El miedo se arrastra por sus venas, como una serpiente venenosa. Pero no es el miedo del hombre que entra por primera vez en este lugar, no es el miedo de lo desconocido. Es un miedo profundo, antiguo, que se encuentra en algún rincón de su ser, más allá de las rejas. Es un miedo al olvido, a la condena silenciosa que acecha en cada rincón de su mente. La pregunta sobre Dios se disuelve en el aire, como algo que nunca llegó a ser. Algo que aún no puede comprender. A veces duda de su existencia, como duda de todo lo que le rodea, pero en algún rincón oscuro de su alma, una pequeña llama aún cree en Él. Tal vez, como cree en la justicia, aunque la justicia, como Dios, parece siempre eludirlo.
Se deja caer sobre la cama dura, el rostro mirando el techo gris, sin estrellas. Recuerda los días antes de entrar, esos días que ya se desdibujan como viejas fotografías en su mente. Piensa en las caras de quienes lo acompañaron en su vida fuera de este lugar, en sus esposas, aquellas que lo amaron, que creyeron en él hasta el último momento. Pero ahora, en esta celda, el amor parece distante, como un murmullo que ya no puede escuchar. Todo lo que queda es un eco, el eco de lo que fue y lo que pudo ser.
El tiempo aquí no fluye, no pasa. Se estanca, se detiene, se suspende en un espacio sin futuro, como si la realidad misma fuera una tela de araña que lo atrapa. A veces mira hacia la ventana, esperando ver algo, aunque sea un rayo de sol. Pero lo que ve es un muro gris, sucio, más sombras. Piensa en el sol que alguna vez vio, en el calor que tocaba su piel, en la libertad que nunca imaginó perder. Ahora solo queda la sensación de ser parte de algo más grande, algo que no entiende, una maquinaria que lo ha devorado sin piedad.
La pregunta sobre Dios lo sigue, pero no sabe si es un consuelo o una carga. Se debate entre la incredulidad y la necesidad de creer, entre la desesperación y una esperanza torcida. Si Dios existe, ¿dónde está ahora? ¿Por qué lo ha llevado hasta aquí, a este lugar donde los días se arrastran, donde el miedo se convierte en una sombra que lo acompaña?
Él no tiene respuestas. No hay respuestas aquí. Solo el sonido de los pasos de los guardias, el murmullo de los demás prisioneros, las horas que pasan lentamente, como una cadena que se alarga.
Y aún así, en alguna parte de él, sigue creyendo. Tal vez en Dios. Tal vez en algo más. Pero la celda no le ofrece respuestas, solo preguntas. Preguntas que no se pueden responder con palabras.
El sol sigue sin brillar aquí, pero el hombre aún espera algo. No sabe qué, pero algo. Algo más allá de las sombras.
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