Carta Para Tu Alma Buena

Las ansias de besarte vienen impetuosas pero tus besos, antes perfectos, hoy saben a dudas. Tu cuerpo hermoso cubierto está por un evidente velo de silencios y enredadas falsedades.
Percibo a mi lado la pesadez implacable de tu ausencia ¿Pero cómo habría de estar junto a ti, si el misterio ronda cual espectro maldito ahuyentando los milagros que hemos sabido conseguir?

Hemos enterrado nuestros sentires en un penoso y destartalado féretro. Cerrada, su tapa, con clavos hechos de oxidadas mentiras de quienes sólo saben de rencores, ardides y disfraces.
Nunca habré de tener celos de ti. Jamás temeré que otro hombre pueda florecer en el jardín de tu bello corazón porque sé que tú y yo, juntos, somos inmarcesibles.
Pero, aun así, vagas errante entre tinieblas.  Dime amor mío ¿Qué ocultas? dime ¿La entrega de mi vida toda no vale tal confianza?

Pensando en ti, ya fueron cien noches las arribadas sobre mis tribulaciones. En el papel, mis manos sólo saben llorar. Y mi corazón abatido muere en el amargo desvelo que sólo sabe destruir aquellos puentes que solían llevarme a ti.

Sobre mi mesa de estudio, tu retrato. Si supieras el cariño inmenso que hube de sentir cada vez que alzaba mi vista y se presentaba ante mis ojos tu rostro eternizado. Si supieras que cada vez que el mero sonido de tu nombre, ante mí, se revelaba como una inmaculada voz de un ángel misericordioso dador de la más hermosa felicidad.
Hoy, aquí, frente al papel, deleitado con tu rostro enmarcado una sonrisa en mi boca se despierta breve, casi oculta. Una sonrisa que nunca será.  Una sonrisa que inevitablemente habrá de fallecer frente a la reminiscencia del incierto que reina en el rojo de tus labios.

¿Qué has hecho? ¿Por qué temes su revelación?
Despójate de todo miedo. Devela tu secreto, al menos, sólo a mí y lo atesoraré por siempre. Mi boca muda jamás repetirá palabra alguna.  Así, tú podrás rescatar el sabor de tus besos que yacen exiliados en las tierras lejanas del olvido.
Si has un error cometido, yo sabré indultar. Si ha sido un espantoso crimen no seré yo quien habrá de juzgarte sino, al contrario, abogaré en tu defensa. Seré yo quien luche por ti porque tú eres la noble ensoñada de este caballero a darlo todo dispuesto.

Es tiempo ya de que tomes mi mano, y te fundas en mí, y yo en ti. Unidos en el mismo espíritu brillando hasta enceguecer las miserias de los obscuros pérfidos que siempre habrán de envidiarnos.

Tú y yo somos una bella aventura de amor que intenta renacer.

Aguardando siempre tu beso tierno.

Jorge Kagiagian




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Las ansias de besarte vienen impetuosas pero tus besos, antes perfectos, hoy saben a dudas. Tu cuerpo hermoso cubierto está por un evidente velo de silencios y enredadas falsedades.
La sinceridad huyó de tus palabras. Percibo a mi lado la pesadez implacable de tu ausencia ¿Pero como habría de estar junto a ti, si el misterio ronda cual espectro maldito ahuyentando los milagros que hemos sabido conseguir?

Hemos enterrado la confianza en un penoso y destartalado féretro. Cerrada, su tapa, con clavos hechos de oxidadas mentiras de quienes sólo saben de rencores, ardides y disfraces.
Nunca habré de tener celos de ti. Jamás temeré que otro hombre pueda florecer en el jardín de tu bello corazón porque sé que tú y yo, juntos, somos irrefutables.
Pero, aun así, un secreto vaga errante entre las tinieblas.  Dime amor mío ¿Qué ocultas? dime ¿La entrega de mi vida toda no vale tal confianza?

Pensando en ti, ya fueron cien noches las arribadas sobre mis tribulaciones. En el papel, mis manos sólo saben llorar. Y mi corazón abatido muere en el desvelo de esta incertidumbre que sólo nos sabe distanciar.

Sobre mi mesa de estudio, tu retrato. Si supieras el cariño inmenso que hube de sentir cada vez que alzaba mi vista y se presentaba ante mis ojos tu rostro eternizado. Si supieras que cada vez que el mero sonido de tu nombre ante mí se revelaba como la inmaculada voz de un ángel misericordioso dador de la más hermosa felicidad.
Hoy, aquí, frente al papel, deleitado con tu rostro enmarcado una sonrisa en mi boca se despierta breve, casi oculta. Una sonrisa que nunca será.  Una sonrisa que inevitablemente habrá de fallecer frente a la reminiscencia del incierto que reina en el rojo de tus labios.

Dime ¿Qué has hecho? ¿Por qué temes su revelación?
Despójate de todo miedo. Devela tu secreto, al menos, sólo a mí y lo atesoraré por siempre. Mi boca muda jamás repetirá palabra alguna.  Así, tú podrás rescatar el sabor de tus besos que yacen exiliados en las tierras lejanas del olvido.
Si has un error cometido, yo sabré indultar. Si ha sido un espantoso crimen no seré yo quien ha de juzgarte sino, al contrario, abogaré en tu defensa. Seré yo quien luche por ti porque tú eres la noble ensoñada de este caballero a darlo todo dispuesto.

Es tiempo ya de que tomes mi mano, y te fundas en mí, y yo en ti. Unidos en el mismo espíritu brillando hasta enceguecer las miserias de los obscuros pérfidos que siempre habrán de envidiarnos.

Tú y yo somos una bella aventura de amor que intenta renacer.

Aguardando siempre tu beso tierno.

Jorge Kagiagian

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