La Industria del Encierro: ¿A Quién Beneficia la Cárcel?
Decía Nietzsche que el castigo endurece el carácter, pero olvidó agregar que también engorda las billeteras correctas. Durante siglos, la prisión ha sido el remedio infalible para todo: pobres, locos, disidentes y delincuentes de verdad, todos al mismo saco. Sin embargo, lo que alguna vez se vendió como una herramienta de rehabilitación se ha convertido en algo mucho más rentable: un negocio próspero, sostenido con dinero público y carne humana.
El encarcelamiento ya no es solo un mecanismo de control social, sino una industria en expansión con accionistas, proveedores y un mercado asegurado. Porque, si hay algo que el mundo nunca dejará de producir, es desesperados con hambre y tipos dispuestos a hacerles pagar por ello. Las cárceles no están llenas de multimillonarios con cuentas en Suiza, sino de los que robaban porque no tenían otra opción o porque nunca supieron que había otra. Pero, ¿a quién le importa? Alguien tiene que ocupar las celdas, de lo contrario, el negocio se cae.
El Mercado del Encierro
Las prisiones privatizadas son el sueño húmedo de todo inversionista sin escrúpulos: costos mínimos, mano de obra cautiva y un flujo de ingresos garantizado. ¿El secreto del éxito? Sentencias largas y una tasa de reincidencia envidiable. Cada preso es un número en un balance financiero, un recurso explotable. En muchos países, los internos fabrican muebles, cosen uniformes, montan piezas electrónicas y hasta atienden call centers. No ganan un salario, sino una propina disfrazada de “remuneración simbólica” que no alcanza ni para una pastilla de jabón en el economato de la prisión.
Y el Estado, ese gran benefactor del pueblo, financia el espectáculo con los impuestos de quienes creen que están pagando por seguridad. Seguridad, sí, pero para los dueños del negocio. Mientras tanto, afuera, la gente se siente a salvo porque la televisión le ha dicho que los malos están tras las rejas. Nadie pregunta por qué los grandes criminales nunca pisan un pabellón, ni por qué hay más presos por robar un celular que por estafar millones.
La Criminalización de la Pobreza: Clientes Asegurados
El sistema ha perfeccionado su estrategia de captación de “clientes”. Funciona así:
- Se deja a un sector de la población sin acceso a educación, salud y oportunidades laborales.
- Se les criminaliza cuando buscan sobrevivir con los medios que tienen a mano.
- Se los encierra con penas desproporcionadas y, cuando salen, se les impide reinsertarse con antecedentes que los condenan de por vida.
- Sin trabajo ni futuro, reinciden y vuelven a prisión, completando así el ciclo de producción carcelaria.
Es un sistema eficiente, diseñado para perpetuarse. Al fin y al cabo, un delincuente rehabilitado es un cliente perdido.
Los Empresarios del Castigo
Pero el dinero no solo está en la mano de obra esclava. También hay que alimentar a los presos, vestirlos, construir cárceles, pagar seguridad. Cada uno de estos rubros es una oportunidad para que empresas privadas se forren. Los contratos con el Estado son generosos y rara vez supervisados. Comida podrida, frazadas con más agujeros que tela y condiciones sanitarias que harían sonrojar a la Edad Media son la norma. ¿Por qué mejorar las condiciones si nadie se queja? ¿Y quién va a quejarse si los internos no tienen voz y la sociedad los considera desechables?
Los jueces, por su parte, tienen su propio juego. Cuantas más condenas dicten, más estabilidad para el sistema. Y no hablemos de los fiscales: su carrera depende de cuántos “culpables” logren sumar a la estadística. La justicia no busca la verdad, sino resultados, como cualquier empresa que se precie.
El Gran Engaño: Cárceles para la Seguridad Ciudadana
El cuento oficial es que las prisiones existen para proteger a la sociedad de los peligrosos criminales. Pero la realidad es otra. La mayoría de los presos no son asesinos en serie ni psicópatas irredimibles; son ladrones de poca monta, mulas atrapadas en aeropuertos, personas que cometieron un error y quedaron atrapadas en una telaraña legal de la que nunca podrán salir.
Mientras tanto, los verdaderos depredadores, los que lavan dinero, los que arruinan vidas desde sus oficinas de mármol, siguen libres. No roban carteras, sino millones; no matan con cuchillos, sino con políticas. Ellos no van a la cárcel porque la cárcel no fue hecha para ellos.
Conclusión: El Crimen Perfecto
La cárcel es, en el fondo, el crimen perfecto. Un negocio redondo donde las víctimas pagan su propio castigo y los beneficiarios jamás pisarán un tribunal. Un sistema que se vende como justicia pero que solo es una fábrica de esclavos modernos.
Y lo más brillante de todo es que funciona con el apoyo de la gente. Porque el miedo vende, y mientras nos convenzan de que la única solución es encerrar más, juzgar más, castigar más, seguiremos financiando un sistema que, en el fondo, no busca protegernos, sino enriquecerse a costa de nuestra ignorancia.
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