Ella era luz,
mi faro en la niebla espesa de la vida,
sus manos un refugio,
sus ojos, dos promesas jamás rotas.
Pero yo, esclavo de mi sombra,
traicioné su brillo con el polvo del olvido.
Noche tras noche,
el vicio me ofrecía
un amor falso, un alivio breve.
Ella lloraba en silencio,
su risa se desvanecía como humo,
como yo me desvanecía de su abrazo.
"Regresa," suplicaba su voz,
una melodía quebrada
que intentaba rescatarme de la espiral.
Pero yo, sordo al amor,
me hundía más profundo,
persiguiendo fantasmas que nunca existieron.
La vi partir un día,
una figura frágil
que el viento parecía poder llevarse.
Dejó su perfume en el aire,
una carta escrita con lágrimas,
y una ausencia que nunca aprendí a llenar.
Hoy, entre las ruinas de mi cuerpo,
busco su rostro en los espejos rotos.
Pero solo veo a un extraño,
un hombre que vendió el cielo
por un infierno que lo consume lento.
Ella, mi todo,
se fue con la primavera,
y yo quedé atrapado en este invierno eterno.
Su nombre arde en mis labios,
pero mis manos solo tocan cenizas.
Jorge Kagiagian
Dedicado a Melina Rodríguez
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