¡Viva la dictadura ajena!” — Cómo amar regímenes que jamás soportarías en carne propia

 

Hay una nueva especie que se reproduce en masa y sin pudor en redes sociales: el revolucionario de sillón. El que no conoce la escasez, pero aplaude el racionamiento ajeno. El que jamás toleraría una represión policial, pero justifica las de Maduro porque “Venezuela resiste el bloqueo”. El que vive de las libertades de Occidente, pero defiende a gobiernos que las consideran un virus. Sí, el progre romántico, ese que cree que China, Cuba, Venezuela —y últimamente hasta Rusia— son ejemplos de dignidad… aunque ni loco pasaría una semana viviendo en uno de esos paraísos.

China es su fantasía autoritaria favorita. Todo funciona, todo está limpio, los viejitos cruzan la calle ayudados por soldados sonrientes. Claro, siempre y cuando no digas nada inconveniente, no publiques memes, no creas en la religión equivocada ni pidas elecciones. ¿Campos de concentración para uigures? ¿Periodistas desaparecidos? Bah, eso son detalles que el imperialismo exagera. Lo importante es que China tiene “valores”, como la obediencia ciega y la represión meticulosa. Y eso, para muchos, ya es una virtud.

Cuba es la postal de la nostalgia. Las callecitas con autos viejos, la música en cada esquina, la dignidad en la pobreza. Lo que no te muestran en los videos turísticos es la desesperación, la falta de medicamentos, los médicos exportados como mano de obra esclava, los artistas censurados y los presos por opinar. Pero eso no importa: la revolución es linda si no te toca. “Cuba resiste”, dicen desde la pantalla de su MacBook, tomando café Starbucks.

Venezuela... oh, la joya bolivariana. El país con las mayores reservas de petróleo convertido en un campo de batalla por culpa del “imperio”. Sí, claro. Porque cuando no hay papel higiénico, la culpa es del Pentágono. Cuando la inflación te hace millonario en bolívares y pobre en la vida real, seguro fue la CIA. Pero para nuestros revolucionarios de sofá, Chávez y Maduro dos héroes. Dos visionarios. Dos líderes. Aunque millones huyan, aunque falte luz, comida y futuro, la culpa siempre será “de afuera”. Como si la revolución fuera perfecta... pero “le faltó tiempo”.

Y entonces aparece la Rusia de Putin, ese macho alfa geopolítico que fascina a los que ven en la democracia un signo de debilidad. ¡Ah, qué envidia dan esos países donde el presidente gana con el 87% de los votos después de prohibir a todos los opositores! Para muchos, Putin no es un dictador: es un estratega. Un defensor de la tradición. Un héroe “anti-Woke”. Claro, también es el que envenena críticos, encarcela activistas, invade países vecinos, censura la prensa y convierte a su pueblo en rehenes de su propio miedo. Pero, ¿quién necesita libertad cuando podés tener propaganda, testosterona y misiles?

Y en Estados Unidos, mientras tanto, los progres/liberales modernos —esa izquierda burguesa de Harvard y TikTok— se dedican a llorar por pronombres, cancelar comediantes y pelear por baños neutros, mientras no dicen ni una palabra sobre la persecución real en China o Rusia. Se preocupan más por si alguien dijo “chico” en vez de “chique” que por los periodistas asesinados en Moscú o las niñas encarceladas por cantar en La Habana. Su brújula moral tiene Wi-Fi, pero no GPS.

España no se queda atrás: el socialismo ya no es obrero, es estético. Se viste de derechos mientras recorta libertades. Pacta con separatistas, limpia la imagen de etarras, manipula jueces, pero se llena la boca hablando de memoria histórica. ¿Y quién los vota? Los mismos que creen que la corrupción es de “la derecha”, y que todo lo que hace la izquierda es por el bien común. “Hay que frenar a la ultraderecha”, repiten, como si eso justificara destruir instituciones democráticas desde adentro.

Y lo más irónico —lo más patético, en realidad— es que todas estas personas que defienden a China, Rusia, Cuba o Venezuela… jamás aceptarían vivir bajo esos regímenes. Hablan de dignidad ajena desde su libertad bien resguardada. Denuncian al “sistema opresor” mientras disfrutan de internet sin censura, elecciones libres, protestas masivas, alimentos variados y libertad de movimiento. Pero aplauden el silencio ajeno, porque eso les da una falsa sensación de superioridad moral.

Querido fan de las dictaduras:
Tal vez no seas revolucionario. Tal vez seas simplemente cómodo.
Tal vez seas cobarde.
O tal vez seas sólo eso: un hipócrita más que se cree valiente por gritar consignas en la seguridad de un país libre.

Pero no te preocupes. Si algún día el autoritarismo llega hasta vos, vas a tener tiempo de sobra para pensar en todo esto… en silencio.


Jorge Kagiagian 

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