Inés: El laberinto



El aire estaba espeso, como si el mundo entero se hubiera detenido en un suspiro colectivo. El sol apenas se filtraba a través del follaje denso de los árboles, que se alzaban como gigantes moribundos, sus ramas torcidas hacia el cielo. El bosque parecía un lugar olvidado, una región donde el tiempo no se atrevía a avanzar. Cada paso que daban Inés, Pupín y Felicitas parecía resonar con un eco que se extendía hacia las profundidades de la oscuridad, aumentando la tensión en sus corazones.


La torre, imponente y extraña, apareció de repente ante ellos, como si hubiera estado esperando desde tiempos inmemoriales. Sus paredes de piedra estaban cubiertas de musgo, sus ventanas eran huecos vacíos que se perdían en la nada. La puerta, una gigantesca estructura de madera oscura, estaba marcada con runas brillantes, pulsando con una energía sobrenatural. El viento que soplaba entre los árboles parecía ser absorbido por la torre, como si esta misma estuviera devorando el aire. Todo en el lugar parecía cargar un peligro oculto, uno que acechaba en silencio.


“Solo el corazón que desafíe la verdad de lo que ve, abrirá lo que se ha sellado”, decía la inscripción grabada en la puerta, con letras doradas que brillaban a la luz tenue del entorno.


Inés frunció el ceño y estudió las palabras con atención. Sentía la presión de la torre sobre ella, como si cada letra estuviera empujando sus pensamientos hacia un lugar que no podía comprender. Felicitas, inquieta, olfateó el aire, su pequeño cuerpo tembloroso alertando a todos sobre una presencia desconocida. Pupín, aunque decidido, sentía que la magia que latía en su interior estaba desconcertada, como si el ambiente mismo estuviera alterando sus poderes.


“Tenemos que abrirla”, dijo Inés, más para sí misma que para los demás, pero su voz no sonaba segura. La presión del aire había aumentado, y no podía dejar de sentir que las sombras que se alzaban a su alrededor la observaban.


Pupín extendió su mano, concentrándose en las runas, intentando canalizar su magia, pero algo en el aire lo detuvo. “Es diferente… No puedo sentirla completamente, está bloqueada por algo más grande”, murmuró, su voz llena de incertidumbre.


La puerta comenzó a crujir lentamente, como si estuviera despertando, y un viento gélido emergió de la grieta. El sonido fue bajo al principio, pero pronto se convirtió en un rugido ensordecedor. Inés retrocedió instintivamente, pero fue demasiado tarde. Con un estruendo que hizo temblar el suelo, la puerta se abrió por completo, revelando un pasillo oscuro, apenas iluminado por luces parpadeantes que parecían ser estrellas distantes atrapadas en las paredes de piedra.


El aire dentro del pasillo era más denso, como si el tiempo mismo hubiera dejado de existir. El eco de sus pasos se amplificaba y reboteaba en las paredes, creando una sensación de claustrofobia. La torre, ahora que habían cruzado el umbral, no parecía solo una construcción inerte, sino una entidad viva, consciente de su presencia. Las paredes comenzaron a vibrar ligeramente, y las sombras danzaban de manera antinatural, como si respiraran con ellos.


“No estamos solos”, susurró Inés, su voz rota por la incomodidad. “Algo nos está observando…”


De repente, un rugido sordo retumbó a través del pasillo. Un sonido bajo, retorcido, como si una bestia sin forma estuviera despertando de un sueño profundo. Antes de que pudieran reaccionar, algo salió de las sombras: una figura alada, oscura, con ojos rojos brillando como brasas. Sus alas eran grandes, desmesuradas, como de una criatura antigua, y sus garras eran afiladas como cuchillas. El aire se llenó con un silbido extraño, que heló la sangre de Inés.


El ser se lanzó hacia ellos con una velocidad espantosa. “¡Corran!” gritó Pupín, extendiendo su mano. Su magia respondió de inmediato, lanzando chispas de energía, pero el monstruo desvió el hechizo con un solo golpe de su ala. Las corrientes de aire se volvieron más violentas y comenzaron a arrastrar a Inés y Felicitas hacia las paredes.


“¡No… no puedo detenerlo!” Pupín gritó, sintiendo que su magia se desvanecía en el aire, incapaz de lidiar con el poder oscuro que se cernía sobre ellos.


El monstruo se acercaba, su cuerpo de sombras girando y cambiando de forma mientras avanzaba. Los ojos de Inés reflejaban miedo, pero su corazón latía con la determinación de una guerra interna: ella no iba a rendirse.


De repente, un susurro emergió del fondo del pasillo, una voz susurrante que parecía provenir de todas partes a la vez. “Lo que buscan no es lo que esperan encontrar…”


“¡El laberinto!” exclamó Pupín al darse cuenta. Las paredes comenzaron a moverse de forma inquietante, retorciéndose como si tomaran vida propia, cambiando de lugar. Habían entrado en un laberinto, pero no un laberinto común: este era una distorsión de la realidad, un lugar donde el espacio y el tiempo se fragmentaban.


