Una Puerta sin cerrar (variacion)

 

Por supuesto que fue una tentación tener acceso a esa casona, la dueña falleció sin dejar heredero alguno.  Me fue de gran facilidad el ingreso por los techos, y una vez dentro pude esmerarme sobre la puerta principal sin ser visto por las casas aledañas; pero aun así no logré destrabar la cerradura.

La casa de cielos rasos altos con un patio central típico de las casas antiguas de esta. Muebles del tipo francés Luis XV en perfecto estado; sin ninguna marca de uso, ni siquiera del polvo que suele flotar en el ambiente. La cocina, hermosa; repleta de vajillas de un gusto muy refinado.

Según había podido averiguar llevaba deshabitada unos siete años. Sobre el hogar a leña se podía apreciar un retrato en blanco y negro con matices ocre de la persona que, seguramente, allí solía habitar. Un retrato muy particular, con intensidad que nunca había experimentado… mi vista detuvo en la mirada vívida y, de súbito, un escalofrío estremeció mis entrañas y un helor sacudió mis sienes.

Luego de recorrer toda la casa, las nubes y el sol dieron lugar al cielo de la noche. Me acosté en habitación principal. No estaba realmente cansando por lo que me dediqué a pensar un poco…

 

El dormitorio estaba prácticamente vacío, sólo algunos libros a mi alcance. La ventana permitía el ingreso de una gran cantidad del reflejo lunar. La cama, sobre una de las esquinas; la cabecera contra la pared opuesta a la entrada acercaba mis pies a la puerta. Puerta que esa noche no hube de cerrar. Un error que nunca repetiría en toda mi vida.

 

Las horas nocturnas pasaban lentamente. Un poco agotado ya, decidí por dormir.

Poco antes de lograr conciliar el sueño, la luz que alumbraba mi rostro se interrumpió. Algo se había interpuesto arrebatándome la luna y su fulgor. Un frío estupor y la sensación de oscuridad me desveló...

Mi vista recorrió la habitación. Todo se veía normal hasta que llegó a la puerta… Allí, debajo del umbral, una silueta rebelaba una figura.

Un cuerpo delgado y muy alto… una manta blanca grisácea cubría su pecho plano; sus piernas y brazos delgados eran desmesuradamente largos. Parado frente a mi vista sin ningún resguardo, su mirada se encontró con la mía.

Al verla, la reconocí de inmediato. Escondí mi cuerpo debajo de las sábanas como si esperara que esas telas me libraran de todo mal.

 

Unos segundos transcurrieron… tan breves, tan eternos. Asomé mi vista. El cuerpo sombrío  se encontraba en medio de la habitación casi llegando a mí… temblando de pánico me refugié una vez más.

 

No pude soportar la incertidumbre y el miedo; retiré apenas las sábanas que cubrían mi cabeza... vi todo blanco, sus sombrías túnicas me envolvían. Me liberé de ellas, aunque seguía recostado; no podía evitar sentirme paralizado... clavado en mi cama.

Levanté la vista recorriendo todo “el ser” hasta llegar a su rostro. Las facciones eran pálidas y monstruosas… unas sombras debajo de sus ojos los transformaban en algo indescriptible.

 

Sus dedos blancuzcos y largos, de articulaciones hinchadas, se alzaban llevando un filo, una suerte de puñal. Tenía una pluma oscura, quizás de un ave inmunda, que sobresalía del mango. Lo percibí, lo sentí, lo vi en sus ojos tan profundos como perversos… se aprestaba a dejarlo caer sobre mí.

 

Cerré fuerte los ojos implorando y esperando lo peor… Un grito salió de mí como un estallido.

De inmediato, giró su cuerpo emprendiendo una veloz marcha hacia la puerta. Y como si el viento se lo llevara, se desvaneció lentamente en el aire.

Sali corriendo de la habitación y, por el mismo techo por el que entré, ese día salí gritando mientras trataba de secar las lágrimas que no paraban de salir.