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### **Inés, Feli y el mago del bosque**
El sol dorado acariciaba el cielo cuando Inés y su pequeña chihuahuita, Felicitas, corrían felices por la pradera. Las mariposas danzaban en el aire y el viento jugaba con los rizos de Inés, trayendo consigo el aroma dulce de las flores silvestres. Era una tarde perfecta… hasta que todo cambió.
De pronto, ¡ay! Felicitas dio un mal paso y desapareció tras el borde de un precipicio.
—¡Feli! —gritó Inés con el corazón encogido.
El aire pareció volverse más denso cuando se asomó al abismo. Allí, aferrada con desesperación a una roca, su chihuahuita temblaba y ladraba asustada, su diminuta colita agitándose como si supiera que el tiempo se agotaba.
El pecho de Inés se llenó de pánico. Quiso bajar, pero el precipicio era demasiado alto, las piedras resbalaban bajo sus dedos. No podía hacerlo sola.
Miró a su alrededor con desesperación… y entonces lo vio.
A lo lejos, entre los árboles oscuros del bosque, una silueta pequeña se movía con ligereza. Una capa azul flotaba con la brisa y un sombrero de cono, algo torcido, le daba un aire misterioso. Parecía un jovencito, pero había algo en él… algo diferente, como si el bosque respirara a su alrededor.
Por un instante, Inés dudó. ¿Y si era peligroso? Pero luego escuchó un gemido débil desde el precipicio y no lo pensó más.
Corrió hacia él.
—¡Por favor, ayúdame! ¡Mi Feli cayó por un precipicio! —su voz se quebró en el último momento.
El joven, que se llamaba Pupin, se giró, y sus ojos grandes y curiosos la estudiaron por un instante. Inés sintió que la evaluaba, como si quisiera ver qué tan valiente era. Entonces, con seriedad, asintió.
—Muéstrame.
Corrieron juntos hasta el borde, y Pupín se asomó. Felicitas era apenas una bolita de pelo sobre la roca.
—Tranquila, pequeña —dijo con voz serena.
Luego, con un gesto decidido, metió la mano en su sombrero… y sacó una escalera. Pero no era una escalera común. Su dorado resplandecía como si estuviera hecha de luz de luna, y cada peldaño centelleaba con un brillo tembloroso, como si estrellas atrapadas quisieran escapar.
—¡Es perfecta! —exclamó Inés, sintiendo que la esperanza le llenaba el pecho.
Pupín la colocó con cuidado contra la roca, pero antes de que Inés bajara, frunció el ceño.
—Escucha bien, Inés. Soy un aprendiz de mago… y mi magia aún no es perfecta. Esta escalera solo durará un corto tiempo antes de desaparecer. Debes apresurarte.
Inés sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Además —continuó Pupín—, Felicitas no me conoce. Si bajo yo, podría asustarse y resbalar. Tienes que ser tú quien la salve.
Las piernas de Inés temblaban, pero miró a su amiga y supo que no podía fallarle. Apretó los labios tratando de calmarse.
Respiró profundo, con un nudo en el pecho, y comenzó a bajar. Cada peldaño vibraba levemente bajo sus pies, como si la escalera respirara con ella. El aire era más fresco a medida que descendía, y el murmullo del bosque se volvió un silencio expectante.
Cuando llegó a la roca, tomó a Felicitas con delicadeza, como quien sostiene lo más valioso del universo.
—Tranquila, Feli. Estoy aquí.
Un sonido extraño la hizo mirar hacia arriba. Los bordes de la escalera comenzaban a desvanecerse, hilos dorados perdiéndose en el viento.
—¡Sube rápido! —gritó Pupín.
Inés, con la adrenalina recorriéndole el cuerpo, trepó los peldaños con todas sus fuerzas, aferrando a Felicitas contra su pecho. Pero cuando estiró la mano para alcanzar el borde… la escalera desapareció.
El vacío la atrapó.
—¡Cuidadooo! —exclamó Pupín.
En el último instante, su mano firme atrapó la suya. Inés sintió la calidez de sus dedos, su fuerza inesperada para alguien tan pequeño. Miró hacia arriba y vio sus ojos brillando con confianza.
—No te soltaré —dijo él.
Con un esfuerzo final, la ayudó a subir hasta tierra firme.
Inés se dejó caer sobre la hierba, respirando agitadamente. Felicitas se acurrucó en su regazo, moviendo la cola con alivio.
Pero antes de que pudiera agradecer a Pupín, un crujido los sobresaltó.
El suelo bajo ellos vibró. Una sombra se deslizó entre los árboles. Por un momento, el bosque entero pareció aguantar la respiración.
Pupín se puso de pie de un salto, con los ojos afilados.
—Nos tenemos que ir.
Inés lo miró, confundida.
—¿Qué sucede?
Pupín observó la espesura del bosque como si pudiera ver más allá de lo visible.
—Algo despertó…
El viento sopló con más fuerza, y el sonido de ramas crujiendo se intensificó. Inés abrazó a Felicitas, y un escalofrío recorrió su espalda.
