Añoro la libertad,
pero su nombre es ahora un nido vacío,
un eco atrapado en el pecho de un cuervo.
Sonreír duele,
como si cada músculo guardara espinas,
como si la risa fuera un idioma extinto.
La felicidad es una farsa,
un maniquí con ojos de vidrio,
una cuerda floja sobre el vacío
donde nadie aprende a caer.
La paz aburre,
porque es un reloj sin manecillas,
una jaula hecha de espuma,
un lago que refleja lo que no soy.
Los sueños no duermen,
marchan sin rumbo sobre espejos rotos,
dejando huellas que nadie sigue.
Y despertar es un castigo,
un dios de ceniza que sopla mi nombre,
un tren que nunca llegó a su estación,
las alas que alguien olvidó en otra vida.
Jorge Kagiagian
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