Inés: La Lección del Pozo Encantado


En un rincón del bosque encantado, donde los rayos del sol jugaban entre las hojas y el murmullo del viento parecía contar secretos antiguos, caminaba Inés. Con su vestido de hombros volados, su cabello negro ondulado y sus profundos ojos marrones, Inés era conocida por su buen corazón y su espíritu curioso. Siempre acompañada de Felicitas, la perrita vivaz, a quien cariñosamente algunos llamaban Feli, Inés disfrutaba de cada día en comunión con la magia de la naturaleza.

Una tarde, mientras seguía su habitual paseo por el claro, Inés se encontró con dos figuras deslumbrantes. La primera fue el hada mágica Berenice, la reina de las hadas. Poseía una belleza etérea: su piel era tan blanca como la porcelana, y su largo cabello, claro y lacio, caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando un rostro sereno. Su manto destellaba con luces suaves, reflejando la luz del sol como si llevara consigo un pedazo del amanecer. Berenice sonrió con dulzura y dijo:

—Bienvenida, Inés. El bosque nos presagió tu venida.

No mucho después, apareció el hada madrina Lilian, envuelta en un manto plateado. Con una sonrisa llena de satisfacción, Lilian anunció con tono jocoso:

—¡Y yo, por fin, puedo decir que he terminado todos los trámites para jubilarme! Después de haber participado en tantos cuentos, al fin me ha llegado el merecido descanso, ¿no es así?

El ambiente se llenó de risas y aplausos mientras Lilian se unía a la celebración con su habitual gracia.

Antes de que Inés pudiera responder a las palabras de las hadas, se escucharon risas pícaras y voces pequeñas a lo lejos. Eran Ez, Ezz y Ezzz, los tres hermanos traviesos que, escapando de la atenta mirada de su mamá Paola, habían decidido lanzarse a hacer líos y bromas. Corriendo entre arbustos, se deleitaban en su libertad, gritando:

—¡Vamos por más aventuras!

Sin embargo, en su carrera desenfrenada, los hermanos no vieron el antiguo pozo, escondido entre enredaderas y sombras. De repente, Ezz resbaló y gritó:

—¡Ay, me caí!

En un abrir y cerrar de ojos, Ez y Ezzz siguieron su ejemplo y, con gritos que mezclaban miedo y diversión, cayeron juntos en el oscuro pozo.

Lejos, Feli, siempre atenta, oyó los desesperados gritos de los hermanos y empezó a ladrar con fuerza. Al oír el clamor, Inés, Berenice y hasta la recién jubilada Lilian se apresuraron hacia el origen del alboroto. Al llegar, encontraron a los tres hermanos atrapados en el fondo del pozo, cubiertos de barro, con las voces temblorosas de quien se enfrenta a lo desconocido:

—¡Ayúdennos, por favor!

—No se preocupen, pequeños —dijo Inés con voz cálida y decidida—, vamos a sacarlos de aquí.

Berenice cerró los ojos un instante y susurró unas palabras al viento. Al principio, solo una luciérnaga apareció, flotando con un tenue resplandor dorado. Luego, otra se unió. Y otra. Y otra más. Poco a poco, la oscuridad del pozo comenzó a llenarse de pequeñas chispas danzantes. Al principio, solo se distinguían como pequeños reflejos en el agua, pero conforme más luciérnagas llegaron, el resplandor creció, iluminando suavemente el interior del pozo hasta que la penumbra cedió por completo.

Fue entonces cuando Berenice alzó la voz y llamó a las hadas del bosque. Decenas de pequeñas criaturas con alas irisadas revolotearon desde entre los árboles, formando un torbellino de destellos plateados. Con un esfuerzo armonioso, todas juntas bajaron al fondo del pozo y, tomando a los hermanos de la ropa y de las orejas, los elevaron hasta ponerlos a salvo.

En ese preciso instante, apareció Paola, la mamá de los tres, con el rostro encendido por la preocupación. Venía corriendo a toda velocidad, su cabello despeinado por la carrera, y cuando vio a sus hijos empapados de barro, con una mezcla de alivio y regaño exclamó:

—¡Ez, Ezz, Ezzz! ¿Qué han hecho? ¡Esta travesura les ha metido en un buen lío!

Los hermanos, con caras avergonzadas, solo pudieron murmurar disculpas mientras Feli, con su ternura inigualable, se revolcaba en el barro que caía de los cuerpos de los niños. Primero se sacudió juguetonamente, pero luego, al descubrir lo divertido que era ensuciarse aún más, comenzó a saltar, rodar y chapotear con entusiasmo. En un abrir y cerrar de ojos, Feli estaba irreconocible, cubierta de lodo de la cabeza a la cola, moviendo su colita con alegría.

—¡Feli, nooo! —rió Inés, tratando de alcanzarla, pero la chihuahuita, ágil como siempre, esquivó su intento y corrió alrededor, dejando un rastro de patitas embarradas por todo el claro.

El ambiente se volvió tenso por un momento, pero Berenice, con voz serena y reflexiva, intervino:

—Hoy hemos sido testigos de cómo la curiosidad desbordada puede llevarnos a caer en situaciones complicadas. Pero también hemos visto que, con la ayuda de quienes nos quieren, es posible levantarse y aprender de nuestros errores.

Justo cuando parecía que la lección terminaba ahí, ocurrió un giro inesperado. El pozo, que hasta entonces había sido testigo de un accidente, comenzó a susurrar. Sus húmedas paredes vibraban levemente, como si la piedra antigua despertara de un largo sueño, y en un tono grave y profundo, pronunció unas palabras:

"En cada caída, incluso en el barro más espeso, se esconde la semilla de un nuevo comienzo."

Todos se quedaron en silencio, asombrados por el mensaje. Paola, que al principio estaba molesta, suspiró y dijo:

—Quizás esta experiencia les enseñe a valorar no solo la diversión de la aventura, sino también la importancia de la precaución, el amor de quienes los cuidan… y el poder de hacer las cosas juntos.

Las luciérnagas seguían titilando en el aire, cada una con su pequeña chispa de luz. Ninguna por sí sola habría podido iluminar el pozo, pero juntas habían transformado la oscuridad en un resplandor cálido y esperanzador. Inés observó la escena y sonrió: al igual que las luciérnagas, cada uno había aportado lo suyo, y gracias a ello, los hermanos estaban a salvo.

Entre risas nerviosas y barro, los tres hermanos comprendieron que cada travesura tiene sus consecuencias, pero que siempre se puede encontrar una lección en cada error. Inés, con su bondad y determinación, y Berenice, con su magia sabia y su radiante presencia, recordaron a todos que incluso los momentos más embarrados pueden ser la chispa que enciende el crecimiento personal. Y Lilian, con su nueva libertad y una sonrisa cómplice, disfrutaba de ver cómo la magia del bosque seguía enseñando valiosas lecciones, incluso en su última aventura laboral.

La enseñanza del día fue triple: para los niños, la importancia de la responsabilidad; para los adultos, la reflexión sobre cómo nuestras caídas pueden transformarse en oportunidades para aprender y renacer; y para todos, el recordatorio de que, cuando cada uno aporta su luz, juntos pueden vencer cualquier oscuridad.


Jorge Kagiagian 

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