El legado de Tomy

En un reino donde el sol besaba los campos de oro y los ríos susurraban secretos antiguos, vivía Inés, la más pequeña de cuatro hermanos. Inés se sentía invisible, bajo la sombra de sus hermanos mayores, quienes la menospreciaban con burlas y palabras crueles.

Un día, mientras paseaba por el prado con su canastita de paja tejida con hilos de luna y estrellas, escuchó una voz que decía:
—Cuidado, no me pises.
Miró hacia abajo y lo vio: un tomate. Pero no era un tomate común. Era Tomy, y sabía hablar porque un loro parlanchín que rondaba el prado le contaba historias graciosas. Además de hablar, era sabio y bondadoso. Así, Inés y Tomy se conocieron.

Pronto se hicieron inseparables. Pasaban horas compartiendo secretos y risas bajo el sol cálido.

Tomy, con su voz suave como el susurro del viento, le enseñó el valor de la compasión y la autoestima.
—Inés —afirmaba—, tu valor no reside en lo que otros piensan, sino en la bondad de tu corazón.

Así, la niña, con la ayuda de su amigo, aprendió a perdonar las palabras hirientes de sus hermanos. Les enseñó los consejos que había aprendido.

No pasó mucho tiempo para que entendieran que habían actuado mal.
Y una tarde, fueron a buscar a su hermana al prado y le pidieron perdón; ella los abrazó a todos y todos la abrazaron a ella. Mientras, Tomy era testigo de tan hermosa reconciliación.
Al fin, pudo ser feliz junto a sus hermanos.

Pero el tiempo, como un río implacable, fluye sin cesar. Tomy, al igual que todos los tomates, envejeció. Su piel se arrugó, su color se tornó oscuro y, finalmente, un día, maduro y listo para cumplir su ciclo, cayó al suelo. Inés lloró desconsoladamente, creyendo que la soledad la envolvería para siempre. Cavó un pequeño hoyo en el suelo y lo reposó en el fondo. Cubrió a su amigo con la tierra mojada por sus ojos.

Sin embargo, del corazón del tomatito, de su cuerpo caído, brotaron pequeñas semillas. Estas semillas, regadas con las lágrimas de Inés y el sol generoso, germinaron y dieron vida a nuevos tomates, más rojos y brillantes que antes. Y estos nuevos tomates, a su vez, produjeron más semillas, creando una familia numerosa de todos los colores que un tomate puede tener.

La pequeña comprendió que la amistad con Tomy, aunque breve, había dejado una huella invaluable. Las semillas de Tomy, como las semillas del perdón y la compasión, habían dado fruto, llenando su corazón de alegría y demostrándole que la verdadera amistad trasciende el tiempo y la vida misma. Inés nunca más se sintió sola; la bondad vivía en cada tomatito, hijo de Tomy, un recordatorio eterno de los valores universales que llevan a la felicidad.

Inés encontró la paz en su corazón y llenó de sabiduría no solo a sus hermanos, sino al valle entero... sabiduría que provenía de un ser tan pequeño y vulnerable como era su amigo. Nacido de una pequeña semilla, floreció en todas las almas bajo el sol.

...

Cuenta la leyenda que, al atardecer, cuando el viento sopla fuerte, todavía se escuchan las risas de los tomatitos y las historias graciosas del loro parlanchín.

Jorge Kagiagian


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