Oda a la Libertad
Oh, libertad, fuego primero,
llama insumisa que arde
en el pecho de quienes aún recuerdan
que el hombre nació sin dueño.
Tú, que no eres obsequio del poder,
ni indulgencia de reyes,
ni decreto firmado por manos
que jamás supieron lo que es la opresión.
Tú, que no te compras ni se te mendiga,
pues tu esencia es la negación misma del sometimiento.
Eres la ruina de los tronos
y la angustia de los tiranos,
el vértigo que aterra al esclavo
y la única patria del rebelde.
Eres la grieta en los muros
donde la historia insiste en escapar,
la verdad escrita con sangre
por quienes supieron que la obediencia
es el lenguaje de los sometidos.
Porque no hay jaula más cruel
que aquella que el hombre acepta sin lucha,
ni amo más poderoso
que aquel al que se teme sin resistencia.
Quien se entrega a las cadenas,
quien renuncia a su voz
por el refugio de un techo impuesto,
no ha vivido,
ha existido apenas,
como existen los prisioneros
que han olvidado cómo se camina.
Oh, libertad,
eres la esencia del peligro,
el filo de la elección,
la condena del que decide su propio destino
sin esperar permiso de dioses ni gobiernos.
Eres la herida y la cura,
la hoguera que devora la carne del cobarde
y la luz que guía al que, aún roto,
se atreve a gritar su nombre.
Quien nunca te ha poseído
te teme como a la muerte.
Pero quien te ha probado,
aunque solo un instante,
jamás se arrodilla.
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