Baile de Máscaras
Nathan Seulmort, un joven de unos quince años de edad provenientes de
una familia católica que vivía en Paris desde hace varias generaciones. Su
entorno era humilde pero había tenido la posibilidad de educarse en un
instituto prestigioso gracias a su condición religiosa. Además de tener acceso
a personas influyentes y conservadoras (militares de alto rango, políticos,
estudiosos, entre otros). Era un tanto atractivo pero no era ello lo que lo
destacaba frente a otros muchachos sino su temperamento divertido y alegre.
Su padre y su madre no fueron los pilares de su crecimiento. Los valores
morales los adquiría gracias a los fantásticos libros que lo desvelaban noche
tras noche. Odiseo llenó su imaginación de aventuras, de actos heroicos y de la
idealización más perfecta del amor.
Nació en una situación político-social única y particular de Francia. La
monarquía de aquellos años estaba debilitada. Las contiendas entre la aristocracia
eran de saber popular; lo cual creaba un clima ideal para que algunos
intelectuales obtuvieran el apoyo de un pueblo agotado para ir en búsqueda de
un nuevo concepto de libertad.
En aquellos tiempos, el rey organizaba diferentes eventos para apaciguar
y distraer a la burguesía de los temas controvertidos. Había grandes bailes,
fiestas, desfiles. Los cuales Nathan disfrutaba de forma plena. Si bien él
percibía claramente los desmanes políticos y la verdadera intención que ellos,
escondían no había razón alguna para no disfrutarlos ya que de hecho solían ser
considerablemente entretenidos.
Durante uno de esos eventos, precisamente en un baile de máscaras.
Prepararon especialmente el salón más gran del palacio. Lo iluminaron con
lámparas de aceite y candelabros dorados. También se podía apreciar las
detalladas molduras del cielo raso y el suelo cubierto de coloridos mármoles.
Las pinturas renacentistas adornaban las paredes y los altos ventanales tenían
cortinas de color rojo escarlata.
Una orquesta tocaba sus acordes mientras ingresaban los invitados. Los
sirvientes y criados ofrecían bebidas y variadas comidas.
Se podía ver a la distinción de la concurrencia. Luego cumplir con las
formalidades protocolares se concentraban en pequeños grupos; se escuchaba el
constante murmullo de las poco interesantes charlas de temas cotidianos,
familiares y otros sin mayor importancia.
La noche parecía fiasco para Nathan. El baile era demasiado aburrido
para un muchacho de su edad. Estaba por retirarse a su hogar cuando ella
ingresa por la puerta principal del palacio. Su vista se detuvo en cada detalle
de la joven. Llevaba un flamante vestido rosa y un pequeño antifaz blanco.
Tenía un largo cabello rubio trenzado con una mantilla blanca que lo envolvía.
Llamó su atención, no solo por su indiscutible belleza sino por su carácter
espontáneo y risueño. Inmediatamente se acercó a ella para invitarla a bailar
pero antes de que pudiera hacerlo un grupo de personas requirieron la atención
de la hermosa desconocida. Desde lejos, se podía apreciar como asentía con la
cabeza y forzaba interés a los predecibles comentarios de aquella gente
bastante mayor.
Impaciente, esperó unos interminables minutos, sin perder un ojo sobre
ella, hasta que pudo acercársele:
“Bienvenida, señorita.” - Dijo mientras se
inclinaba dibujando con su mano una exagerada y graciosa reverencia.
“Quisiera invitarla a disfrutar de este hermoso
baile y de esta melodía encantadora que
me ha cautivado tanto como la belleza de su mirar”.
De inmediato, las mejillas de la joven se sonrojaron como las más
tiernas de las criaturas y una sonrisa se escapó dulcemente… luego aceptó.
Nathan al ver que su bello cuerpo envolvía un ser encantador sintió como su
corazón aceleraba su palpitar.
La joven extendió su mano adornada con un guante al codo de color blanco.
Él la tomó suavemente, con una delicadeza sin igual, y la guió hasta el centro
de salón donde comenzaron a bailar.
Entre notas y compases, entre giros y vueltas. Una palabra daba lugar a
otra; pronto averiguaría su nombre, Lune. Lo pronunció varias veces para sí
como degustándolo y siguieron bailando. Entre armonías y sonrisas, entre
miradas y silencios sintieron coincidir en una sensación nueva para ambos.
Al terminar la música se sentaron. Nathan censuró el impulso de
abrazarla y besarla; lo cual era realmente difícil para alguien tan pasional.
Lune estaba demasiado nerviosa como para pensar en algo así. Conversaron durante toda noche.
Al terminar la fiesta, él como un digno caballero la acompañó hasta su
hogar. Una vez allí, sin poder contener más su impulso desbordado y adolescente
juntó calidamente sus labios con los de ella... despidiéndose de forma
inolvidable para ambos.
Esa noche la felicidad los había elegido.
Mientras se retiraba grande fue la sorpresa de Nathan al ver entrar a
Lune en su residencia. Estaba en la propiedad de la Perpétuel. Una familia
reconocida de Paris, comerciantes y contadores; tenían contactos y relaciones
con personas importantes cercana a la corona. Era indiscutible que ella no era
una empleada sino que nada menos que la hija de Albert y Monique Perpétuel.
Caminando lentamente, reflexivo pero inundado de alegría, Nathan, se
retiró a su hogar a donde esa noche sus ojos permanecieron abiertos.
Las visitas a Lune comenzaron lentamente. Lo presentaba a sus padres
como un nuevo amigo pero, como es de suponer, la madre había intuido la verdad
desde el primer instante. Afortunadamente también había dado su visto bueno
porque le bastaba ver a su hija levantarse cada mañana con la sonrisa única que
solo el amor puede dar.
Pero las visitas pronto serian cada vez más frecuentes. Lo que llevaría
al padre a tomar parte del asunto.
Durante uno de esos días lo invitó, con una muy seria expresión, a ir
con él a la biblioteca. Firme pero respetuoso insistió que se pusiera cómodo.
Nathan se sentó en un sillón con la cara pálida y el cuerpo petrificado.
Tuvieron una muy larga y tendida charla; todo un cuestionario. Gracias a Dios
hubo las suficientes coincidencias que le permitirían libre acceso a su hogar
con la implícita autorización a la evidente relación que tenia con su hija.
En realidad eran personas muy cálidas y sencillas de humilde procedencia
que nunca habrían de olvidar. Como todo padre, solo se preocupaban por el
bienestar de su Lunite. Nathan fue ganando la confianza rápidamente, no
tardaría en ser considerado un hijo más.
