El susurro de la niebla

El Susurro en la Niebla

La niebla cubría el pueblo como un velo de secretos. Clara, una periodista de investigación, había llegado a San Esteban para escribir sobre la desaparición de Marta Cifuentes, una joven que se había desvanecido sin dejar rastro hacía cinco años. Sin embargo, a medida que indagaba, descubría que el caso era solo la punta del iceberg.

Una noche, revisando los archivos del antiguo hospital psiquiátrico abandonado, encontró una carta oculta en el doble fondo de un cajón. Decía: “No fue un accidente. Él sigue aquí. Si lees esto, corre.” El papel tembló en sus manos. ¿Quién la había escrito?

De pronto, un susurro rompió el silencio:
—¿Por qué has venido?

Clara giró en seco, pero no había nadie. Su corazón martilleaba. Decidió grabar con su teléfono mientras seguía explorando. Al revisar el video más tarde, sintió un escalofrío: detrás de ella, en la penumbra, se distinguía la silueta de una mujer con la mirada vacía.

Desenterró más información y descubrió que varias desapariciones habían sido encubiertas. Lo más inquietante: el hospital no estaba cerrado por abandono, sino porque hubo un brote de locura colectiva que terminó en un incendio. El único sobreviviente había sido un médico: Esteban Moncada.

Cuando fue a buscarlo, encontró su tumba en el cementerio del pueblo. Pero en la lápida alguien había escrito, con una navaja: “No estoy muerto.”

Esa misma noche, Clara recibió una llamada desde un número desconocido. Al contestar, una voz distorsionada susurró:
—Ya sabes demasiado.

Asustada, hizo las maletas para irse. Sin embargo, en el espejo del hotel encontró un mensaje escrito con lo que parecía ser sangre seca: “Marta no desapareció… la hicieron olvidar.”

Todo daba vueltas en su cabeza. ¿Cómo se hace “olvidar” a alguien? La única pista la llevaba al sótano del hospital. Desafiando su miedo, regresó. Allí, encontró una fila de camillas cubiertas con sábanas. Al levantar una, descubrió a una mujer dormida, conectada a una máquina con electrodos en la cabeza. Era Marta.

Pero entonces, una voz surgió detrás de ella:
—Es una lástima que hayas llegado tan lejos.

Era Esteban Moncada, con una jeringa en la mano.

Antes de que Clara pudiera reaccionar, sintió el pinchazo en el cuello y su mundo se apagó.

Despertó en su auto, en una carretera desierta. Su grabadora estaba vacía. Su cámara, sin fotos. Su libreta, en blanco.

No recordaba nada.

Excepto una voz lejana, un susurro en la niebla que decía:
—Clara… no te olvides de Marta.

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