El templo se quiebra en su propio aliento,
sus muros retumban con gritos de sal.
El incienso es humo de huesos quemados,
sus himnos no son más que lamentos de cal.
Oh Dios de la nada, de la carne astillada,
¿dónde escondes tu gloria en este erial?
Prometiste el fulgor de un reino eterno,
y solo dejaste un altar sepulcral.
Bebí de tu cáliz, mastiqué tus dogmas,
caminé tus sendas de espinas y azar.
Y en cada esquina encontré tu ausencia,
tu cruz es mentira, tu amor, un puñal.
Los ángeles ríen con bocas podridas,
sus alas son plumas de azufre y hollín.
Tu verbo se pudre en la boca del viento,
tu rostro es el mármol de un dios que no oí.
Hoy quiebro tu cetro con mis propias manos,
me alzo en el trono que nunca ocupaste.
El hombre es su dueño, su rey y su sino,
y en su propia sombra su templo alzará.
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