Inés, Feli y la tormenta de estrellas

Inés, Feli y la tormenta de estrellas (Versión Revisada)
 
El atardecer teñía el cielo de tonos anaranjados cuando Inés, Felicitas y Pupín se adentraron en la pradera. Las mariposas revoloteaban entre las flores y el viento jugaba con la capa azul de Pupín, quien parecía casi fusionarse con la brisa.
 
—Hoy habrá una lluvia de estrellas —dijo Inés, con una mezcla de ilusión y escepticismo—. Espero que, al menos, nos ilumine el camino.
 
Pupín se detuvo un instante, mirando al horizonte, antes de contestar con voz baja y algo vacilante:
 
—Las estrellas son caprichosas… y la magia, aún más. Yo he aprendido a invocar destellos de luz en mi entrenamiento, pero todavía mis hechizos son frágiles. A veces siento que mi magia es tan efímera como un suspiro en la noche.
 
Inés lo miró, notando en sus ojos la sombra de la duda. Aunque admiraba la determinación del joven aprendiz, una parte de ella temía que su magia no fuera suficiente para enfrentar lo desconocido. Felicitas, como si percibiera la tensión, se frotó contra las piernas de Inés, buscando consuelo.
 
Mientras el sol se despedía, el cielo se llenó de un millar de luces danzantes. De repente, una estrella fugaz, mucho más grande y brillante que las demás, surcó el firmamento y cayó en el corazón del bosque con un destello azul.
 
—¿Viste eso? —preguntó Inés, incrédula y a la vez fascinada.
 
—Te lo advertí —respondió Pupín, con una mezcla de temor y resignación en la voz—. Pero hoy se pondrá a prueba lo poco que tengo.
 
Con pasos decididos, pero con el corazón latiendo de inquietud, los tres se dirigieron al lugar donde la estrella había caído. Entre los árboles, un pequeño cráter humeante revelaba el paradero de la luz. En su interior, una esfera flotaba, temblorosa, como si contuviera en sí misma el pulso del universo.
 
Felicitas gruñó, no de miedo, sino como un instinto de alerta. Inés se acercó cautelosamente y, mientras observaba la esfera, sus pensamientos se tornaron filosóficos:
 
—A veces, lo que brilla en la oscuridad es una prueba para nuestro espíritu. ¿Será que hasta el cosmos pone a prueba nuestra fe en lo desconocido?
 
Pupín se agachó, dejando entrever una mezcla de esperanza e inseguridad en su mirada. Con voz pausada, explicó:
 
—Mi entrenamiento en la magia no es perfecto. Aprendí de maestros que decían que la verdadera magia nace del equilibrio entre el corazón y la mente. Pero hoy, me siento débil ante la magnitud de lo que enfrentamos. No es solo un truco de luces; es la esencia misma de lo que nos conecta con el universo.
 
Inés, sintiendo el peso de la incertidumbre, dudó por un momento:
 
—¿De verdad crees que podrás controlarlo? La responsabilidad de preservar la luz parece enorme, y temo que si fallas…
 
Pupín tomó una bocanada de aire y respondió con una sinceridad casi dolorosa:
 
—Yo también dudo, Inés. Cada hechizo es un riesgo. La magia me enseña que lo efímero puede ser tan valioso como lo eterno, y que incluso en el fracaso hay una lección. Pero hoy, debo intentarlo. No solo por la estrella, sino por nosotros.
 
Justo entonces, de entre las sombras del bosque, surgieron pequeñas criaturas de piel oscura y ojos relucientes, deslizándose con movimientos casi silenciosos hacia el cráter. Eran los recolectores de la noche, guardianes de aquello que no debe caer en manos equivocadas.
 
—No deben llevársela —dijo Pupín, con determinación, mientras sentía la presión de una responsabilidad mayor a sus habilidades.
 
Inés, a la vez asombrada y preocupada, se quedó en silencio, observando cómo la tensión se intensificaba en el ambiente. La esfera comenzó a vibrar con mayor intensidad, y Pupín, con la mirada fija en la luz danzante, extendió la mano. De su palma emergió un resplandor tenue, fruto de años de entrenamiento y de un deseo profundo de proteger lo que era sagrado.
 
—He aprendido que la magia no es solo un poder, sino una promesa de esperanza —murmuró Pupín—. Es un pacto entre el ser y el universo, y hoy, haré honor a esa promesa.
 
Con voz firme, utilizó la varita de madera azul que siempre llevaba consigo. La luz de la esfera se intensificó y, en un destello casi cegador, comenzó a elevarse lentamente. Sin embargo, las criaturas se abalanzaron sobre ella en el último instante.
 
—¡No podemos dejar que la tomen! —exclamó Inés, mientras lanzaba pequeñas piedras para distraerlas.
 
Felicitas, movida por un instinto valiente, ladró con fuerza y se interpuso entre las criaturas y la esfera. La tensión alcanzó su clímax cuando, con un último esfuerzo, Pupín murmuró unas palabras de su entrenamiento y tocó la esfera con la varita. La luz explotó en destellos y, contra todo pronóstico, la esfera ascendió con determinación, fundiéndose de nuevo con el manto estelar.
 
Las criaturas, derrotadas por la pureza del acto, se desvanecieron en la oscuridad del bosque. El cráter se silenció, y en el cielo se reanudó la lluvia de estrellas, como si el universo confirmara el equilibrio restaurado, aunque efímero.
 
Pupín exhaló profundamente, dejando escapar un suspiro que denotaba tanto alivio como la persistente inseguridad. Inés, acercándose y posando una mano reconfortante en su hombro, comentó en voz baja:
 
—Hoy has demostrado que la magia no es perfecta, pero sí real, y que en la fragilidad de nuestros actos se esconde la fuerza de nuestro espíritu.
 
El aprendiz asintió, y en sus ojos se reflejaba la aceptación de que el camino hacia la perfección estaba lleno de incertidumbres y lecciones dolorosas. Felicitas, a su manera, celebró la victoria con un alegre movimiento de cola.
 
Mientras regresaban a la pradera, el bosque seguía guardando sus secretos en las sombras. La noche, en su infinito misterio, les recordaba que, aunque la amenaza de las criaturas había sido superada, el enigma del universo y sus propias limitaciones seguirían acompañándolos.
 
Esa noche, bajo el manto estelar, la magia de Pupín y la fortaleza de Inés se fusionaron en una lección de humildad y esperanza. El universo, en su inmensidad, había hablado: la luz y la sombra coexisten, y en el balance de ambas se forja el verdadero ser.
 
La aventura concluyó con un final cerrado y satisfactorio, pero el bosque, siempre silencioso y enigmático, aguardaba su próximo susurro de misterio.

No hay comentarios.: