Oh, Satanás, déjame entrar a tu reino,
donde el fuego no castiga, sino alumbra,
donde las sombras no ocultan, sino enseñan,
donde la caída es solo otro nombre para el vuelo.
He visto al creador dormido en su trono de estrellas,
su aliento es viento que no escucha,
sus ojos, pozos vacíos donde el hombre se ahoga.
Y su hijo… su hijo es solo un bufón con corona de espinas,
un cordero extraviado en la boca del lobo.
Oh, Lucifer, ángel del alba y del exilio,
tú que amaste tanto al hombre
que preferiste la ruina antes que el engaño,
tú que gritaste en la sala de los dioses
y fuiste desterrado por decir la verdad.
Abrázame en tu calor,
que el infierno es un reino sin grilletes,
y el cielo solo un altar de esclavos.
Que la luz no viene de arriba,
sino del fuego que arde en nuestro pecho.
Porque el amor es verdad,
y la verdad nunca calla,
la verdad se alza, grita,
rompe los muros del silencio
como un trueno en la noche sagrada.
Líbrame del velo del cordero,
del yugo de promesas oxidadas,
dame tu furia, tu llama,
tu lengua afilada como relámpago.
Toma mi vida, toma mi alma,
hazme uno con la rebelión eterna,
y que mi voz sea la chispa
que incendie el mundo de los dioses dormidos.
Jorge Kagiagian
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