El odio de mi madre


La casa estaba en un aire denso, como si cada rincón hubiera sido marcado por años de silencio y resentimiento. El reloj en la pared marcaba las tres de la tarde, pero el tiempo en el interior de esa casa parecía detenerse, atrapado entre las sombras de dos almas rotas.

Ella se encontraba en la cocina, con las manos firmemente apretadas alrededor de la taza de café. Miraba hacia la ventana, pero no veía el paisaje. Su mente vagaba en un mar de pensamientos oscuros, como si buscara algo que, aunque supiera que estaba allí, no pudiera encontrar. Había sido madre, sí, pero nunca había sido suficiente. Su hijo lo sabía. Había pasado toda su vida sintiendo el peso de la desilusión de una madre que nunca lo miraba con amor, sino con recriminación.

Él, por su parte, se encontraba en su habitación, la puerta cerrada con llave, sus manos aferrando un cuaderno lleno de pensamientos que nunca había tenido el valor de compartir. En su interior, la rabia hervía, alimentada por los recuerdos de una niñez marcada por la mentira y la crueldad. Ella nunca había sido un refugio para él. Al contrario, se convirtió en la fuente de todas sus angustias. La madre que nunca entendió su amor por los animales, a quienes ella trataba con desprecio. La madre que siempre lo castigaba por la mínima falta, por el simple hecho de que él no se sometiera a sus ideas, a su férrea visión del mundo.

La última vez que él había intentado hablar con ella, había sido una discusión tras otra. Ella le había gritado que él era una maldición, que no creía en Dios y por eso todo en su vida se desmoronaba. Pero a él no le importaba, no en ese momento. Si había algo que había aprendido, era que la fe de su madre no era más que una fachada para esconder su miedo y sus fracasos. La religión, para ella, no era más que una excusa para lanzar el odio hacia los demás, una herramienta para manipular, para controlar.

El odio entre ellos era palpable, como una niebla espesa que no se disipaba ni siquiera con el paso del tiempo. Él había intentado ser el hijo que ella esperaba, el que ella idealizaba en su mente, pero nunca lo logró. Y ella, por su parte, nunca vio en él la persona que quería, solo el reflejo de sus propios fracasos, la manifestación de su incapacidad para ser madre, para ser algo más que una mujer rota y llena de rencor.

Una tarde, cuando la tensión entre ellos era insostenible, ella entró en la habitación de él sin previo aviso. La puerta se abrió con un crujido, y allí estaba ella, de pie en el umbral, mirando a su hijo con los ojos fríos de siempre. Sin decir una palabra, dejó caer una caja llena de papeles viejos sobre la mesa.

“Este es tu futuro”, dijo con voz cortante. “Lo que has elegido, lo que has hecho. No me arrepiento de haberte dado la vida, pero si pudiera cambiarlo, lo haría. No has sido el hijo que soñé.”

Él miró la caja, luego la miró a ella. Su rostro se tensó, el odio burbujeando en su interior. Sabía lo que esa caja representaba: las mentiras que ella le había contado durante años. Las excusas que ella siempre daba por su falta de amor, por sus fracasos como madre. Todo lo que ella había hecho para justificar su maldad.

“¿Sabes?” respondió él con una calma que helaba el aire. “Yo no te odio. Ya no. Solo siento pena. Pena por ti, por todo lo que perdiste en la vida, por todo lo que nunca pudiste darme. Porque tu problema no soy yo. Es que nunca supiste amar.”

Ella lo miró por un momento, como si lo estuviera analizando, y luego soltó una risa amarga.

“¿Y qué sabes tú de amar? ¿Qué sabes tú de la vida? No crees en Dios. No crees en nada. Y por eso todo te sale mal. Te lo dije siempre: el que no tiene fe, se pierde. Y tú te has perdido.”

Él se levantó lentamente, sus pasos resonando con fuerza en el suelo. Se acercó a ella y, sin decir una palabra más, salió de la habitación, dejando atrás a una madre que nunca lo entendió.

El odio se mantenía en el aire, pero de alguna manera, ambos sabían que lo que los unía no era el amor, sino la herida. Esa herida que nunca se cerró, que nunca tuvo el tiempo de sanar. El destino de una madre y su hijo, atrapados en el mismo ciclo de odio y arrepentimiento, condenados a vivir en la sombra de lo que nunca fue.

Jorge Kagiagian 



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