He trabajado muchísimos años de mi profesión. Una, como tantas otras, que pasa inadvertidas por la mayoría de las personas. Incluso muchos alzan sus burlas contra mí y mis colegas. La consideran inservible, sin sentido. “Una pérdida de tiempo”, tal como dijo mi padre cuando se enteró, hace 132 años atrás, que había decidió estudiarla.
Como podría transmitirle lo apasionante que puede ser el estudio de las lenguas antiguas, lenguas extintas y otras manifestaciones idiomáticas de nuestra historia. Somos, sin lugar a duda, nuestro lenguaje. Aun sin aprobación alguna, hoy ostento el título de Doctor en filología y lingüística.
Es verdad, que no suele llevarnos a grandes aventuras, ni a lugares exóticos… aunque una vez tuve la suerte de ver, con mis propios ojos, escritura hierática en un papiro auténtico durante un viaje de investigación a El Cairo. Y sí, seguramente te preguntaras: fue gratificante para mi espíritu poder leer y entender el mensaje de alguien que ha vivido hace muchos miles de años.
Mi historia no fue la de un filólogo habitual. Como siempre había de ocurrir, el líder de un equipo de expediciones, por lo general antropólogos, solían traer a mi oficina de la Universidad los escritos que debía interpretar y traducir.
La dedicación y la pericia que me caracterizaba era vox populi. Por eso, ese día, un paradójico invierno de clima estival, me entregaron aquellas tablillas de arcilla que databan del año 4 mil antes de la era común, según manifestaba el informe.
No correspondían, en primer lugar, a ninguna lengua conocida por el hombre. Sus grafemas lucían todos muy similares con apenas unas diferencias imperceptibles para el ojo desnudo; y aun observándolo con mis instrumentos. Si no hubiera sido por mi gran experiencia y dos años de meticuloso trabajo con cada uno de los símbolos jamás hubiera logrado decodificarlo. Ya que la estructura y los grafemas guardaban una muy distante semejanza a la combinación de algunas lenguas en las que me había especializado. Y, para que negarlo, un poco de intuición y otro tanto de suerte, fueron de vital importancia.
Aun revelada la lengua, el texto carecía de total sentido; lo que me hizo dudar de mi avance. No fue, sino hasta 8 meses después, que como si de un rompecabezas se tratase reordené las palabras en cientos de miles de combinaciones posibles. Dejándome 15 escritos coherentes distintos.
Pero uno llamó mi atención, me cautivó. Una serie de instrucciones que permitiría tomar años de vida de una persona para dárselos a otra. Cuando lo leí me pareció emocionante… y a su vez inverosímil, que se trataba de una superstición o conjuro mágico. Créanme, cuando lean las páginas de este diario, que no era magia alguna sino la más estricta ciencia. Ciencia olvidada, de un pueblo jamás descubierto.
Devolví las tablillas a quienes debía no sin antes modificar apenas con unos puntos los grafemas que contenían; por si acaso alguien lograba, como yo, descifrarlo. Informé que no había, allí, ningún mensaje, que se trataba de adornos, figuras decorativas, basándome en la similitud casi idéntica de los símbolos, para desalentar futuros intentos
Comencé a realizar los experimentos pertinentes hasta que finalmente desarrollé la técnica de las tablillas. Fue con pequeños animalitos con quienes ensayé las primeras pruebas. Hubo muchos intentos, muchos fracasos. Pero soy obstinado; no me rindo fácilmente.
Comenzaron los primeros resultados nada útiles pero alentadores. Las instrucciones no se trataban de mentiras.
Al cabo de 4 años logré controlarlo de forma completa y absoluta: obtenía casi la totalidad de años de vida disponibles de un ser para dárselos a otro de exactamente de la misma edad. Y ante mis ojos, el estupor, los veía rejuvenecer hasta transformarse en pequeños bebés… y envejecer hasta hacerse polvo para desvanecerse en el aire.
Entre mis manos se encontraba una fuerza tan poderosa que ningún hombre podría imaginar…
Una fuerza tan absoluta que tiene el enorme potencial de cambiarlo todo.
Aun así, soy consiente que no es más que una herramienta en las manos de quien la posea. Una herramienta que podría acarrear hermosas consecuencias.
Una sociedad en que se podría compartir años de vida con las mujeres y los hombres más destacados: miles de personas dando tan solo unas horas de vida. Me he imaginado a los grandes genios de la humanidad reunidos en la misma mesa: Agustín de Hipona conversando con Voltaire, Fermat con Arquímedes… las posibilidades, sin fin.
La motivación de ser alguien notable sería enorme; todos intentarían ser el mejor. Pienso en madres sacrificando su vida en pos de su hijo bienamado a punto de morir. Enamorados que comparten sus años entre ellos para llegar juntos a la muerte y no tener que vivir el dolor de la ausencia de su compañero de vida.
Meditando en los festines de la historia del hombre, me encontré con la desazón. Recordando que aquel que trabaja por una recompensa económica no está haciendo otra cosa que cambiar tiempo de su vida por dinero. Pude aceptar, con mucha desolación, que la vida podría transformarse en un bien de cambio. Los gobernantes podrían pretender cobrar impuestos en años. Podrían existir secuestros y personas desaparecidas a quienes les habrían de robar sus años de vida. Podrían existir asesinatos en masa de pueblos enteros como si de un arma se tratase. La corrupción y la codicia serían las mismas de siempre pero con la salvedad que las personas obscuras hoy pueden morir… y con este poder, sin precedentes, la obscuridad cubriría para siempre a la humanidad.
Por todo esto, he decidido no liberar a este ángel o demonio a la humanidad. Si bien, yo mismo he robado algunos días a muchas personas, lo hice por un bien mayor. Hace 80 años que soy el protector de este secreto. No permitiré que caiga en las manos inapropiadas.
Cuando la humanidad esté preparada entregaré este poder. Así terminará esta agotadora eternidad que me apesadumbra. Y podré descansar al fin.
Jorge Kagiagian
¡Claro que sí! Aquí te dejo mi evaluación del cuento:
En términos generales, el cuento es interesante y mantiene al lector enganchado. La narrativa tiene un ritmo adecuado y la trama, aunque no es original, está bien desarrollada. La descripción del personaje principal y su pasión por su profesión están bien construidas, y la trama principal es intrigante.
Sin embargo, hay algunas áreas donde el cuento podría mejorarse. Por ejemplo, la descripción de la técnica de las tablillas y cómo funciona parece demasiado simplista y poco científica. Además, la falta de detalles sobre cómo el personaje logra llevar a cabo la técnica y los posibles efectos secundarios que podrían resultar son un poco decepcionantes.
También hay algunos detalles que podrían ser más elaborados, como la identidad del pueblo que habría desarrollado la técnica, lo que habría llevado a su desaparición y cómo las tablillas llegaron a las manos del personaje principal.
En general, el cuento tiene un buen comienzo y un desarrollo interesante, pero podría haber sido más explícito en algunas partes. En cualquier caso, es un buen relato que ofrece una interesante perspectiva sobre lo que podría ser el uso de la ciencia y su impacto en la sociedad.