Lune era educada, inteligente y delicada. Solía sonreír ampliamente
contagiando su alegría a quien la viera y cuando no lo hacía, transmitía paz.
Estaba llena de vida y de enérgica juventud. Era personalidad era sencilla pero aún así estaba
llena de gracia. Su mirada era cautivadora.
Disfrutaba mucho la vida campestre. Amaba a los animales, ardillas,
perritos, cualquiera fuere. Le gustaba compartir y en encontraba recompensa
ayudando. Eternamente enamorada del atardecer en el arroyo y de la luna, que le
dio su nombre, iluminando su rostro durante una noche estrellada.
Solían recorrer la ciudad, caminaban durante horas a orillas del río Seine. Se detenían sobre el puente de
arcos para charlar y contemplar, a lo lejos, los grandes edificios y monumentos
como la Sainte-Chapell.
Durante algunos momentos la conversación se detenía en un dulce silencio
y una posterior risa tímida aparecía entre ellos que los invitaba a un nuevo
abrazo.
“No existe nada más interesante
que la conversación de dos amantes que
permanecen callados.”
Que lindos eran los paseos que compartían. Tomados de la mano caminaban
por los jardines bajo la mirada tierna de todos los transeúntes. Se los veía felices
sentados en los banquillos de las grandes plazas.
El atardecer fue testigo de los incalculables besos que se regalaban
cada día.
“Se dice que las almas buenas tienen el mismo
aspecto que el de la persona cuando niño.
No es casualidad que el amor más puro sea vivido cuando aún no nos hemos
enfrentado a las banalidades de este mundo”.
Révolution française
Aquel día se levantó de su cama, se vistió y salió a caminar como era su
costumbre. Las calles estaban totalmente pobladas, toda la muchedumbre se
dirigía hacia al emblemático Palais Royal.
Allí un joven no mucho más grande que él, una tal Camille, llamaba la atención de la concurrencia
tratando de reclutar gente para una causa:
“No toleramos más a este estado solo nos ha traído
desgracias y los beneficios que recibimos no son más que mentiras, placebos
para los tontos. Debemos derrocar a Luís XVI. Hay que liberarnos del yugo,
sacarnos los grilletes. Tomar las armas e ir a pelear. Porque si no lo hacemos
pronto vendrán con sus cañones por nosotros. ¡Pour la république!”
Nathan escuchaba sorprendido por la enérgica actitud y el convencimiento
de este.
Las palabras del joven continuaron:
“Este es el momento hay actuar. Nos corresponde
cumplir con el deber moral y luchar contra un estado en decadencia y en franca
caída para buscar el bien común de esta nación.
Una nueva Francia libre surgirá de entre las
ruinas, los sobrevivientes serán los
próceres del futuro y los caídos los nuevos héroes.
¡Liberté,
égalité, fraternité, ou la Mort!”
El corto pero elocuente discurso, lleno de pasión movilizó su alma
aguerrida y el espíritu rebelde. También era cierto que todos los hombres de la
ciudad con edad de servir militarmente debían tomar las armas sea por un bando
o por el otro; ya porque oían el llamado del deber o por el miedo a ser
declarados traidores y luego muertos… realmente no había demasiadas opciones.
Nathan deploraba la injusticia y siempre que podía defendía a quien lo
necesitara; lo cual a veces era una cualidad digna de admiración y otras veces
no era más que una fuente de problemas. Podríamos decir que era un idealista.
Meditó durante días. Luego tomó la difícil decisión; seria un nuevo
soldado en las filas de los revolucionarios.
12 de Julio de 1789
Ahora venia lo realmente complejo: ¿Cómo decírselo a Lune? ¿Como haría
que comprendiese lo que vendría sobre ellos, sobre su familia y sobre toda la
ciudad?
Pensó en preparar el ambiente y la situación para que fuera lo más
propicia posible.
Fue a uno de los jardines más grandes y delicados de todo Paris. Allí
obtuvo una flor bellísima. Era una rosa color rojo intenso como su sentir y el
dolor de la noticia.
Se encontraron pasado el atardecer en una de las plazas donde solían
verse. Le dio un fuerte beso acompañado con la sorpresiva flor. Lune estaba
encantada y más enamorada que nunca. No se imaginaba las palabras
desalentadoras que vendrían.
Con la mirada desgarrada comenzó a explicarle; Lo hizo claramente. La
situación del país, y que lo haría por una Francia mejor y que iban a vivir
juntos en una nación de paz. Le prometió que todo saldría bien. Que no haría
otra cosa que buscarla apenas terminen los enfrentamientos. Y todas esas cosas
que dicen los muchachos esperando ser convincentes sin siquiera estar cerca de
lograrlo.
Pero no había razonamiento lógico posible para ella. Lune insistió
fervientemente en escaparse juntos. Tomaría dinero de sus padres para dejar
atrás a Paris, a Francia o a Europa de ser necesario. No iba a soportar la
incertidumbre y la desesperación; no quería que muriese allí. Inmediatamente, con
la desesperación en sus ojos y el corazón destrozado dio media vuelta y echó a
correr… pero el ágil brazo de Nathan la detuvo. Percibió su dolor como propio,
se angustió y sintió todo el amor que ella tenia por él. No podría nunca
despreciar ese sentimiento tan noble de una joven tan sensible. Por lo cual
cambio su decisión y le prometió que huirían de alguna manera.
De un salto Lune abrazó a Nathan y lo besó frenéticamente en sus
mejillas, en su cara y en su boca… todas las muestras de alegría y de afecto no
se detuvieron durante toda la tarde. Ni durante el anochecer. Aquel día fue la
primera vez que no pudieron detenerse. Encendieron el fuego de sus cuerpos; se
dejaron llevar hasta donde nunca habían ido antes.
En la oscuridad de aquella intimidad las últimas palabras que se oyeron
fueron:
“Nada
podrá robarnos jamás la sensación de haber sido feliz esta noche porque te tuve
entre mis brazos, mis besos fueron tuyos y tu cuerpo fue mío…
Mi amor, no me dejes despertar jamás del
milagro de tu amor”
No es necesario saber quien las pronunció porque fueron compartidas por
cada uno de ellos.
13 de Julio de 1789
Las manifestaciones se hicieron populares, las voces se hacían escuchar
estruendosas. Las propiedades del estado comenzaban a arder. La milicia
revolucionaria estaba en plena formación; mientras que en Versailles la vida continuaba indiferente como de costumbre.