El monstruo, ahora enfadado, desapareció en las sombras, dejándolos a solas con el terror del laberinto. “¡Corred!” gritó Inés mientras avanzaba hacia el centro del laberinto, sabiendo que su única esperanza era encontrar la salida antes de que las paredes las aplastaran.


Las paredes se comenzaron a cerrar a su alrededor con un sonido metálico, como si fueran piezas de un puzzle que se ajustaban sin compasión. Cada paso que daban, las paredes avanzaban un centímetro más, estrechándolos. La oscuridad se hacía más opresiva, más densa. Los susurros volvieron, ahora en voces entrelazadas que les hablaban al oído, sus palabras cargadas de odio y desesperación.


“¿Por qué continuáis? No hay salida. Estáis condenados…”


“¡No hay salida!” gritó Felicitas, sus ojos brillando con miedo. “¡Cuidado!”


Y en ese momento, los animales comenzaron a aparecer. Serpientes de sombras se deslizaban por el suelo, sus ojos brillando con un resplandor infernal. Aves negras, con plumas afiladas como cuchillos, volaban hacia ellos, atacando sin piedad. Las palabras del laberinto se convertían en dagas invisibles que los golpeaban con fuerza. El miedo parecía manifestarse en cada rincón.


“¡Debemos seguir avanzando! ¡Tenemos que confiar en el patrón!” gritó Pupín, su mente trabajando a toda velocidad. Recordó las runas, las palabras que les habían conducido hasta aquí. No podía permitir que la oscuridad los venciera.


Corrieron, saltando sobre las criaturas y evitando las paredes que se movían cada vez más rápido. El laberinto parecía querer devorarlos, aplastarlos entre sus muros. Y cuando pensaron que todo estaba perdido, un destello de luz apareció en las sombras.


“¡Allí!” Inés señaló. Un símbolo brillaba débilmente, un punto de luz en la oscuridad. “¡Es el símbolo!”


De repente, las paredes se abrieron ante ellos, dejando paso a un pasaje estrecho, pero libre de la presión que los había acosado. Justo cuando pensaron que estaban a salvo, el laberinto tembló, como si se estuviera cerrando para siempre. Pero la salida apareció ante ellos en el último momento.


Sin aliento, llegaron a un nuevo salón, un espacio grande y sombrío. En su centro, una puerta de hierro bloqueaba el camino. A sus pies, una inscripción apareció, esta vez diferente:


*"Solo el alma pura puede abrir lo que ha sido sellado."*


Pupín intentó usar su magia, pero algo extraño ocurría. La puerta no cedía. La presión aumentó, y el sonido de agua corriendo comenzó a llenar el aire, como si un torrente subterráneo se desbordara hacia ellos. En ese instante, el agua comenzó a filtrarse bajo la puerta. En pocos segundos, la sala empezó a inundarse, el agua avanzaba rápidamente, cubriendo las piernas de Inés y Felicitas.


“¡Tenemos que abrirla ahora!” Inés gritó desesperada, sintiendo cómo el agua subía rápidamente. Pupín intentó forzar la puerta con su magia, pero era inútil.


El agua los envolvía. Inés, con la mente centrada en la puerta, trató de recordar las palabras de la inscripción. Pero entonces, sintió la presión en su pecho, el aire escapando. Desesperada, se sumergió bajo el agua, buscando una respuesta. Y entonces, en un destello de intuición, comprendió lo que debía hacer. Pronunció las palabras en voz baja, rozando la puerta.


De inmediato, el agua comenzó a retroceder, pero no antes de que ella y Pupín se quedaran sin aire, sus cuerpos ya colapsando por la falta de oxígeno. La puerta se abrió con un estruendo sordo.


Pupín cayó al suelo, inconsciente. Inés, luchando por respirar, se sumergió nuevamente, desesperada por revivirlo. El agua estaba fría, gélida, y cada vez más profunda. Fue en ese instante cuando, con una última bocanada de aire, Inés logró llegar a la superficie con Pupín en sus brazos.


Lo sacudió con fuerza, reviviéndolo de la asfixia. El agua descendió lentamente, pero Pupín seguía inmóvil. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Pupín abrió los ojos, mirando a Inés con confusión y gratitud.


Felicitas, temblorosa, se sacudió el agua y corrió hacia ellos, buscando refugio en sus brazos. La torre había dejado de moverse, pero una inquietante calma los rodeaba.


Y mientras avanzaban, sabían que aún no había terminado. Que aún quedaba mucho por enfrentar en ese laberinto de magia oscura.



No hay comentarios.: