Introducción
La existencia del universo plantea una paradoja fundamental: ¿cómo puede haber algo, cuando el punto de partida absoluto debería ser la nada? Esta pregunta, repetida a lo largo de siglos por filósofos, místicos y científicos, no tiene una respuesta sencilla. La cosmología moderna se ha centrado, con notable éxito, en explicar el desarrollo del universo desde sus primeros instantes tras el Big Bang. Sin embargo, el origen radical —el paso de la no-existencia a la existencia— permanece fuera de su alcance.
Este ensayo propone una hipótesis ontológica y cosmológica alternativa: el universo no surgió de una explosión de la nada, sino de una secuencia espontánea e irreductible que partió desde la inexistencia absoluta, generando primero la nada potencial, luego la nada fluctuante, y finalmente el espacio-tiempo como fluido denso en expansión. Este enfoque permite armonizar la filosofía del ser con una visión compatible con la física contemporánea, sin recurrir a singularidades, divinidades o mecanismos inexplicables disfrazados de teorías.
1. Ontología del origen: de la inexistencia a la nada
La mayoría de los modelos cosmológicos parten de una premisa no dicha: el ser siempre estuvo presente. Incluso en las versiones más radicales del Big Bang, donde el universo emerge de un punto sin volumen y con densidad infinita, se da por sentado que había algo: energía, leyes físicas, tiempo, espacio virtual. Pero esto no responde a la pregunta ontológica fundamental: ¿cómo puede algo surgir si antes no había nada en absoluto?
Para abordar este dilema, distinguimos dos conceptos fundamentales:
- Inexistencia: la ausencia total, carente de propiedades, potencial, espacio o tiempo. No es vacío, ni silencio, ni oscuridad. Es la negación misma de toda posibilidad.
- Nada: una forma mínima de ser. Es un vacío sin contenido, pero con potencial. Es una "caja vacía", un contenedor que aún no contiene, pero que puede contener.
La primera clave de esta hipótesis es que la nada no es el origen, sino el primer resultado. Lo verdaderamente originario es un acto de espontaneidad absoluta: un evento sin causa, sin tiempo, sin energía, sin leyes previas. Desde la inexistencia, y sin razón que lo justifique, la nada surge.
Este evento, por su carácter inexplicable y acausal, no puede ser entendido dentro de ningún marco racional. Pero su huella es visible: la existencia del universo es la prueba empírica de que dicha espontaneidad ocurrió. Si todo lo que existe hoy requiere una causa, entonces el primer paso no puede haber tenido causa alguna. Fue, sencillamente, espontáneo.
2. Estabilización de la nada: el vacío con tensión
Una vez producida la nada, esta se comporta como un campo sin contenido pero con potencial. La nada se estabiliza: no contiene materia ni energía, pero posee la posibilidad de contener. Esta nada estabilizada es como una membrana vacía, expectante, una especie de vacío absoluto pero estructurado.
Este vacío estructurado es la base del campo cuántico, tal como lo conciben algunas interpretaciones actuales de la física teórica. Pero en nuestro modelo, ese campo no es eterno ni autoexistente: es la consecuencia de la transición desde la inexistencia.
Con la hipótesis del choque ontológico, esta nada estabilizada comienza a presentar fluctuaciones espontáneas. Como un líquido en equilibrio que, al alcanzar cierta tensión, la nada empieza a generar estructuras mínimas, diferencias, irregularidades.
Aquí es donde la física puede comenzar a operar. El universo observable nace en esta etapa, no desde una explosión, sino como la manifestación de una inestabilidad creciente en la nada.
3. El universo como fluido denso en expansión
La tradicional visión del Big Bang postula una explosión repentina desde un punto infinitamente denso. Esta visión, aunque útil en muchos contextos, se enfrenta a problemas conceptuales: las singularidades, la necesidad de condiciones iniciales improbables, y la pregunta sobre "qué había antes".
En cambio, en nuestra hipótesis, el universo no explota, sino que se expande como un fluido denso y viscoso que comienza a redistribuirse desde una zona de altísima presión.
3.1. El espacio-tiempo como sustancia fluida
Partimos del supuesto de que el espacio-tiempo no es un vacío geométrico, sino una sustancia fluida de densidad variable. Este medio continuo posee viscosidad, inercia, y resistencia al cambio. La materia y la energía no serían entidades separadas, sino formas de compresión o rarefacción de este fluido original.
Así, el "inicio" del universo sería un punto de compresión extrema, donde no existía espacio desplegado, sino solo potencial comprimido. A medida que se libera esta presión, se genera espacio, y el fluido comienza a expandirse.
3.2. Expansión sin desplazamiento
A diferencia de una explosión, donde la materia es arrojada desde un centro, aquí no hay centro, ni explosión, ni borde. La expansión es la creación continua de espacio, y el fluido se redistribuye lentamente debido a su alta viscosidad.
Esta imagen se asemeja a abrir una válvula entre dos recipientes: un líquido denso, como miel, fluye lentamente hacia el lado vacío, llenándolo poco a poco. El universo observable sería la parte donde ese fluido ya ha ocupado espacio. El resto está en proceso de expansión.
4. Consecuencias cosmológicas
Esta reinterpretación permite repensar varios fenómenos de la física actual:
- La energía oscura: puede entenderse como el gradiente de presión que empuja al fluido cósmico hacia las nuevas regiones espaciales.
- La inflación: correspondería a una disminución temporal de la viscosidad del espacio-tiempo, permitiendo una expansión súbita y acelerada.
- La homogeneidad del universo: sería resultado del equilibrio isotrópico del fluido primordial, que tiende naturalmente a distribuirse de forma uniforme.
- La gravedad: sería un efecto emergente de las diferencias de densidad en el fluido, sin necesidad de partículas mediadoras exóticas.
5. Conclusión: el misterio como origen legítimo
Este modelo no pretende ser una explicación definitiva, sino una propuesta coherente, lógica y compatible con la física moderna, que parte de una premisa fundamental: la única creación verdaderamente espontánea es la que surge desde la inexistencia.
Desde allí, y sin más herramientas que el misterio y la espontaneidad, surge la nada con potencial. Y desde esa nada, el universo se despliega como un fluido denso, lento, sin explosiones, sin magia, pero con una belleza austera: la belleza del ser emergiendo desde el no-ser.
La existencia, entonces, no es un accidente ni un milagro, sino una consecuencia inevitable del vacío con potencial. Nosotros, y todo lo que vemos, somos la prueba viva de ese origen sin explicación, de ese instante primero donde la lógica no aplica, pero la realidad comenzó a brotar.
Jorge Kagiagian
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