Mira la foto, arrugada y antigua,
un eco de luz que el tiempo diluye.
Sus dedos tiemblan, recorren la piel
de un rostro impreso en papel cruel.
Allí está ella, eternamente intacta,
la curva de su boca, la mirada exacta.
El mundo podría morir en silencio,
pero ella perdura en ese fragmento.
La tinta, casi un susurro gastado,
se mezcla con lágrimas de un pasado.
Susurra al papel, “Eres mi condena,
un fuego que arde y nunca se apena.”
Cierra los ojos, y en la penumbra,
ella se alza, como luna que alumbra.
Su cabello es un río, su risa es un canto,
y él la abraza en su sueño quebranto.
La foto, cansada, reposa en su mano,
un ancla, un refugio, un puente lejano.
Y mientras el sueño le cubre la frente,
la distancia se borra; ella está presente.
El alba lo encuentra, perdido en la calma,
la foto aún viva, pegada a su alma.
Porque aunque el mundo los quiso apartar,
en su corazón nunca dejó de estar.
Jorge Kagiagian
No hay comentarios.:
Publicar un comentario