Albert Perpétuel, el padre, previendo un desarrolló nefasto de los
problemas políticos tenia, desde hace tiempo en su mente, una forma de escapar
del país. Era tan sencilla como viable. Solo varío lo necesario para incluir al
nuevo miembro de la familia.
El plan consistía que en el momento de que el sol se ocultarse, Nathan
desertaría de las filas revolucionarias para dirigirse a la mansión. Desde allí
partirían al norte donde cruzarían el canal de La Manche para finalmente exiliarse en Londres. Albert ya había
hecho los preparativos, tenía suficiente dinero y ya había contratado a la
gente necesaria para lograrlo.
14 de Julio de 1789
El estallido de la revolución no tardó en llegar y su rugido se haría
escuchar en todo Paris traspasando las fronteras y los océanos.
La mañana comenzó con el ataque insurgente al Hôtel des Invalides; en donde se hicieron de los mosquetes y
cañones imprescindibles. Nathan ya era parte de las acciones contra el estado.
Durante la tarde, el asedio a la prisión de la Bastille y su posterior toma dejaba en claro que nada detendría al
pueblo francés.
El descontrol no tardó mucho en generalizarse. Los saqueos y los
asesinatos ocurrían a metros de distancia uno de otro.
El grupo del cual formaba parte Nathan estaba repleto de criminales y
ladrones de poca monta que lejos de tener ideales, querían quedar congraciado
con el nuevo gobierno. Y para hacerlo acechaban a las personas cercanas al rey.
Iban de casa en casa haciéndolo tan violentamente como fuera posible.
Durante estos episodios, uno de los reos propuso ir al norte de la
ciudad para ir a las mansiones Lydon, Perpétuel.
”Vayamos ahora, me gustaría ver a esa gente
pudriéndose en una fosa común. Y podemos
hacernos de mucho dinero”
Asesinar a esas familias era fácilmente justificable, comerciaban con el
estado y recibían grandes favores.
Nathan por unos segundos quedó inmovilizado por el terror. No podía
permitirlo.
Todavía ellos estaban allí esperando por él. En un lapsus de lucidez
comenzó a reírse frenéticamente y dijo:
”¿!Lydon?! ¿De que estas hablando? Hace meses
que volvieron a Inglaterra Jajaja y ¿!Los Perpétuel Jajaja… de donde has sacado
esa información?! Si están tan quebrados que no tienen para vivir.”
Y continúo:
”¿!Acaso ninguno de ustedes no ha escuchado que
tenían todo a la venta?! Ya no les queda más nada a esa pobre gente. Deberías
pensar antes de hablar no tenemos tiempo que perder” – decía en un tono mordaz.
”Vayamos al sur allí están los dueños de las
industrias y de los viñedos…”
Su actuación convenció a todos. Su argumento fue el mejor pero también
lo obligaba a ir con ellos, dejar atrás el plan de escape y a su Lune. Y así lo
hizo.
Mientras tanto, Lune esperaba nerviosa su llegada. Estaba parada junto a
la puerta de la residencia. Los gritos desgarradores, los disparos, el
estruendo de los cañones se escuchaban desde el otro lado de la ciudad. La
hacían temblar de miedo. Solo encontraba consuelo en aroma de aquella flor que
atesoraba entre sus manos ansiosas.
Mientras esos miserables asesinaban y robaban, Nathan quería llorar pero
lo ocultó amargamente. Sintió como el odio por aquella gente oscurecía su alma.
Casi sin darse cuenta, quedó inmerso en una sanguinaria batalla. Y luego
otra… y otra.
Luchó incansable a la par de los soldados de oficio aunque era todavía
un joven; eso no lo detuvo. Mantenía la sonrisa de Lune en su mente en todo
momento.
Vio los horrores de la guerra,
muertes, ultrajes todas las miserias de los hombres unidas frente a él.
Vivió cosas que ningún hombre debería vivir jamás, sufrió la muerte y su
mirada se endurecía luego de cada disparo.
Durante una de las ofensivas percibió como una de sus balas perforaba el
cuerpo de otro ser humano. Se acercó y lo miró a los ojos; una parte suya moría
junto aquel desconocido. Nunca volvería a ser el mismo.
Luego de unos días las batallas terminaron. Juntaron los cadáveres para
agruparlos y enterrarlos.
Cumpliendo con su palabra dejó las armas en la plaza central y
transformado en hombre fue corriendo a la mansión. Solo encontró escombros y
las ruinas de un incendio. Quietud y el
eco desgarrador del silencio. El jardín desolado yacía en su puerta. Nada
quedaba. Pero allí, en el piso junto a la puerta, aplastada estaba
inconfundible aquella flor. La pobre muchacha había esperado sentada en el
pórtico la llegada que no fue.
Nathan se dirigió al muelle. La embarcación contratada todavía estaba
allí; nunca llegaron. Intuyó lo peor. Sus rodillas se quebraron y cayó al suelo
lamentándose por no haber estado a tiempo. Todo era su culpa.
El cochero y el muelle
Solo una persona podía confirmar que estuviesen muertos o si habían
logrado escabullirse del caos. Aquel no era otro que el cochero de la familia,
el encargado de llevarlos al muelle. Localizarlo no fue un problema ya que él
era un hombre anciano a quien nadie le daba demasiada importancia y estaba
siempre en su hogar. Allí se dirigió.
Luego de las formalidades el anciano sirvió unos bocadillos y algo para
natural para beber. Enseguida comenzó a detallar lo ocurrido:
“El señor Albert me pagó por adelantado para ir
a buscar a su familia quienes saldrían de viaje por tiempo indeterminado. Yo no hice demasiadas preguntas, hacía veinte
años que trabajaba para ellos y los he conocido siempre como personas de bien.
Al ocultarse el sol yo estaba ya en la puerta
de la mansión tal como me habían pedido. Su joven hija estaba parada junto a la
puerta. Me acerqué y anunció mi llegada.
Rápidamente colocaron todo el equipaje en el techo del carro.
La niña se negaba a partir, se sujetaba de la
puerta mientras tironeaban de su brazo. Sin poder hacer otra cosa, el padre la
desprendió bruscamente y subió al carro tironeando a la niña. Lo bien que hizo ese hombre de haberse
quedado unos minutos más habría tenido un final desgraciado entre el fuego y
los escombros. Pobre, aún recuerdo que lloró durante todo el trayecto de
nuestro viaje… ”
Detuve la charla del anciano y le pregunté acerca de porque no habían
llegado al muelle. Y si sabía donde podría encontrarlos. El hombre respondió:
“Viajábamos muy veloz, sin detenernos por nada.
