En los valles oscuros,
el alma se quiebra;
los días parecen fundirse en tinieblas.
Allí estás tú, mujer de luz infinita.
En las noches del miedo,
erguida como un faro,
nunca titilas.
El peso del mundo curva mi espalda,
las palabras me ahogan y la fuerza se apaga.
Tu voz, un murmullo, serena mi guerra;
tu mano, mi refugio,
me ancla a la vida, a la tierra.
Eres el puerto donde el naufragio cesa,
la calma que sigue al rugir de la tormenta,
la savia que nutre mis ramas caídas,
el sol que renace tras largas heridas.
De rodillas abrazo tus pies,
llegas a mi alma.
Me levantas, me sanas
con tus besos de miel.
No hay oro, ni joya que pueda igualarte;
tu amor no se compra, no se vende.
Los milagros tienen valor,
pero precio no.
Eres mi escudo, mi fe renovada,
la llama que brilla en la noche más larga.
Eres mi vigila, mi timón,
el sol divino,
la estrella que sigo,
el sendero por donde camino.
Por ti, respiro cuando falta el aire;
por ti, resisto aunque el miedo me abrace.
Eterna, constante, mi roca, mi aliada,
mujer que en la sombra
se vuelve alborada.
Eres la flor en la adversidad.
Jorge Kagiagian
Dedicado a Inés Melina Rodríguez Gacquer
1 comentario:
Tan bello... triste, esperanzador, romántico, melancólico. Simplemente hermoso. Inmensa mujer, la que es digna de este increíble poema.
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