Tus ojos son como dos soles,
pero más pequeños y menos calientes,
tu risa suena como una campana,
una campana rota que alguien golpea con dientes.
Tu piel, tan suave como un zapato viejo,
y tu aroma, ¡ay!, como un chicle olvidado,
me arrastras al abismo con tu perfume,
que huele a cebolla y pan quemado.
Tu andar es como un pato cansado,
como si tus pies tuvieran sueño y no quisieran volar,
pero aún así te persigo, enamorado,
como quien persigue un tren que ya no va a llegar.
Tu cabello, ¡ay!, tu cabello,
es como una nube negra de tormenta,
pero no esa tormenta emocionante,
sino la que moja la ropa y molesta.
Y aunque todo en ti es peculiar,
mi corazón por ti.
Como un mosquito persiguiendo una luz, sigo aquí.
porque entre tus rarezas me encuentro feliz,
y aunque me asfixie, me arrodillo ante tu confusión.
Porque tú, mi amor, eres como el sol que se apaga,
pero también como el viento que arrastra un planeta entero,
y en tus ojos se esconde una galaxia de caos y belleza,
un agujero negro que, en su beso, devora el tiempo y el espacio,
y hace que todo el universo explote en un solo latido de tu corazón.
Jorge Kagiagian
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