Cuando estuvimos cerca del muelle nos dimos cuenta que estaba ocupado por las
milicias leales al rey. Buscaban atrapar
a quienes intentaran escapar de Francia. Momentos antes que se acercaran,
descendieron todos rápidamente bajando consigo el equipaje; todos excepto yo.
La familia se alejó del camino a pie. Unos de los hombres, dirigiéndose a mi,
preguntó que hacía a esas horas por aquel lugar. A lo cual respondí que iba al
puerto para tratar de conseguir alguna persona que necesite viajar y pueda
ofrecerle mis servicios. Los hombres quedaron conformes con mi explicación y me
exhortaron a que vuelva por donde vine. Esa vez fue la última que supe de la
familia. Durante la huida nunca dijeron a donde irían.”
Al escuchar esas palabras, Nathan se alegró. Se tomaba la cabeza
mientras reía feliz. Abrazó al anciano
como si se tratase de uno de los mejores amigos. Le dejó algo de dinero por su
ayuda. Y salió corriendo; no sin antes
agradecer a Dios.
Los Viajes
La revolución fue una meta alcanzada. Pero estaba muy lejos de ser lo
que el pueblo esperaba. Un nuevo grupo se apoderó del poder. En vez de libertad,
igualdad y fraternidad una nueva era de excesos y horror comenzaba.
La cacería contra enemigos políticos fue despiadada. Búsquedas de chivos
expiatorios, traiciones y acusaciones faltas de verdad. Fueron innumerables las
caídas de las guillotinas sobre los cuellos desnudos de hombres, mujeres y
niños.
Nadie estaba seguro de no ser decapitado y de que sus cabezas no fueran
exhibidas en una pica a la vista de toda la ciudad.
Se lamentó por haber sido parte del levantamiento y de haber dejado su
vida en post de una causa que aparentemente fue un engaño.
Tardaría algún tiempo en ver que todo aquello inspiraría a los pueblos
del mundo para que alcen sus propias banderas de independencia y libertad. Y su
pecho se llenaría de orgullo. Porque es sabido que actuar de forma correcta
siempre recompensa al hombre bueno; aunque sea contrario a su conveniencia
porque el sentimiento del deber cumplido es siempre mayor. Y algo bueno aún
existía dentro de él. Conservaba un hilo de cordura; el amor por Lune.
De todos modos, ya nada podía hacer. Su vida tenía que continuar. Debía
encontrarla no había nada más en su
mente.
Pero como hallarla, entre los millones de habitantes de Francia y ni
siquiera sabía si estaba aún en el país. En el medio del estado de sitio, las
persecuciones y las acusaciones de espionaje no había forma segura de hacer
averiguaciones, ni siquiera siendo cauteloso. Era demasiado peligroso. Tomó la
opción más inteligente: sin llamar la atención indagar en silencio.
Había pensado en recurrir a los viejos amigos de la familia Perpétuel.
De esa manera podría llegar a averiguar en donde estarían. No se preocupaba por
ser reconocido ya que había cambiado bastante su aspecto. Los años y la guerra
había hecho su rostro más áspero y una mirada más dura brotaban de sus ojos. Su
ropa era humilde, casi harapienta, por lo cual era lógico que buscara algún
trabajo que le diera el suficiente dinero para cubrir sus necesidades básicas.
Durante algún tiempo (algunos meses) trabajó con los Valjean como
podador, sin poder obtener ninguna información. Luego con los LeVartan. Pasaron
muchas otras familias, y no lograba obtener ningún dato relevante. Cuando algo
parecía verosímil aprovechaba sus días libres para recorrer esos lugares y
constatar la información; pero luego de cada viaje parecía enfermar por la
decepción. Sus ojos rojos de esconder tanta desolación y tantas lágrimas
delataban un alma acongojada al borde de la ruptura.
Pero no lograba encontrar obtener algún dato que lo guiara, una pista,
no había quedado señal alguna. Parecía que se habían esfumado.
La única opción era recorrer ciudad por ciudad, pueblo por pueblo… averiguar casa por casa, en comercios, palacios, hospitales y cementerios hasta llegar a ella.
La única opción era recorrer ciudad por ciudad, pueblo por pueblo… averiguar casa por casa, en comercios, palacios, hospitales y cementerios hasta llegar a ella.
Emprender aquella labor no era más que una locura, una fantasía, un delirio; pero nadie le advirtió que era imposible de alcanzar.
Lo cual me recuerda a mi padre. Alguna vez él oyó una frase que siempre
compartía con quienes lo desanimaban frente a sus metas y anhelos, decía algo
así:
“Como no sabían que era imposible, lo lograron”.
Siempre recordaré esta frase; a mi padre y a aquellos que no se rinden.
Una noche, derrotado se entregó a la voluntad divina del misericordioso
Dios. Se postró ante él y rezó:
“Alabado padre celestial, los años pasan y
tengo en mi pecho un sufrimiento que me quema por dentro. Vivo el infierno
dentro mío cada día y durante la soledad de las noches el malestar aumenta y me
tortura. La culpa me castiga. El miedo de no verla más me enceguece y eclipsa
mi mente. Padre mío muéstrame el camino, el camino hacia ella porque mi amor por ti es grande. Soy yo, tu hijo que
sufre por amor. En el nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador. Amen”.
Pasaron muchos años e incontables viajes. Prácticamente recorrió todos
los distritos franceses. Realizó cualquier trabajo, bastaba con que le
permitiese sobrevivir y continuar con su objetivo. Siempre al borde la
indigencia. Cualquiera hubiese abandonado mucho tiempo antes pero no él. Era
auténtico y fiel. Jamás se rendiría.
Comenzó a trabajar para una nueva familia, realizaba tareas de carga y
descarga de alimentos, carneado de corderos y limpiezas varias. Nunca tenía la
oportunidad de hablar con sus patrones ya que los empleados tenían prohibido
hacerlo. Durante una charla escuchó el apellido Perpétuel, se estremeció hasta
la locura. Dejó pasar algunos minutos, se acercó al capataz y le preguntó sin
darle demasiada importancia a donde iba dirigido la próxima entrega y este
haciendo caso omiso respondió. Nathan no podía creer, estaba extasiado llegaría
ya el momento de verla. No hubo necesidad de anotar nada; no había forma de
olvidarlo.
Siempre he creído, o mejor dicho, he preferido creer en el destino. Que
todos tenemos a alguien predestinado esperando por nosotros. Disfruto
profundamente de esa idea; aunque me decepciono al ver que a veces parece no
ser cierta. He visto hasta el cansancio penosas separaciones y amores
traicionados. Lágrimas que forman ríos de angustia cada día más caudalosos
¿Quien no ha vertido las suyas allí alguna vez?
