Juicios sin fin


**Juicios sin fin**


El martillo cae, pero no marca el fin,  

sino el inicio de un teatro sin guion.  

El juez, con su toga de dios, sin sentir,  

dicta condenas en nombre de un dios sin razón.


Los acusados, marionetas de un destino sellado,  

con las manos atadas por mentiras que nadie escucha.  

Los testigos son sombras, los hechos olvidados,  

y el tiempo, un eco que la verdad no escucha.


La sala se llena de voces vacías,  

el fiscal, con su rostro impasible y firme,  

recita acusaciones como si fueran profecías,  

mientras el defensor se pierde en su propio abismo.


Las pruebas, como fantasmas, pasan de largo,  

sin ser vistas, sin ser tocadas, sin ser creídas.  

Y la balanza de la justicia, de hierro y barro,  

se inclina solo ante el poder de las heridas.


La farsa se despliega, y todos son actores,  

pero el guion ya está escrito antes de empezar.  

El prisionero, culpable hasta en sus temores,  

es condenado antes de poder hablar.


El veredicto no es más que un eco de la ley,  

una ley que no existe, que no sabe lo que es verdad.  

Y el juicio, como un juego cruel y sin rey,  

se termina sin justicia, solo con la impiedad.


La justicia, si alguna vez fue, ya no existe,  

es una máscara que se cae con el viento.  

La farsa del juicio, en su horror persiste,  

y en el silencio de la sala, resuena el lamento.


La rueda gira, sin fin, sin clemencia,

un juicio termina, otro toma su lugar,

y el ciclo se repite, en cruel coherencia,

mientras la verdad, al suelo, vuelve a caer sin hablar.


Cada sentencia es un eco que nunca se apaga,

el mismo teatro, la misma función.

El juicio no acaba, solo se propaga,

en un espiral de horror, sin redención.


Jorge Kagiagian

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