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**La carta**
Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared fría de la celda. A lo lejos, los murmullo y las risas tristes de los otros prisioneros apenas se alcanzaban a oír, como si pertenecieran a otro mundo. En sus manos, un bolígrafo gastado temblaba, apenas podía sostenerlo, como si también él sintiera el peso de todo lo que debía decir. Había algo en ese bolígrafo, en ese momento, que lo conectaba con la fragilidad del ser humano. Con la incapacidad de sostener algo tan inmenso con un simple gesto. Frente a él, sobre las rodillas, un papel arrugado por el paso del tiempo y por la humedad angustiada que invadía el aire. El papel ya no era del todo seco. No sabía si por la humedad natural de la celda o por las lágrimas que, sin permiso, habían comenzado a caer.
Respiró hondo, intentando calmar el latido acelerado de su pecho. Se obligó a estabilizar la mano, a no dejar que los temblores lo traicionaran. Había esperado demasiado para esto. Había guardado cada emoción, cada palabra, cada pensamiento, como un tesoro que nadie había visto nunca, ni siquiera él mismo. Pero ahora todo eso necesitaba salir. Necesitaba encontrar un camino hacia el único lugar donde aún existía algo parecido a la libertad. Sabía que, en ese papel, en esas palabras, hallaría la única salida posible. Había aprendido que a veces la libertad no se encuentra en la fuga, sino en la expresión, en el desahogo de lo que se lleva dentro.
Comenzó a escribir.
*"No sé si algún día podré explicarte lo que significas. No sé si las palabras son suficientes, pero son lo único que tengo. Y si algo aprendí aquí, es que las palabras también pueden salvar. Tú lo hiciste. Sin necesidad de grandes discursos ni promesas. Lo hiciste con tu voz, con tu risa, con la manera en que me miras como si todo esto no me hubiera cambiado. Como si aún pudiera ser yo."*
Se detuvo. Miró la página, y por un segundo se perdió en los bordes difusos de las letras. No debía escribir sobre el dolor. No podía. Porque al hacerlo, le estaría dando forma, lo estaría multiplicando. No debía escribir sobre las noches que parecían no terminar nunca, sobre la asfixia de este lugar donde la vida se evapora, sobre la angustia que se quedaba atorada en la garganta, ahogando cada palabra que intentaba escapar. Esas palabras no eran para ella. Esas palabras no merecían existir entre ellos.
No.
Ella no venía de ese mundo. Ella era otra cosa. Ella no conocía los pasillos fríos, las puertas que se cierran con un sonido seco, como si la vida misma se viera cercenada cada vez. Ella era la prueba de que aún existía algo bueno en el mundo, algo puro, algo que no podían arrebatarle, algo que no iba a desaparecer. Ella representaba la fe intacta, la esperanza viva, en un lugar donde esas dos cosas parecían haber sido arrancadas hace mucho. Y eso, eso era suficiente. Ella era suficiente.
Continuó escribiendo, con más firmeza ahora, con el pecho un poco más liviano.
*"Cuando vienes aquí, todo se vuelve más fácil. Me haces recordar que allá afuera hay algo esperando. Que no soy solo un nombre en un papel, que todavía queda en mí un hombre capaz de amar, capaz de esperar. Y cuando te vas, no es tristeza lo que me dejas. Es certeza. La certeza de que lo nuestro es más fuerte que las distancias, más fuerte que el tiempo. Que si algún día vuelvo a pisar la tierra sin cadenas, será porque tu amor me sostuvo cuando yo mismo estaba por caer."*
Se detuvo, pero no porque no tuviera más que decir, sino porque en ese instante, en ese exacto momento, entendió algo que nunca había entendido del todo. Entendió que al escribirle, ya no quedaba espacio para el dolor. Ya no quedaba nada más que ella. Ella era el refugio, la respuesta a todo lo que había sufrido, todo lo que había vivido. Ella era la razón por la cual aún podía escribir, por la cual aún podía seguir respirando. Al escribirle, no solo le enviaba palabras, le enviaba una parte de sí mismo que nunca había compartido con nadie.
El bolígrafo en sus manos dejó de temblar.
No sabía cuánto tiempo había pasado. No sabía si habían sido minutos, horas o una eternidad. Lo único que sabía era que, al final, algo dentro de él se había vaciado. Por primera vez en tanto tiempo, había soltado todo lo que llevaba dentro. Había dejado que las palabras se escurrieran como agua, como si de alguna manera pudieran limpiar todo lo que había acumulado durante tanto tiempo. Había dejado ir el peso de la culpa, el dolor de la espera, el miedo al olvido. Y en su lugar, quedaba el amor. El amor que había permanecido intacto a pesar de todo. El amor que nunca había desaparecido.
Dobló la carta con cuidado, con infinita delicadeza. La llevó a los labios y la besó, con todo lo que tenía dentro. Con cada parte de su alma. No lloró más. No porque no tuviera lágrimas, sino porque ya las había dejado todas allí, en el papel, en la carta. Ya no quedaba dolor. Solo quedaba amor. Y en ese amor, encontró la única paz que le quedaba.
La carta ya estaba lista para ser enviada.
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