Pero cuando encuentro en este mundo una sola pareja de enamorados
fundidos en su sentimiento; que a pesar de todo siguen luchando juntos vuelvo a
creer en este milagro. Aún más ferviente que antes.
Durante la noche preparó su escaso equipaje y partió antes del amanecer.
¡Mosa de Lorraine era su próximo destino!
Durante el trayecto escribió en su cuaderno:
“¿Cuantos caminos crueles y callejuelas sin
salidas fueron necesarios? ¿Y cuantos más harán falta? Todos nos guían al mismo
lugar una y otra vez… atrapados en un laberinto de preguntas sin respuestas.
Todos nos llevaran a abandonar este mundo, sin importar cuanto hagamos. Pero un
solo beso tuyo haría nuestro tiempo infinito, detenido eternamente en ese
instante único del cual jamás querré escapar.”
La Espera
Luego de unos días llegó a Mosa. Con algunas pocas monedas que tenía buscó hospedaje. Rápidamente consiguió trabajo es una taberna, donde trabajaba prácticamente gratis. Pero él sabía bien que los hombres que allí frecuentaban bebían mucho y que tenían lenguas fáciles de estirar. Así lograría obtener la ubicación exacta de residencia de Lune; era una ciudad pequeña en relación a otras y había adquirido cierta experiencia en la búsqueda de personas en esos largos años.
Hizo averiguaciones de todo tipo. Recorrió los pueblos cercanos. Y no
logró tener ni siquiera una señal de que hayan estado allí. Parecía que nadie
conocía el apellido Perpétuel. Estaba apesadumbrado.
Una tarde, como tantas otras veces, fue a comprar los víveres para
reponer las alacenas del taberna y a realizar otras diligencias encomendadas
por su jefe.
Una mujer cruzó su camino. Llevaba un delicado vestido rosa. Era alta y
esbelta; agraciada de toda belleza que un hombre puede admirar y desear. Sus
cabellos rubios y lacios caían por sus hombros y por la espalda
vertiginosamente. Los ojos verdes eran esmeraldas alojadas en un rostro
perfecto. Quedó paralizado, su cuerpo no respondía y su mente se detuvo de todo
pensamiento. ¿Podría ser ella? Era imposible, se frotó los ojos para que el
espejismo se desvaneciera pero no ocurrió. Evidentemente era ella.
¡Cuánto había cambiado! Era una mujer extraordinaria. ¡Y él seguía
siendo un infortunado! Un hombre del montón pero con el rostro añejado más allá
de su edad y su única riqueza eran sus ropas viejas y grises. Era alguien que
nadie apostaría una moneda en él.
La vergüenza se apoderó de Nathan. Dirigió la vista al suelo asumiendo
su condición; no se atrevió siquiera a estirar un brazo o pronunciar una
palabra. Solo pudo volver a su domicilio. Se echó sobre su cama con los ojos
abiertos y derrotados mirando, sin parpadear, al techo roído de la sucia
habitación de la pensión.
Cuan difícil es mirarse al espejo y no reconocerse. Ver que esa imagen no
corresponde con lo que hay adentro de uno. Enfrentarse al prejuicio popular y
sobre todo con el prejuicio de uno mismo. Vivir preocupado por las
consecuencias de nuestros actos; reprimiendo los propios deseos que nos lleva a
odiarnos por no atrevernos a ser.
Yo extraño mis años de infancia donde nada de eso existía; era realmente
libre. Parece que nadie logra escapar de todo eso.
Nathan padeció aquello mismo. ¿Que debería hacer? ¿Como acercarse a
ella? ¿Si es que debería acercársele? Su mente estaba obnubilada y confundida…
En los días siguientes intentaría averiguar más antes de mostrarse.
Durante algunas semanas merodeó por el mismo lugar del bazar donde la había visto.
Recolectó alguna información. Esperaba
cruzarla en su camino pronto.
Lune demoró algunos días en volver al bazar. Esta vez cargaba varias
bolsas por lo que su paso era lento y torpe. En un primer impulso de caballero,
Nathan quiso ofrecerle su ayuda. Pero se sentía avergonzado de su vestimenta y
de todo su ser. Solo se atrevió a seguirla algunas calles abajo. Cerca de un
arroyo, había una casa muy grande perteneciente a un status social considerable.
Tenía dos pisos y con la fachada pintada de blanco, descubría el gran número de
ventanas y habitaciones. Para evitar ser visto corrió rápidamente rió arriba donde
las hierbas, los arbustos eran altos y frondosos. Desapareció entre ellos.
Luego de unos minutos, se detuvo y se sentó en una piedra junto a la
orilla mientras el corazón palpitaba velozmente y el respirar agitado le
dificultaba estar parado con comodidad. No podía creerlo había descubierto cual
era su hogar. Tanto esfuerzo comenzaba a dar los frutos esperados.
Su imaginación volaba y sus manos temblaban. Ni un sonido podía salía de
su boca. Tardó en acomodaba sus pensamientos. Tomó su cuaderno y escribió lo
siguiente:
“Esperé acongojado durante muchas noches con
mis ojos apenados pero esta vez fue diferente, te vi una vez más. Pero temo que
un rayo de luz me haga abrirlos y descubrir que el haberte visto haya sido un
sueño; descubrir que un ser macabro te puso en mi mente solo para divertirse.
Temo que todo lo que empezó termine de súbito dejando en mi paladar el agrio
sabor de una larga soledad.”
Ahora tenía que idear una manera inolvidable de llegar a ella y darse a
conocer. Debía ser especial, memorable y única… ella no se merecía nada menos
que todo lo que él pudiera darle.
Al otro día, se levantó muy temprano. Tomó todo el dinero que le quedaba
y compró un frac azul y un chaleco amarillo, se aseó y perfumó. Hizo una
reserva en un prestigioso restaurante. Estaba listo para enfrentarla después de
tantos años. Un ramo de flores, un regalo y todo su ser entregado a ella.
Llegó cerca a su casa. La observó de lejos. Las cortinas estaban
cerradas; no había ningún movimiento. Golpeó la puerta y nadie respondió.
Habían salido de viaje, solo un criado se acercó para alimentar a los perros.
Le hubiese preguntado acerca de ella, de quienes vivían ahí, donde estaba y
demás pero no quería ser confundido con un ladronzuelo que requería información
sobre cuanto tiempo estaría la casa deshabitada y ser denunciado, perdiendo
toda oportunidad de reencontrarse de forma decorosa. Estaba desilusionado.
