El exilio del alma



No pertenezco a ningún lugar;
soy un extranjero en mi propia existencia.
Veo lo que nadie ve:
las sombras detrás de las luces,
las grietas en los muros de la realidad.

No pueden engañarme,
pero, aun así, me mienten en la cara,
con sonrisas huecas,
con palabras que se deshacen,
como la piedra frente al mar.

Estoy libre,
en un mundo inmenso, casi infinito,
pero no hay un rincón donde descansar,
ni un hogar donde encender el fuego
y llamarlo mío.

Mi mente es mi único refugio,
un universo más vasto que la creación misma;
pero, dentro de su inmensidad,
solo habita la soledad.

Se tejen historias futuras
que jamás ocurrirán,
ecos de un destino
que nunca será.

Se dibujan recuerdos
de gente que ya no está,
susurrando en los pasillos del tiempo,
como fantasmas mudos.

El sonido esquizofrénico de mi propia voz
me atormenta,
me aleja del rincón
que supe robarme,
un refugio que nunca fue mío.

La muerte vino a tomarme;
extendió su mano fría sobre mi sombra,
pero un perro,
un simple perro,
la reclamó suya.

Y la muerte se retiró…

Así quedé, solo en la nada,
con un perro a mi lado,
un guardián de mi última chispa,
un maestro sin palabras.

Me enseñó que la vida
no es un lugar,
ni una certeza,
sino el calor de una presencia
que nos elige…
y nos salva.

Jorge Kagiagian



Versión "Lo que la justicia calla"



### **El exilio del alma**  


No pertenezco a ningún lugar;  

soy un extranjero en mi propia existencia.  


Veo lo que nadie ve:  

las sombras detrás de las luces,  

las grietas ocultas en los muros de la realidad.  


No pueden engañarme,  

pero aún así me mienten en la cara,  

con sonrisas huecas,  

con palabras que se deshacen,  

como piedra bajo el mar.  


Estoy libre,  

en un mundo vasto, casi infinito...  

pero no hay rincón donde descansar,  

ni un hogar donde encender el fuego  

y llamarlo mío.  


Mi mente es mi único refugio,  

un universo más grande que la creación misma.  

Pero dentro de su inmensidad,  

solo habita la soledad.  


Se tejen historias futuras  

que jamás ocurrirán...  

ecos de un destino  

que nunca será.  


Se dibujan recuerdos  

de quienes ya no están,  

susurrando en los pasillos del tiempo,  

como fantasmas mudos.  


El sonido esquizofrénico de mi propia voz  

me atormenta...  

me aleja del rincón  

que una vez robé,  

un refugio que nunca fue mío.  


La muerte vino a buscarme.  

Extendió su mano fría sobre mi sombra...  

pero una niña,  

una simple niña,  

la reclamó suya.  


Y la muerte se retiró…  


Así quedé, solo en la nada,  

con la niña a mi lado:  

guardiana de mi última chispa,  

maestra sin palabras.  


Me enseñó que la vida  

no es un lugar,  

ni una certeza…  

sino el calor de una presencia  

que nos elige…  

y nos salva.  


**Jorge Kagiagian**  


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