**El Silencio de Dios II**
Me prometieron su amor eterno,
pero sus palabras, adornadas de mística,
son solo sombras vacías que pasan
como ecos de un tiempo lejano.
Me hablaron de un Dios que sana,
pero yo, naufrago entre sus falsas promesas,
no hallé en su nombre más que un abismo,
un abismo donde la salvación se desvanece
y la fe se torna en burla.
Me robaron mi vida con sonrisas doradas,
mis sueños, ahogados entre los rezos huecos,
y mi hogar, mi familia,
todo lo que alguna vez fui,
fue despojado como si nunca existiera.
Ellos, que se creen poseedores de la verdad,
me arrancaron la libertad con un gesto divino,
y me ofrecen ahora una existencia de humillación
y más soledad, un destino que me condena
a arrastrarme en su mentira sagrada.
Hablan del amor de Cristo,
pero en sus labios, ese amor se vuelve
espinas que desgarran el alma.
Ellos, los ministros de su nombre,
se llenan la boca de dulzura,
pero sus acciones son veneno disfrazado,
y lo que quedaba de mí,
ya no es más que la sombra de un cuerpo roto,
la esencia de un espíritu que se consume
en la indiferencia de sus oraciones.
Aquí, donde su presencia se invoca,
no la hallo.
Aquí, donde se dice que Dios camina,
su rostro es un misterio oculto
tras las rendijas del olvido.
Solo veo cristianos haciendo el mal,
solo veo manos que empujan hacia el abismo,
y cada acto en su nombre es una condena,
un grito ahogado en su propio egoísmo.
Me han dejado morir tantas veces,
y en cada resurrección, me matan de nuevo,
no solo mi carne, sino el alma misma,
desgarrada por la mentira de su divinidad.
No creo que salir de aquí sea una opción,
porque mi cuerpo ya no sabe lo que es vivir,
y mi espíritu, ya quebrado,
se pierde en las grietas de un falso Dios.
En cada palabra vacía hay una condena,
y en cada oración, un abismo más profundo.
El dolor no es solo lo que veo,
sino lo que ya no puedo sentir.
Aquí, donde se dice que la gracia fluye,
la gracia se ha agotado,
y lo único que queda es el eco
de una verdad olvidada,
una mentira a la que nos han condenado.
¿Será Dios un cobarde
o simplemente mi ser
no le importa?
Jorge Kagiagian
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