Resumen
Este ensayo analiza críticamente el modo en que las plataformas digitales, particularmente YouTube, están moldeando el lenguaje, limitando la libertad de expresión y afectando la producción de contenido educativo. Se discute la fragmentación del español, la censura algorítmica, la autocensura de los creadores de contenido y la imposición de un lenguaje inclusivo mal concebido. Asimismo, se contrasta el enfoque occidental con el modelo educativo digital promovido en países como China. El texto concluye con una defensa del idioma como patrimonio cultural colectivo, que debe cuidarse con respeto y no deformarse por conveniencias momentáneas.
Introducción
En tiempos donde el consumo de contenido audiovisual supera ampliamente al consumo de textos escritos, las plataformas digitales se han convertido en reguladores invisibles del lenguaje, el pensamiento y la educación. Este ensayo propone una reflexión sobre cómo dichas plataformas, en especial YouTube, han impuesto una forma de censura que, aunque disimulada bajo la apariencia de “normas de comunidad” o “políticas de monetización”, restringe el discurso, simplifica el idioma y deteriora el acceso al conocimiento. Lejos de democratizar la información, estos entornos tienden a empobrecerla, priorizando lo superficial y lo rentable por sobre lo complejo y lo significativo.
1. La fragmentación del español y la deformación cultural
El idioma español, hablado por más de 500 millones de personas, ha sido históricamente una lengua rica en matices, registros y recursos expresivos. Sin embargo, su unidad y belleza se ven amenazadas por una proliferación de dialectos no solo naturales, sino forzados por modas impuestas, discursos identitarios mal planteados o la colonización cultural de ciertos sectores del entretenimiento.
Términos como chido o wey, representativos de variantes regionales del español mexicano, se han extendido de manera indiscriminada por influencia de contenidos audiovisuales sin contexto lingüístico ni respeto por la diversidad hispanohablante. Esta homogeneización empobrece el idioma y distorsiona su riqueza. Lo mismo ocurre con el llamado “lenguaje tumbero”, cuyo uso se ha normalizado en redes sociales y música, transformando errores fonéticos y expresivos en “estilo”.
Además, ciertos músicos y comunicadores populares promueven pronunciaciones que reemplazan la r por la l, deformación que no proviene de una evolución lingüística legítima sino del descuido expresivo elevado a moda. Estos fenómenos, lejos de enriquecer el idioma, lo trivializan.
2. La censura digital y la imposición del algoritmo
Uno de los fenómenos más alarmantes en el entorno digital actual es la censura algorítmica. YouTube, por ejemplo, restringe el alcance de videos que incluyen palabras como suicidio, asesinato, abuso, o Hitler, independientemente del contexto. La consecuencia inmediata es la autocensura: los creadores de contenido evitan ciertos términos para no ser penalizados por la plataforma, aún si el uso de dichos términos es informativo, educativo o testimonial.
Esto ha dado lugar a un lenguaje codificado que roza lo ridículo: a Hitler se lo denomina “el del bigote”, al COVID-19 se le llama “el coco” y al asesinato lo reemplaza un pitido. No se trata de metáforas literarias ni de licencias poéticas, sino de estrategias de supervivencia frente a un sistema que penaliza el contenido legítimo en función de criterios opacos.
Este modelo de censura tiene consecuencias más profundas: la imposibilidad de debatir temas sensibles, la pérdida de acceso a testimonios reales y la exclusión sistemática de la comunidad sorda, que al leer subtítulos censurados pierde información esencial. Así, la censura no solo afecta a quienes hablan, sino también a quienes necesitan comprender.
3. El colapso del contenido educativo
La lógica de monetización basada en la retención de audiencia ha provocado la desaparición de numerosos canales educativos de calidad. En su lugar, proliferan contenidos de consumo rápido, enfocados en el entretenimiento banal. Se privilegia el impacto visual sobre el contenido, el escándalo sobre la reflexión, la repetición sobre el pensamiento crítico.
Mientras tanto, en países como China, el contenido digital para niños prioriza la educación científica, la disciplina y el pensamiento lógico. En Occidente, en cambio, los algoritmos premian la superficialidad y penalizan el esfuerzo intelectual. Aprender se vuelve aburrido; entretener, una obligación. Esta tendencia atenta directamente contra el desarrollo cultural y cognitivo de las nuevas generaciones.
4. El espejismo del lenguaje inclusivo
En paralelo, se ha promovido de forma institucional un tipo de lenguaje inclusivo que, paradójicamente, no incluye a nadie. Al imponer fórmulas gramaticales artificiales como “todes” o “niñes”, se crea una fractura entre la lengua natural y una ideología que busca corrección sin claridad. Este tipo de intervención lingüística no resuelve problemas sociales reales ni combate la discriminación. Solo genera confusión, polarización y rechazo.
El español ya posee estructuras para expresar respeto, inclusión y diversidad sin necesidad de violentar su lógica interna. Forzar una transformación gramatical sin consenso académico ni fundamento práctico no es un acto de justicia: es una muestra de poder mal entendido. Pretender resolver desigualdades estructurales a través de alteraciones lingüísticas es, en el mejor de los casos, ingenuo; en el peor, una forma de manipulación simbólica.
5. Conclusión
El idioma no es una herramienta neutra: es reflejo de una cultura, una historia y una cosmovisión. Modificarlo con fines comerciales, ideológicos o algorítmicos no es inocente. Se juega mucho más que palabras: se juega el modo en que comprendemos y habitamos el mundo. La autocensura, la infantilización del contenido, la censura tecnológica y la ideologización del lenguaje convergen en un punto crítico: el vaciamiento del pensamiento.
La defensa del idioma debe ser, por tanto, una defensa del pensamiento libre, del conocimiento riguroso, de la palabra precisa. No se trata de resistirse al cambio, sino de distinguir entre evolución y adulteración, entre enriquecimiento y caricatura. Y sobre todo, de comprender que el español, como todo gran idioma, no necesita ser forzado: necesita ser respetado.
Porque, en última instancia:
El español es un palacio barroco: no se reforma con grafiti.
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