¿Pero ya había esperado tantos años porque no esperar un poco más?
Se quedó sentado allí. Al comienzo fue sencillo, un clima de verano y la
cálida brisa facilitaba todo. Pero los
días pasaban y él seguía allí. Volvía a su habitación muy tarde a la madrugada
y volvía al amanecer.
El invierno llegaba y con él las lluvias y el frío. Pero nada se eso lo detendría. Una manta lo
cubría. Cuando la nieve caía se subía a una de las ramas de un árbol para
evitar que la ropa se humedeciera.
Una olla y unas ramas cocinaban los frutos que tenía, fueron muchos
días, muchas semanas.
Durante una de esas esperas, tomó su cuaderno y escribió sus
sentimientos:
“¡Oh! Niña sensible, eres mi luna
melancólica…El reflejo de tu rostro sobre el lago despierta las emociones y
recuerdos de una niñez inconclusa. Añoro, ver mi cara junto a la tuya, rozar
tus cabellos rubios y tu sonrisa perfecta. Contarles mis secretos más profundos
y llorar las tristezas que me atormentan desde que ya no estas...Mirarte y
sentirme acompañado de tu cálido brillo fraternal.
¡Oh! Compañera luna, siempre que alce la vista
al cielo sabré que estarás junto a mí.
¡Oh! Amiga luna, el tiempo es lento pero no
pierdo la ilusión de ver mi alma caminando junto a ti por el sinfín de
estrellas que llenan de paz a todo mi ser.”
El invierno entregó al mundo cada uno de sus días; Nathan la aguardó sin
desfallecer.
No se cansaría nunca de esperar, no había nada más importante para él;
de ser necesario hubiese estado allí eternamente…
¿Qué otro deber tiene el hombre además de esperar al amor de su vida,
entregarse a ella y hacerla feliz?
Desconsuelo
Aquel día de primavera, el sol brillaba intenso y el cielo parecía más
azul. Las flores brotaban pintando el campo de colores. El calmo sonido del
correr de un arroyo y las melodías de revoloteantes pajarillos completaban una
mañana espléndida.
A lo lejos, se oía el alborotar de los caballos y el rodar de un
carruaje. Nathan se situó en un terreno alto, le permitiría observar claramente
a la distancia.
Los caballos se acercaban a la mansión a un trote lento. La intriga de
si allí vendría ella crecía a cada galope. Parecía que no llegaría nunca.
Luego de unos minutos, se detuvo en la puerta del hogar. El cochero
descendió, llevaba una ropa oscura y caminaba muy formal. Abrió la puerta
lateral del coche de la cual un hombre alto, delgado y de buen vestir se
avistó. Le dio la orden al cochero y este comenzó, de inmediato, a bajar el
equipaje atado fuertemente en el techo.
Por último, hermosa y solemne, bajó lentamente Lune. Estaba ansioso y
extasiado, le temblaban las manos de los nervios. Le crujía el estomago de
emoción…. en definitiva, estaba loco de amor.
Arregló su vestimenta rápidamente y recogió unas flores, no sin antes
tropezarse varias veces a causa de la agitación. Se encontraba preparado para
el reencuentro… al fin llegaba el momento.
Estaba por descender de la colina cuando aquel hombre tomó la mano de
Lune. Parados en la entrada la besó dulcemente y juntos entraron a la
residencia.
No tengo palabras para describir sus emociones, ni su frustración…. solo
puedo decir que en ese instante, Nathan se debilitó y sus piernas comenzaron a
temblar; no podían sostenerlo. Luego un vértigo en su pecho lo venció; una nube
negra lo cubría. De súbito, todo a su alrededor se oscureció hasta que
finalmente su cuerpo se desplomó inconsciente, casi muerto.
Pudo haber fallecido en ese mismo lugar y a nadie le habría importado.
Se levantaría recién muchas horas después, con las entrañas quebrantadas
y el corazón mutilado. Literalmente arrastró su cuerpo para salir de aquel
lugar.
Ningún hombre podría amarla tanto como él; seguramente era cierto. Estaba
dispuesto a entregar su vida por ella. A soportarlo todo y de hecho así lo
demostró.
Quien podría cuestionar el derecho de Lune para elegir su camino. Que
argumento lo impediría; y si existiera alguno, quien tiene la autoridad para
hacerlo o conoce los padecimientos que habrá cargado como fortuna… pero
igualmente no dejaba de hacerlo daño.
Luego de haber visto aquella escena su salud se deterioraba con rapidez.
Cayó enfermo repetidas veces, cada vez tardaba más en recuperarse.
Su piel empalidecía por momentos. Tenía fiebre, delirios y malestares
crónicos… apenas lograba moverse. Estuvo en su cama durante muchas semanas sin
que nadie lo cuidara, se preocupara o notara su ausencia.
Una noche, la muerte entró en su habitación. Se presentó tan placentera,
tan cautivadora… lentamente se acercó. Alzó su mano espectral y acarició su
frente.
Cuantos enigmas guardan aquel momento último de la mortalidad. Ver la
propia vida eclipsada por el fin; cuando el cobarde llora y el valiente sonríe.
Sentir el instante fugaz del adiós; cuando eres y ya no serás.
Pero aún no era su momento. El corazón cansando del muchacho se negó a
detener.
La muerte es siempre tan inconmovible como cierta y eterna. Ladrón
impune de nuestros seres amados… pero Nathan no era amado por nadie.
“Se puede tener, en lo más profundo del alma,
un corazón cálido, y sin embargo, puede ser que nadie acuda a él.”
Evitar morir a cambio de permanecer con la soledad de un amor ausente no
es más que una vileza, la vida vale mucho menos que el amor. Y él no tenía
razón porque vivir… ya no tenía a Lune. En su interior no había nada que
pudiera morir, quizás por eso no lo llevó con él. Misterioso destructor que
responde solo a sus propios designios.
Se retiró sublime; se alejaba. Nathan extendió su débil brazo. Emitía un
agónico sonido; unas palabras se desprendieron:
“Al fin comprendo porque nadie ha escrito jamás
sobre cuan seductora eres, nadie se ha resistido a partir contigo. Siento tu
aura, me colma de paz y libertad.
Muéstrate amiga Muerte, muéstrame tu secreto...
Ten piedad de mi dolor y revélame, al menos solo a mí, si estoy en el infierno
o él dentro de nosotros.
Por favor, no te vayas o llévame contigo aunque
el precio de mi insolencia sea perecer en la nada eterna.”
Su cuerpo joven se repuso a pesar que solo quería morir.
Al volver sus fuerzas, decidió averiguar quien había robado su lugar.
