La única esperanza

Un hombre aguarda, solo en la vastedad,

un milagro que atraviese la niebla y el tiempo,
con la fe quebrada, como un cristal sin nombre,
suplicando a Dios que se asome, invisible, a su mirada.

Sus manos vacías, su alma llena de grietas,
no sabe cómo pedirle a la vida que regrese.
La duda lo envuelve, como un manto pesado,
pero en su pecho arde, tímida, una chispa.

"Señor," murmura al viento, "si aún me oyes,
aunque mis dudas se amontonen como montañas,
te ruego un signo, aunque fugaz,
para reconocer tu rostro entre las sombras."

La noche es un eco que se extiende,
el cielo, ajeno a su espera, se pliega sobre él.
Su aliento se pierde en la quietud,
y en sus ojos, el infinito se refleja como un espejismo.

El silencio es profundo, más denso que la oscuridad,
pero en el aire, algo comienza a palpitar.
Una presencia cálida lo envuelve,
como un abrazo callado que llega sin previo aviso.

Sabe que el milagro tal vez no se haga carne,
pero un hilo de luz atraviesa la neblina de su ser.
No es certeza lo que lo sostiene,
sino la fuerza de creer cuando todo se desmorona.

Su fe es frágil, como la rama que resiste al viento,
pero en su interior algo crece, pequeño y firme,
un eco divino que resuena en su pecho,
y aunque aún teme, sigue adelante, sin entender.

La voz del viento, suave como un canto olvidado,
le susurra al alma, en una lengua sin palabras.
No sabe si bastará, si su fe será suficiente,
pero algo en su interior se calma, aunque solo por un instante.

Jorge Kagiagian 

No hay comentarios.: