PARTE 1 – El infinito como fetiche y la ciencia como escape místico
La ciencia moderna, esa maquinaria de precisión obsesionada con explicarlo todo, ha encontrado en el infinito su comodín preferido. Cada vez que un problema parece no tener solución, aparece la carta mágica: infinitos universos, infinitas posibilidades, infinitas dimensiones. El infinito se convirtió en lo que antes era el alma o Dios: una palabra que se lanza como red salvadora cuando la mente choca contra el muro de lo desconocido.
La diferencia es que antes, ante lo incomprensible, nos recogíamos en silencio o hacíamos una oración. Hoy se dibuja un multiverso en la pizarra y se dice: "Esto es ciencia". Pero a veces, más que una explicación, es una evasión elegante. Porque el infinito no explica: diluye. No responde: disuelve la pregunta en una sopa de probabilidades incuestionables.
Decir que existen infinitos universos donde todas las combinaciones posibles se dan, es tan revelador como decir que “hay infinitos monos escribiendo infinitos libros”. Puede sonar profundo, pero en la práctica… no ayuda a entender por qué estamos leyendo este libro y no uno mejor.
PARTE 2 – El ajuste fino y el multiverso: ¿azar o atajo?
Uno de los ejemplos más claros es el famoso “ajuste fino” del universo. Las constantes físicas tienen valores tan precisos que, si cambiaran apenas un poquito, no habría átomos, ni estrellas, ni este ensayo. ¿Por qué esas constantes son así?
La respuesta jorgeliana número uno es: “Porque hay infinitos universos y justo tocó este.” Fin del misterio.
Pero esta explicación es, en el fondo, una forma de no pensar. Es como si alguien viera un dado caer veinte veces seguidas en el número seis y dijera: “No es raro, es que hay infinitos dados cayendo en infinitos mundos y este tocó así.” Esa respuesta no es científica, es narrativa. Lo que está diciendo es: “No busques más, ya está.”
Peor aún, muchos suponen que con infinitos universos, todo es posible. Pero tener infinitos elementos no significa tener infinita variedad. Es perfectamente posible imaginar un conjunto infinito de universos donde todos son idénticos, o donde existen leyes que restringen severamente la variedad.
Y entonces, ¿de qué sirve el infinito?
PARTE 3 – Agujeros negros, singularidades y el límite de las teorías
El otro rincón oscuro donde el infinito mete la cola es en los agujeros negros. La teoría dice que en su centro hay una “singularidad”, un punto donde la densidad se vuelve infinita, el espacio-tiempo se curva hasta romperse, y las leyes conocidas se rinden.
Pero decir “hay una singularidad” es como poner un cartel que diga: “Aquí nuestra comprensión dejó de funcionar, favor no insistir”. Es un punto negro, literal y metafórico, donde la física se calla y el infinito se vuelve excusa.
La física cuántica y la relatividad no se llevan bien allí. Se necesitan, pero se odian. Y en medio de esa pelea, el infinito aparece como un invitado que nadie invitó pero todos temen echar.
PARTE 4 – El universo dinámico y la fluctuación de lo fundamental
¿Y si en lugar de postular infinitos universos, miramos mejor el nuestro?
Una alternativa más honesta (y quizás más hermosa) es imaginar que las constantes no son eternas ni fijas, sino que fluctúan. Como olas en un océano de posibilidades. En algunas crestas, la combinación de valores no da lugar a nada. En otras, aparece un universo, como el nuestro, donde todo encaja.
Es una idea sencilla y poderosa. En vez de lanzar dados infinitos hasta que salga el número deseado, es aceptar que el dado mismo cambia de forma mientras rueda. Y que lo que hoy parece una casualidad improbable, tal vez sea simplemente una consecuencia inevitable de un proceso más profundo y aún incomprendido.
PARTE 5 – Energía, materia e infinito jorgeliano: los tres mosqueteros del desconcierto
Y aquí es donde aparece la trinidad jorgeliana: energía, materia e infinito. Tres palabras que se repiten como mantras en los textos científicos cuando ya nadie sabe bien qué decir.
La energía jorgeliana está en todas partes, incluso cuando no se la ve. Es como un rumor cósmico. Se menciona en todo: energía oscura, energía de vacío, energía inflacionaria. Pero si alguien pregunta qué es, la respuesta suele ser: “No sabemos, pero está en la ecuación y funciona.”
La materia jorgeliana, por su parte, es esa cosa invisible que “debe existir” para que los números cierren. ¿No encaja la rotación de las galaxias? Materia oscura. ¿No se explica el comportamiento del universo temprano? Materia exótica. A veces pareciera que, más que descubrirla, la materia se inventa para justificar ecuaciones que ya no queremos revisar.
Y luego está el infinito jorgeliano, el gran comodín. Un concepto elástico, omnipresente, casi místico. Sirve para justificar lo que no encaja, para tapar los agujeros en la teoría y para terminar cualquier discusión con un aire de sabiduría cósmica:
“¿Por qué este universo?”
“Porque hay infinitos.”
“¿Y por qué existen esos infinitos?”
“Shhh… eso ya es filosofía.”
PARTE 6 – Epílogo: una invitación a pensar sin atajos
El infinito no es el enemigo. Es, de hecho, una herramienta legítima cuando se usa con cuidado. Pero no puede ser la excusa universal, el argumento que tapa el agujero en lugar de explorarlo.
Quizás la ciencia, si quiere volver a ser filosofía en su mejor forma, deba recuperar algo de humildad. Aceptar que hay cosas que no entendemos y que decir “no lo sé” es más valiente que decir “hay infinitos”. Que asumir un misterio no resuelto es más honesto que multiplicarlo por cero y cubrirlo con ecuaciones.
Y quizás, al final del camino, cuando ya no quede más nada, descubramos que el universo es un poema en construcción, donde la materia vibra, la energía danza, y el infinito… simplemente se ríe.
Jorge Kagiagian
No hay comentarios.:
Publicar un comentario