Inés, Pupín y el Espejo del Alma

**Inés, Pupín y el Espejo del Alma**

La mañana había amanecido con un velo de niebla en el bosque. Inés, Pupín y Felicitas paseaban por un sendero poco transitado cuando, entre los altos robles, descubrieron algo insólito: un antiguo arco de piedra que enmarcaba un gran espejo de cristal. La superficie reflejaba la luz matutina, pero algo en él parecía moverse con vida propia.

Inés se detuvo, fascinada y a la vez inquieta.  
—¿Has visto algo así, Pupín? —preguntó con voz temblorosa.  
Pupín, siempre curioso y amante de la magia, se acercó con cautela.  
—Dicen que este espejo muestra no solo la imagen, sino también el alma de quien se refleje en él —comentó, dejando entrever una mezcla de asombro y anhelo.

Felicitas, moviendo la cola de manera inquieta, se adelantó. Al llegar frente al espejo, su reflejo apareció nítido y, sorprendentemente, sin alteración. Pero cuando Inés y Pupín se miraron, sus imágenes se transformaron. Ante ellos se mostraron versiones oscuras y distorsionadas: Inés, con ojos sombríos y ceño fruncido, y Pupín, con una mirada penetrante y fría, cuyos destellos en el espejo contrastaban con la calidez de su rostro real.

Inés dio un paso atrás, estremecida:  
—No… no puedo mirarlo —murmuró, y sin dudarlo, se alejó corriendo entre los árboles.  

Pupín, en cambio, quedó hipnotizado. Quedó embelesado por la figura que lo miraba fijamente desde el espejo. Esa versión oscura le habló en silencio, revelándole secretos inconfesables: el poder que yace en abrazar la sombra, en potenciar la magia a través de la oscuridad interna.  

—Mira bien, Pupín —parecía decirle el reflejo—. En la fragilidad de la luz se esconde la fuerza de la noche. ¿No anhelas conocer ese poder oculto?  

Entre la fascinación y la duda, el aprendiz de mago sintió que algo se abría en su interior. Con el paso de los días, se obsesionó con aquella imagen oscura. Practicaba nuevos hechizos inspirados en el espejo, y pronto su magia alcanzó niveles insólitos. Sin embargo, el precio comenzó a notarse: sus gestos se volvieron fríos, sus palabras cortantes, y la bondad que alguna vez lo caracterizó se desvanecía lentamente.  

Cada noche, Pupín se encerraba en su pequeña casa al borde del bosque, rehusándose a hablar con alguien, sumido en un conflicto interno. La magia oscura que había descubierto lo embriagaba, y en su corazón se asentaba una sombra de amargura.  

Mientras tanto, Inés, a quien la visión del espejo había llenado de temor y confusión, no podía dejar de pensar en Pupín. A pesar del miedo, había empezado a sentir algo profundo por él, una ternura que iba más allá de lo conocido. Con el corazón en vilo, decidió ir a verlo. Llegó a su casa, tocó la puerta con suavidad y esperó.  

Pero la puerta permaneció cerrada. Tras varios intentos, Inés, con lágrimas en los ojos, se dio la vuelta y huyó corriendo de la vivienda, el eco de sus sollozos mezclándose con el susurro del viento.  

Felicitas, que siempre percibía la emoción de su dueña, se quedó junto a ella, tratando de consolarla con su mirada dulce, sin entender la magnitud del dolor que ahora inundaba el corazón de Inés.

En la soledad de su hogar, Pupín se encerraba en un silencio gélido. El reflejo en el espejo se había convertido en una presencia constante en sus pensamientos, y aunque su magia había mejorado, también lo había hecho la oscuridad en su alma. La lucha interna entre el poder y la compasión se intensificaba, pero él se negaba a admitir que había perdido parte de sí mismo.

El bosque, testigo silencioso de estas transformaciones, parecía susurrar antiguas enseñanzas sobre la dualidad del ser. La luz y la sombra coexistían, y a veces, en el reflejo de un espejo, se mostraba la verdadera naturaleza del alma.

Aquella jornada cerró un capítulo doloroso y enigmático en la vida de los tres amigos. Inés se retiró con el corazón hecho pedazos, Pupín se sumergió en un oscuro aislamiento y Felicitas, la fiel compañera, permanecía a su lado, recordándoles con su inocencia que la bondad puede resistir incluso en medio de la tormenta.

Y así, aunque el misterio del espejo y el precio de la magia oscura quedaron sin resolver, la historia se cerró con una amarga lección: a veces, el poder que anhelamos alcanzar puede consumirse a sí mismo, y el amor, frágil pero real, es el faro que aún en la noche más oscura puede guiar nuestros pasos.

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