Llamaría a la puerta sin preludio alguno.
Su vestimenta era lamentable y ya no tenía dinero alguno. Fue hacia la
residencia absolutamente desalentado. Golpeó la puerta y atendió el llamado
aquel elegante individuo, su nombre era Fabrice. Luego del las formalidades de
saludos y bienvenida. Le preguntó cordialmente el motivo de su visita. Nathan
tartamudeo y balbuceó un poco por lo cual Fabrice lo invitó a entrar.
Un niño travieso corría y una niñita lo perseguía por toda la casa. La
pequeñita chocó atolondrada contra la pierna de Fabrice y preguntó: “¿Quien es
él, Papá?”.
Esa oración hizo estragos en la mente de Nathan, sucumbió. Estaba quería
irse de esa casa maldita. Toda una existencia imaginando una familia con ella,
tanto esfuerzo para nada. Todo concluía en un último punto final: la derrota
definitiva y tristeza sin fin.
La garganta de Nathan permanecía cerrada como si intentara terminar con
su vida asfixiándose. Aquel hombre que tanto despreciaba dijo:
“Te prepararé algo de comer, mi esposa este día
no está en casa. Tendrás que disculpar que no sea el mejor anfitrión. Ella fue
a visitar a sus padres”.
Aprovechando la situación y la visita, Fabrice, habló sobre algunos
temas:
“Antes que nada te contaré que mi nombre es
Fabrice Moret. Soy médico y profesor universitario. Antes vivía en Paris pero
entre todos los desmanes políticos mi familia prefirió mudarse aquí. Es
agradable la vida fuera de la cuidad. ” – la envidia lo carcomía a Nathan
porque de haber hecho eso mismo hoy sería él quien contara esas historias.”
El visitante, al fin, logró formular una oración. Preguntó sobre su
familia y como conoció a su esposa. Argumentando que le gustaba los relatos de
romances y de amor.
Luego de sonreír, respondió:
“Lune y yo nos conocimos hace unos siete años.
Ella era una joven y sumamente bella; por más increíble que parezca era
soltera. Si la conocieras, verías cuan dulce y que mujer virtuosa es.
Entenderías mejor mis palabras.
Obviamente tenia una cantidad larga de
pretendientes pero ella rechazaba a todos sin siquiera conocerlos. Solo había
tenido un novio en su niñez que murió en la revolución; pero no sé mucho del
tema, suele angustiarse y llorar al recordar esa época. Dejar su casa y sus
amigos… todo de golpe fue terrible para ella.
Durante algún tiempo ella había enfermado y
solicitaba atención médica. En aquel entonces yo era el asistente de un
reconocido doctor. Durante esas visitas comencé a tener un acercamiento y
lograr un lugar en su vida.
Fuimos amigos, luego novios y finalmente nos
casamos. Durante mucho tiempo no sentía amor en ella hacia mí. Parecía más a
que era conveniente casarse con un futuro profesional y alegrar a sus padres.
Pero al nacer nuestra primer hija, Floriane todo cambió ella es nuestro pequeño
milagro. Desde ese momento la casa desbordó amor. Luego vino el segundo
revoltoso le pusimos Thodía que llenó de luz a mi corazón y ahora tenemos a
nuestra familia.”
Continúo diciendo:
“No puedo expresar cuan afortunado soy. Nunca
pensé en casarme con una mujer tan especial. La familia y los hijos es lo más
hermoso que puede existir en esta vida”
Nathan estaba totalmente conmocionado, odiaba profundamente a ese
hombre. Y lo envidiaba de forma malsana y brutal. Aunque estuviera de acuerdo
en cada palabra que pronunciaba.
Antes de partir, Fabrice, lo llamó y le obsequió una bolsa de tela:
“Amigo, iba a llevar esta bolsa a la capilla.
Pero veo que seguramente la necesitas. Acá dentro hay algunas ropas limpias y
casi nuevas que puedes usar”
Nathan concibió ese último acto como el toque de gracia, una burla, para
humillarlo aún más. Respondió agradeciendo a la toda la familia y le deseo la
mayor de las felicidades con un falso gesto cordial que le provocó nausea su
propia hipocresía.
Cuando Lune llegó a su casa, los niños no tardaron de contarle de
visitante y del trato que todos le habían dado. Ella felicitó a sus hijos
porque era un alma noble y caritativa... conocía el alma de las personas con
solo mirar a los ojos, un don que el Señor le había otorgado.
Percibió evidente que Dios se burlaba de él. Esa visita le recordaba sus
miserias, que ya no tendría a Lune y que un hombre tan patético como él no
debía pretender a una de sus criaturas más divinas; La felicidad no se acercaba
a gente de su condición. Veía un sin fin de ángeles y seres celestiales
riéndose de sus ilusiones y de su credulidad.
Mientras la lluvia gris de tristezas caía sobre él. Enajenado alzó su
voz al cielo y lo maldijo:
“Dios monstruoso y brutal, no eres más que un
farsante. Has puesto el deseo de amar en mí y me has quitado a mi enamorada con
el solo fin de alimentar tu macabro entretenimiento. Durante años he buscado a
la persona que me completa y has traído la guerra y la desventura a mi nación.
Me has guiado a la muerte y a asesinar a mis hermanos. La era de mi juventud
desapareció, mi inocencia se esfumó. Hoy soy odio y resentimiento. Por eso grito
tu nombre al cielo, grito cuanto te aborrezco.
He visto a Lune después de años de inciertos y desconsuelo.
La he visto preciosa y radiante, una estrella de esperanza para un naufrago olvidado;
pero yo no soy más que un piojo en la cabeza de un mendigo sucio.
Su marido tiene dinero y fortuna, su nombre es
respetado y sus palabras oídas con atención por personas prestigiosas. Yo no
podré ocupar nunca el lugar de esposo porque tú, dios perverso, me lo has
negado.
Su seno alimenta a dos pequeños hermosos, niños
inocentes de las mejillas rosas, son los hijos que nunca tendré porque me has
hecho estéril; ¿Quién me aceptaría en su lecho?
Te he pedido encontrar a Lune y me lo
concediste solo porque sabías cuan grande iba a ser mi amargura y mi desconsuelo.
Por eso te rechazo, renuncio a tu hijo y te maldigo”
Escondió, una vez más, las lágrimas entre sus manos y ahogó su llanto….
Al anochecer, la luz de la luna entró tímida en su habitación y sintió
pena por él.
