Un día más

Un día más

La celda era un espacio sin tiempo. Un rectángulo de cemento donde los días se apilaban unos sobre otros sin dejar huella. En ese rincón olvidado, la mente era un enemigo silencioso, un carcelero más cruel que los muros y las rejas.

Nadie hablaba de la depresión en la prisión. No porque no existiera, sino porque era parte del aire, de la comida, del agua fría con la que los reclusos se lavaban la cara cada mañana. Era una enfermedad sin diagnóstico, sin tratamiento, sin cura. Aquí dentro, la tristeza no era una condición, sino el estado natural de las cosas.

No había psicólogos. No había psiquiatras. Si alguien se desplomaba en un rincón, si dejaba de comer, de hablar, de moverse, simplemente se convertía en parte del paisaje. La locura era la única escapatoria que no necesitaba de un permiso oficial.

Él lo sabía. Lo había visto. Había visto ojos apagarse, cuerpos ceder, voces desvanecerse en murmullos sin respuesta. Y ahora, sentado en su catre, con la espalda apoyada contra la pared áspera y fría, sentía que le llegaba el turno.

En su mano sostenía una hoja de papel arrugada. Sus dedos la apretaban con la misma desesperación con la que se aferra un náufrago a una tabla de madera. Había escrito cada palabra con el pulso tembloroso de quien se despide.

Dobló la carta y la leyó en voz baja, como si necesitara convencerse de que era real.


Carta sin destinatario

No sé qué día es. No importa. Aquí dentro, el tiempo dejó de existir hace mucho. Lo único que avanza son las arrugas en mi cara, la flacidez en mis manos, el dolor en los huesos. Pero el mundo, ese que dejé atrás cuando crucé estas puertas, sigue girando sin mí. Afuera, la gente se levanta, trabaja, se enamora, tiene hijos, pelea, ríe, se reconcilia, vuelve a casa. Y yo sigo aquí.

Me pregunto si alguien todavía me recuerda. Si mi nombre se pronuncia en alguna conversación casual o si quedó enterrado en el olvido, como una fotografía descolorida en una caja de recuerdos que nadie se atreve a abrir. No culpo a nadie. Es más fácil olvidar que mirar hacia este agujero donde me consumo lentamente.

Aquí la tristeza no es una excepción. Es el pan de cada día. Nadie se preocupa si dejas de hablar, si pasas horas mirando la pared, si empiezas a envejecer más rápido de lo que deberías. La cabeza se convierte en un laberinto sin salida. Y cuando el silencio se hace insoportable, algunos eligen la única puerta que queda abierta.

Yo también la he considerado. He pensado en cómo hacerlo. En si dolerá. En cuánto tiempo tomará antes de que todo se apague y, por fin, descanse. En qué pasará después. Si hay algo después. No quiero despertar en otro infierno. No quiero despertar en absoluto.

He ensayado las palabras. He tratado de explicar lo que siento. Pero no hay forma de traducir en tinta el peso de este vacío. Lo único que sé es que ya no quiero seguir contando los días. Ya no quiero seguir existiendo en un mundo que me ha olvidado.

Y sin embargo…

Aquí estoy. Escribiendo. Respirando.

Tal vez es por miedo. Tal vez es por costumbre. O tal vez es porque, aunque duela admitirlo, aunque me consuma la angustia y el vacío, todavía hay un resquicio de esperanza aferrado a mi piel como una cicatriz que se niega a desaparecer.

Porque, aunque el mundo siga sin mí, aunque la vida me haya escupido y dejado a un lado como un desperdicio, en algún rincón de su mente, ella todavía me recuerda.

Y si ella me recuerda… si todavía existo en algún rincón de su corazón, aunque sea como un fantasma, entonces puedo soportar un día más.

Solo un día más.


Cuando terminó de leer, el silencio de la celda se sintió más denso. No había sonido más que su propia respiración, entrecortada y áspera.

Doblando la carta con cuidado, la deslizó bajo el colchón. No estaba seguro de por qué lo hacía. Tal vez porque parte de él aún esperaba que alguien la encontrara algún día.

Se recostó despacio, mirando el techo.

Mañana, todo seguiría igual. Las rejas seguirían allí. La comida seguiría siendo incomible. Los gritos seguirían resonando en los pasillos.

Pero él estaría ahí para verlo.

Un día más.

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