—Vamos —dijo Pupín, y su tono no dejaba lugar a dudas.
Sin soltar a su chihuahuita, Inés corrió tras él.
El bosque, que antes parecía un refugio mágico, ahora tenía sombras más profundas. Pero cuando llegaron al claro, el viento se calmó y la tensión pareció desvanecerse.
Finalmente, Inés se giró hacia Pupín con los ojos llenos de gratitud.
—Gracias… Mi nombre es Inés y ella es mi perrita, Felicitas. ¿Quién eres tú?
Pupín sonrió levemente. Luego, con un gesto elegante, llevó una mano a su pecho e hizo una pequeña reverencia, inclinando la cabeza con naturalidad.
—Soy Pupín, el mago del bosque.
Antes de que Inés pudiera decir algo más, Felicitas saltó de sus brazos y brincó hacia Pupín, lamiéndole la cara con alegría.
Inés rió, y el joven mago también.
Así, en medio del bosque encantado, nació una amistad que duraría para siempre.
Pero mientras Inés y Felicitas se alejaban, no pudo evitar girarse una última vez.
El bosque la observaba.
Y en su interior, algo, o alguien, también había notado a Pupín.
Desde aquel día, cada vez que Inés y Felicitas exploraban el bosque, sabían que siempre habría un amigo mágico esperándolas entre los árboles… pero también un misterio que aún estaba por descubrirse.
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Versión 2
Inés, Feli y el mago del bosque
El sol dorado acariciaba el cielo cuando Inés y su pequeña chihuahuita, Felicitas, corrían felices por la pradera. Las mariposas danzaban en el aire y el viento jugaba con los rizos de Inés. Pero, de pronto, ¡ay! Felicitas dio un mal paso y desapareció tras el borde de un precipicio.
—¡Feli! —gritó Inés con el corazón encogido.
Se asomó con miedo y la vio allí, atrapada en una roca a mitad del abismo. La chihuahuita temblaba y ladraba asustada, moviendo su colita con desesperación. Inés quiso bajar, pero el precipicio era demasiado alto.
Con el pulso acelerado, miró a su alrededor en busca de ayuda… y entonces lo vio.
A lo lejos, entre los árboles, una silueta pequeña se movía. Llevaba una capa azul que flotaba con la brisa y un sombrero de cono un poco torcido. Parecía un niño, pero algo en él tenía un aire misterioso, como si perteneciera a otro mundo.
Inés dudó un instante, pero el miedo por Felicitas la hizo correr hacia él.
—¡Por favor, ayúdame! ¡Mi Feli cayó por un precipicio! —sollozó.
El niño, que se llamaba Pupín, se giró. Tenía los ojos grandes y curiosos, y al ver el rostro angustiado de Inés, asintió con seriedad.
—Muéstrame.
Corrieron juntos hasta el borde y Pupín se asomó. Felicitas seguía allí, una diminuta bolita de pelo acurrucada sobre la roca.
—Tranquila, pequeña —dijo con voz serena.
Luego, con un gesto decidido, metió la mano en su sombrero… y sacó una escalera. Pero no era una escalera común. Era de un dorado tan brillante que parecía hecha de luz de luna, cada peldaño centelleaba como si estuviera tejido con estrellas.
—¡Es perfecta! —exclamó Inés, con los ojos brillantes de esperanza.
Pupín la colocó con cuidado contra la roca, pero antes de que Inés bajara, frunció el ceño.
—Escucha bien, Inés. Soy un aprendiz de mago… y mi magia aún no es perfecta. Esta escalera solo durará un corto tiempo antes de desaparecer. Debes apresurarte.
—Además —continuó Pupín—, Felicitas no me conoce. Si bajo yo, podría asustarse y resbalar. Tienes que ser tú quien la salve.
Las piernas de Inés temblaban, pero miró a su amiga y supo que no podía fallarle.
Con un nudo en el pecho, Inés respiró profundo y comenzó a bajar. Cada peldaño bajo sus pies vibraba levemente, como si la escalera estuviera hecha de magia viva. La luz dorada iluminaba su camino mientras descendía.
Cuando llegó a la roca, tomó a Felicitas con delicadeza, como quien sostiene lo más valioso del universo.
—Tranquila, Feli. Estoy aquí.
Un sonido suave llegó a sus oídos. Miró hacia arriba y vio que los bordes de la escalera comenzaban a desvanecerse como si fueran hilos de luz perdiéndose en el viento.
—¡Sube rápido! —gritó Pupín.
Inés, con el corazón latiendo a toda velocidad, trepó los peldaños con todas sus fuerzas, aferrando a Felicitas contra su pecho. Pero cuando estiró la mano para alcanzar el borde… la escalera desapareció.
Sintió que caía.
—¡Cuidadooo! —exclamó Pupín.
En el último instante, su mano firme atrapó la suya. Inés alzó la mirada y vió los ojos aliviados de Pupín, brillando con confianza. Con un esfuerzo final, la ayudó a subir hasta tierra firme.
