. No hubo dolor, no hubo gritos. Solo la sensación de una brisa cálida acariciando las hojas.

Pupín cayó de rodillas, sintiendo cómo la magia y la sabiduría del maestro fluían dentro de él. La cabaña quedó en silencio. Solo el crepitar del fuego llenaba el aire, como un último susurro de despedida.

En el bosque, algo se removió entre las sombras. Miraba con envidia, con un rencor tan antiguo como la noche. Había perdido esta vez… pero no se iría.

Esperaría.

Porque la pureza podía iluminar la oscuridad, pero también era su mayor tentación.

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