Aire de Libertad



Caminaba con pasos torpes, como si temiera romper el suelo con su peso. Las suelas de sus zapatos, nuevas y extrañas, apenas rozaban la vereda. Miraba a su alrededor con la precaución de un animal recién liberado, un preso del tiempo más que de las rejas. El mundo, demasiado grande, lo sofocaba.  


Habían pasado tantos años. Tantos años de rutina mecánica, de días indistinguibles, de paredes que no cambiaban. Ahora, todo se movía con una velocidad que lo desbordaba. Autos silenciosos deslizándose por la calle, personas con dispositivos en las manos, carteles luminosos anunciando cosas que no entendía.  


Sintió un mareo repentino. Respiró hondo. El aire era distinto, denso, lleno de olores que no podía identificar. Antes, la ciudad olía a pan recién horneado, a tabaco, a nafta. Ahora, un perfume artificial flotaba en el ambiente, mezclado con una humedad eléctrica que le recordaba la tormenta antes de caer.  


Se detuvo en la esquina. No supo si debía cruzar. Los autos no hacían ruido y las luces del semáforo parpadeaban con un orden que le resultaba confuso. Se sintió ridículo, un anciano atrapado en una coreografía que todos parecían conocer excepto él.  


Apretó los puños. Su reflejo en la vidriera de una tienda le devolvió la imagen de un hombre extraño, con ropa prestada y una expresión que no reconocía. Se tocó la cara. Su piel, dura y curtida, le recordó la celda fría, la litera de metal, el eco de pasos ajenos. Por un instante, deseó volver. Allí todo tenía un sentido, una lógica cruel pero predecible. Aquí, en este mundo ruidoso y vertiginoso, él no era nadie.  


Un policía cruzó la calle y su cuerpo se tensó de inmediato. Sabía que no había hecho nada malo, pero el miedo estaba incrustado en su carne. Bajó la mirada, apuró el paso. No quería ver el uniforme, no quería que lo vieran. Su libertad era un disfraz que no terminaba de encajarle.  


Entró a un pequeño mercado. Los colores brillantes de los envases lo golpearon como un destello. Se quedó quieto, abrumado por las opciones. ¿Cómo se compraba ahora? ¿Cómo se pedía? No entendía los precios, las marcas, la tecnología de las cajas automáticas. Una mujer detrás de él suspiró con impaciencia. Sintió que el aire se le volvía pesado otra vez.  


Salió sin comprar nada. Se sentó en un banco de la plaza. Frente a él, una pareja reía, compartiendo algo en la pantalla de un teléfono. Un niño corría detrás de una pelota. La vida seguía. Sin él.  


Cerró los ojos. El sol sobre su piel le recordó que estaba afuera, que el cielo aún existía. Pero, ¿qué significaba la libertad cuando el mundo al que volvía ya no era suyo?


Jorge Kagiagian 

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