Inés se dejó caer sobre la hierba, respirando agitadamente. Felicitas se acurrucó en su regazo, moviendo la cola con alivio.
Se giró hacia el niño del sombrero con los ojos llenos de gratitud.
—Gracias… Mi nombre es Inés y ella es mi perrita, Felicitas. ¿Quién eres tú?
Pupín sonrió levemente, luego llevó una mano a su pecho e hizo una pequeña reverencia, inclinando la cabeza con elegancia.
—Soy Pupín, el mago del bosque.
Antes de que Inés pudiera decir algo más, Felicitas saltó de sus brazos y brincó hacia Pupín, lamiéndole la cara con alegría. Inés rió, y el joven mago también.
Así, en medio del bosque encantado, nació una amistad que duraría para siempre.
Y desde aquel día, cada vez que Inés y Felicitas exploraban el bosque, sabían que siempre habría un amigo mágico esperándolas entre los árboles.
Versión 1
### **Inés, Feli y mago del bosque**
El sol dorado acariciaba el cielo cuando Inés y su pequeña chihuahua, Felicitas, corrían felices por la pradera. Las mariposas danzaban en el aire y el viento jugaba con los rizos de Inés. Pero, de pronto, ¡ay! Felicitas dio un mal paso y desapareció tras el borde de un precipicio.
—¡Feli! —gritó Inés con el corazón encogido.
Se asomó con miedo y la vio allí, atrapada en una roca a mitad del abismo. La chihuahua ladraba asustada, moviendo su colita con desesperación. Inés quiso bajar, pero el precipicio era demasiado alto.
Con el pulso acelerado, miró a su alrededor en busca de ayuda… y entonces lo vio.
A lo lejos, entre los árboles, una silueta pequeña se movía. Llevaba una capa azul que flotaba con la brisa y un sombrero de cono un poco torcido. Parecía un niño, pero algo en él tenía un aire misterioso, como si perteneciera a otro mundo.
Inés dudó un instante, pero el miedo por Felicitas la hizo correr hacia él.
—¡Por favor, ayúdame! ¡Mi Feli cayó por un precipicio! —sollozó.
El niño se giró. Tenía los ojos grandes y curiosos, y al ver el rostro angustiado de Inés, asintió con seriedad.
—Muéstrame.
Corrieron juntos hasta el borde y Pupín se asomó. Felicitas seguía allí, temblando sobre la roca.
—Tranquila, pequeña —dijo con voz serena.
Luego, con un gesto decidido, metió la mano en su sombrero… y sacó una escalera. Pero no era una escalera común. Era de un oro tan brillante que parecía hecha de luz de luna, cada peldaño centelleaba como si estuviera tejido con estrellas.
—¡Es perfecta! —exclamó Inés, con los ojos brillantes de esperanza.
Pupín la colocó con cuidado contra la roca, pero antes de que Inés bajara, frunció el ceño.
—Escucha bien, Inés. Soy un aprendiz de mago… y mi magia aún no es perfecta. Esta escalera solo durará un corto tiempo antes de desaparecer. Debes apresurarte.
Inés tragó saliva. Sus piernas temblaban, pero miró a su amiga y supo que no podía fallarle.
—Además —continuó Pupín—, Felicitas no me conoce. Si bajo yo, podría asustarse y resbalar. Tienes que ser tú quien la salve.
Con el corazón palpitando, Inés respiró hondo y comenzó a bajar. Cada peldaño bajo sus pies vibraba levemente, como si la escalera estuviera hecha de magia viva. La luz dorada iluminaba su camino mientras descendía.
Cuando llegó a la roca, tomó a Felicitas con delicadeza, como quien sostiene lo más valioso del universo.
—Tranquila, Feli. Estoy aquí.
Un sonido suave llegó a sus oídos. Miró hacia arriba y vio que los bordes de la escalera comenzaban a desvanecerse como si fueran hilos de luz perdiéndose en el viento.
—¡Sube rápido! —gritó Pupín.
Inés, con el corazón latiendo a toda velocidad, trepó los peldaños con todas sus fuerzas, aferrando a Felicitas contra su pecho. Justo cuando puso el último pie en tierra firme, la escalera desapareció en una lluvia de destellos dorados.
Se giró hacia el niño del sombrero con los ojos llenos de gratitud.
—Gracias… Mi nombre es Inés y ella es mi perrita Felicitas. ¿Quién eres tú?
El niño sonrió con modestia y se sacudió un poco el polvo de su capa.
—Soy Pupín, el aprendiz de mago.
Antes de que Inés pudiera decir algo más, Felicitas saltó de sus brazos y brincó hacia Pupín, lamiéndole la cara con alegría. Inés rió, y el joven mago también.
Así, en medio del bosque encantado, nació una amistad que duraría para siempre.
Y desde aquel día, cada vez que Inés y Felicitas exploraban el bosque, sabían que siempre habría un amigo mágico esperándolas entre los árboles.
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