Todo comenzó con un cuaderno viejo, de tapas duras, escondido bajo un árbol en el claro del bosque. Inés lo encontró mientras recogía hojas con Felicitas, su perrita inquieta. Pupín, que siempre llegaba tarde y con excusas imposibles, apareció justo cuando ella lo abría.
—¿Y si está embrujado? —preguntó él, medio en broma, medio en serio.
No tenía título. Ni autor. Solo palabras que empezaban sin explicación:
*"Todo comenzó con un cuaderno viejo..."*
Era **la misma escena que vivían**, escrita justo allí, con la misma letra que nadie había escrito aún. Inés leyó en voz alta, y el mundo pareció detenerse. Las palabras se adelantaban a sus movimientos. Todo lo que hacían, el cuaderno ya lo sabía.
Intentaron cerrarlo. No pudieron. Las hojas pasaban solas, y ellos quedaban atrapados en cada línea.
Primero, el claro desapareció. Luego, el bosque. Y después, el tiempo.
No recordaban cuándo habían comido por última vez. Ni si habían dormido. Solo sabían que el cuaderno seguía escribiendo. Y ellos, viviendo su historia.
Una sombra apareció entre las líneas. Una **mano oscura**, apenas un trazo, comenzó a dibujarse en los márgenes. No tenía forma humana. Pero parecía esperarlos.
Intentaron huir. Gritar. Quemar el libro. Pero todo lo que hacían solo aparecía como nuevas líneas de texto. El cuaderno se defendía escribiéndolos una y otra vez.
Hasta que, de pronto, el cuaderno se cerró.
Y el mundo volvió.
Volvieron al claro.
Pero ya no eran los mismos.
El musgo seguía allí. Las ramas, la luz quieta. Pero sus cuerpos… no. Las manos de Inés temblaban, cubiertas de arrugas. El cabello de Pupín caía con la gravedad de los años. Felicitas jadeaba, sus patas lentas, sus ojos sabios.
Habían envejecido.
El cuaderno estaba cerrado, en el mismo lugar. Pero ahora **latía**. Como si estuviera vivo.
Y allí ocurrió lo imposible.
El cuaderno comenzó a **pasar sus propias páginas al revés**. De derecha a izquierda. Una por una. El aire se llenó de viento circular, como si el tiempo comenzara a deshacerse. Las hojas se agitaban. El cielo cambiaba. Todo retrocedía.
Y ellos empezaron a desaparecer.
No como quien muere.
Como quien **es borrado**.
Las voces se les deshicieron. El cuerpo, la edad, los recuerdos, todo fue absorbido hacia el papel. Una a una, sus existencias fueron devueltas al libro.
Y entonces, todo retrocedió hasta el instante antes de abrirlo.
El cuaderno, cerrado.
El bosque, en calma.
Los tres, de pie frente a él.
Pero esta vez…
**No lo tocaron.**
Inés se detuvo.
Pupín sintió un escalofrío sin causa.
Felicitas ladró, breve, como un aviso.
Y siguieron de largo.
Sin mirar atrás.
El cuaderno quedó solo.
Aunque, por un instante, una página… **se movió**.
Como si todavía quedara una historia por escribir.
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¿Querés que lo titulemos también? Algo como:
**"El cuaderno que escribía solo"**
*...y lo que pasa cuando la ficción empieza a escribirte a vos.*
O preferís un cierre más críptico, tipo:
**"Volver al inicio nunca es volver igual."**
Jorge Kagiagian
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