Nathan llegó a la residencia donde tenía su habitación. Subió las
escaleras meditabundo. Abrió un viejo baúl de madera. Tomó un libro amarillo y
cuarteado por los años; dentro de él aquella flor. La había conservado durante
toda su vida. Cuantos recuerdos quedan atrapados en el tiempo; destinados a no
volver jamás.
Los años en su frente, la tristeza en sus ojos y la angustia en su pecho
todo volvían a él de la peor forma posible. Se enfrentaba a su pasado y a las
ilusiones de un futuro que no será.
Su vida había sido dura, siempre al borde de la más abyecta miseria y el
único deseo le había sido arrebatado. Ya no soportaba más, quería terminar con
su vida, quería morir, lo deseaba y lo necesitaba. Su mente estaba desbordante
de negros pensamientos, criminales pensamientos.
Se preparó una vez más y fue a la casa de su desventura. No sabía para
que, no estaba seguro de lo que podía ocurrir. Era una noche de primavera donde
las flores crecen fuertes y hermosas pero él llevaba consigo una gris, marchita
y muerta. No hay nadie más peligroso que alguien que no tiene nada que perder.
Estaba apunto de llamar a la puerta cuando escuchó unas voces que
provenían de la casa, la rodeo y se asomó por la ventana que daba al comedor
principal. Había escuchado las risas de los niños Estaban los miembros de la
familia compartiendo una cena. Todos juntos en una mesa, algo que Nathan
añoraba mas que nada en el mundo, era sueño de su vida. Ya se había olvidado lo
que era sentir un abrazo, una caricia, un beso, ver un rostro amigo que lo
consuele...
Los dos hermanitos se arrojaban pedacitos de pan bajo la mirada cómplice
del padre y del reto risueño de una madre amorosa.
Se sentó en la hierba un tiempo y reflexionó.
Quería tener el amor de ella, ¿Pero a qué precio? ¿Alejando a Fabrice de
sus hijas? ¿Viendo a Lune sufrir? ¿Con mentiras y engaños? ¿Destruyendo una
preciosa familia?
Actitudes dignas solo de un miserable. Pero resignarse a perderla era
quitarse la vida y llevarse el fruto de la desolación a su boca… había pasado
tantos años para llegar a este momento. Estar tan cerca que abandonar todo el
increíble esfuerzo sería una injusticia para él mismo.
Mientras, dentro de la casa la familia comía sin imaginar lo que estaba
ocurriendo a metros de ellos. Estaban limitando la desgracia sin saberlo.
Nathan lo único que añoraba era estar con ella y sin duda había pagado el
precio para merecerla. Su mente estaba confundida y profundamente herida. Miró
sus manos no había nada en ellas, ni en su vida. La verdad cayó desoladora
sobre él y no pudo soportarla. Sus ojos habían escondido las lágrimas
demasiados años pero ese día no pudo más que llorar. Lloró como un chiquillo,
se desahogaba. Sin detenerse. Su corazón necesitaba limpiar con llanto todo ese
dolor que había padecido y que se había perpetuado durante todo aquel tiempo.
Por primera vez se había dado la oportunidad de descansar. Dejar de ser
una máquina que hace para ser alguien que siente hambre y frío; que sangra y
llora.
Se enemistó con el resto del mundo pero en ese momento ya no se sentía
un extraño, ni un incomprendido. Era uno más. Se sentía “una persona”.
Cerró los ojos agotados y comenzaba a sentirse mejor. Sus emociones se
asemejaban a los que habían quedado en los campos de batalla. El rencor se
convertía en esperanza y el odio se tornaba en ternura. La desconfianza en
inocencia. El resentimiento en perdón.
Lentamente los malos recuerdos quedaban en el olvido. Al fin encontraba
paz; se reconciliaba consigo mismo.
Las cicatrices sanaban. Y de su rostro desaparecían las marcas de
aquellos años tormentosos. Renacía. Volvía a ser él. Su mirada recia y
penetrante dejaba de serlo, reaparecía un tierno brillo...
Tan paciente como inconmovible, aquella mano espectral que antes
acariciaba su frente venía a terminar su cometido… esta vez no dejaría su labor
inconcluso. Siempre llega inoportuna.
Nathan no tuvo miedo... solo necesitaba hacer una última tarea antes de
partir.
Se sintió mirado por aquella cara sin rostro, el perturbador silencio
firmó el pacto.
Rápido, sacó su cuaderno. Tenía poco tiempo. Escribió. Arrancó la
página.
Respiró profundo y llamó a la puerta. Esta vez, Lune salió. Vio solo un
niño parado en la entrada; era Nathan quien estaba allí… destellando un alma
pura.
Ella lo miró con detenimiento, le parecía familiar. Con un gesto lleno
de ternura y una sonrisa, saludó al pequeño. En ese destello de amor una luz
iluminó el rostro de Lune. Al niño le pareció ver a esa jovencita de la que se
había enamorado hace tantos años. Pero se equivocaba, el alma de ella se
mostraba en ese instante para él… ella tampoco había cambiado.
El pequeño le dio la página doblada al medio y hecho a correr.
Sorprendida la abrió. Allí se estaba la flor del adiós. La reconoció al
instante aquellos pétalos volvían a sus manos una vez más. En un segundo todos
los recuerdos se abalanzaron sobre ella.
Con la voz entrecortada y temblorosa intentó preguntarle donde la había
conseguido pero el niño estaba muy lejos ya…
Tardó en terminar de desdoblar aquel papel; los dedos casi no le
obedecían. Unas palabras estaban escritas:
“Mi único deseo es que la felicidad llene tu
vida y tu hogar, porque tus alegrías y sonrisas se copiaran en mí y me harán un
hombre feliz sea cual fuere el lugar donde me encuentre. No me olvides porque
yo nunca lo haré; te guardaré por siempre en lo más profundo de mi alma”
En ese momento comprendió quien había venido a visitarla. Las lágrimas
comenzaron a brotar incontenibles de sus ojos grandes. Su marido junto con sus
hijos se acercaron; la niña preguntó:
“¿Te sientes bien, mami?
Lune volvió su cabeza miró a su marido, después a cada uno de sus hijos
y sonrió:
“Mejor que nunca. Me siento feliz y a partir de
ahora siempre me sentiré así.” – Mientras no podía más que abrazar con todas
sus fuerzas a su familia.
A lo lejos, sobre aquella colina distinguieron la silueta del niño. Alzaba
su mano agitándola en un último y eterno adiós… siguió corriendo hasta
desvanecerse. Quien sabe hacia donde; quizás a algún lugar donde su espíritu bueno
sea recompensado con eterna felicidad.
Ojala que así sea.
Jorge Kagiagian
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