¿Por qué hay algo en lugar de nada?
Esa es la pregunta fundamental de la metafísica. Una pregunta que, a pesar del avance de la ciencia, sigue siendo más filosófica que empírica, más existencial que técnica.
Tradicionalmente, esta cuestión ha recibido dos grandes tipos de respuestas:
- El universo ha existido siempre.
Esta es la postura del eterno retorno, del universo sin principio ni fin. Es la visión de algunos filósofos antiguos y, en versiones modernas, de ciertos modelos cosmológicos cíclicos. Aquí no hay una creación, sino una continuidad infinita de transformaciones. La nada nunca existió. - El universo fue creado por un ser superior.
Esta es la postura del creatio ex nihilo (creación desde la nada), central en las religiones monoteístas. Según ella, un Dios eterno, incausado y todopoderoso decidió crear el universo desde la nada absoluta. En este marco, la nada es realmente nada, una ausencia total de ser, y la creación es un acto de voluntad trascendente.
Ambas respuestas, aunque opuestas, comparten una premisa implícita: la nada por sí sola no puede hacer nada. O el universo ha existido siempre, o fue traído al ser por algo más allá de sí mismo.
Pero hay una tercera vía, más audaz y, paradójicamente, más coherente con lo que la ciencia ha observado:
la nada no es la ausencia de todo, sino un estado inestable, una estructura aún no desarrollada del ser. Un vacío pre-ontológico con potencialidad.
La nada como pluralidad fluctuante
La hipótesis de la densidad variable del espacio-tiempo parte de una redefinición profunda del concepto de nada. No la entiende como un vacío absoluto, sino como una serie de “nadas” con distintos grados de estabilidad, densidad y potencial de organización. No hay dimensiones extras, ni entidades trascendentes: la creación es un fenómeno emergente, interno a la nada misma.
Es decir, no hay un “algo” eterno ni un “alguien” creador. Lo que existe es una nada activa, plural y fluctuante, que en su dinámica interna genera diferencias, tensiones y eventualmente... existencia.
Una cosmología sin misticismo ni dogma
Esta hipótesis no niega a Dios, pero tampoco lo necesita. Si el universo emerge de fluctuaciones del vacío, y si ese vacío ya tiene propiedades internas que permiten el surgimiento de masa, campos y tiempo, entonces el origen de todo puede explicarse sin recurrir a una voluntad externa o a dimensiones ocultas.
Esto no implica negar el misterio, sino colocarlo en otro lugar:
Ya no es “¿quién creó el universo?”, sino “¿por qué la nada fluctúa? ¿Qué leyes gobiernan esa inestabilidad primigenia? ¿Qué determina que, de pronto, algo sea?”
Y lo más desafiante: ¿es esta la única vez que ha sucedido? ¿O vivimos dentro de un ciclo eterno de fluctuaciones, colapsos y renacimientos?
La nueva evidencia: antes no había, ahora hay
La premisa más contundente que sostiene esta visión es una observación sencilla pero irrefutable: antes no había nada, y ahora hay algo.
Ese hecho, por sí solo, invalida la idea de una eternidad inmutable y obliga a repensar el papel de la nada. Si algo surgió, y no había un creador visible ni un universo preexistente, entonces hay solo una opción lógica:
la nada puede crear.
O más precisamente: puede transformarse.
Esta hipótesis no es teísta ni atea. Es ontológica.
Y, al mismo tiempo, es profundamente espiritual: propone que la realidad misma nace del vacío, no como una ausencia, sino como una matriz fértil de posibilidades.
Jorge Kagiagian
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