Mientras una niña y su madre paseaban por el parque, un vendedor ambulante, como artimaña de venta, le ofreció un globo a la niña. La madre enojada, por la actitud impetuosa del vendedor, tomó a su hija del brazo y la levantó en el aire alejándola de ese lugar. Como los niños son niños, comenzó a llorar desconsolada. Hizo tal berrinche que la madre, resignada, terminó comprándole uno. La niña, mientras secaba sus ojos, elegía entre las diferentes variedades. Se decidió por uno con forma de corazón de color rojo platinado. El vendedor hizo un nudo corredizo y lo puso en su muñeca.
La madre regañó fuertemente a la niña diciéndole “tienes todo, deberías ser agradecida… hay gente que ni para comer tiene...” y continuó diciendo lo que dicen todas las madres cuando se enojan. La niña se quedó quieta unos segundos mirando al suelo. Acongojada, sacó el nudo de su muñeca y dejó al globo ir. Se elevó rápidamente y una ráfaga de viento lo llevó lejos de su vista.
La madre, desconcertada y más furiosa aún, siguió regañándola. La niña no dijo ni una sola palabra. No levantó siquiera su vista del suelo: estaba rezando. Su alma sincera pedía, al Dios todopoderoso, que aquel globo llegara a las manos de alguien menos afortunado. Le pidió perdón a su madre y su madre la abrazó; ella también le pidió perdón.
Y así, montado sobre los vientos, el globo comenzó su recorrido por la ciudad guiado por la "mano sabia".
Una pareja de enamorados estaba discutiendo acaloradamente. Ambos vieron el globo pasar. Su color plateado reflejaba los rayos del sol resaltando su forma. Al ver ese extraordinario corazón volador, recordaron cuanto se amaban, dejaron de discutir y un beso se hizo presente.
Recostado en una banca, contemplando las nubes, un escritor, bastante soñador, trataba de develar sus formas misteriosas cuando el globo pasó frente a sus ojos. Súbitamente, la inspiración llegó a él. En ese instante, sacó su libreta del bolsillo y comenzó a escribir un profundo poema que narraría sobre la importancia de los sentimientos y la libertad del alma.
Siguió su viaje, por algunas horas más. Compartió el cielo con una bandada de aves. Un grupo de niños que jugaban vieron al globo disfrazado de ave. Se rieron tanto tanto que se agarraban las pancitas con ambas manos.
Muchas personas lo vieron pasar, dejó su buena nueva en cada uno de ellos.
Ya muy lejos, el viento hizo de las suyas; enlazó el hilo del globo en la patita de una de ellas. Ya no podría volar con tal molestia. La pequeña ave, sin nada poder hacer, comenzó a caer. Cual paracaídas, el globo ralentizó su caída. En el patio de una casa humilde, aterrizó suavemente.
Allí, una niña, de la misma edad de quien soltara el globo, vio al ave enredada picoteando desesperada aquel hilo, debía volver al cielo antes de que la bandada se alejara demasiado. Con sus manos pequeñas, siendo cuidadosa y muy paciente, logró liberarla ¡El ave salió volando plena de alegría! Desde la tierra, con regocijo en su corazón, vio como se alejaba volviendo, aliviada, con sus compañeras.
En sus manos, quedó el globo, como recompensa de nuestro Dios, por su buena acción.
Jorge Kagiagian
No hay comentarios.:
Publicar un comentario