Ciencia olvidada en desarrolllo

Durante toda mi vida, he seguido mi vocación con esmero, trabajando, estudiando y enseñando mi profesión. Se trata de una disciplina que pasa desapercibida para la mayoría, o que simplemente desconocen. Otros se burlan de mí y de mis colegas, considerándonos inútiles y sin sentido. "Una pérdida de tiempo", dijo mi padre cuando le informé de mi decisión de estudiar filología y lingüística hace 152 años. Él quería que yo siguiera sus pasos y me convirtiera en médico.


Pero ¿cómo podría explicarle lo fascinante que es estudiar las lenguas antiguas, extintas y otras manifestaciones idiomáticas de nuestra historia? ¿Cómo podría hacerle entender que el lenguaje evoluciona al mismo tiempo que nosotros y nos da nuevas herramientas para explicar el mundo que nos rodea? ¿No hay una relación dialéctica entre nuestro lenguaje y el pensamiento? Sin ella, no nos diferenciaríamos del resto de la creación. Pero ninguno de estos argumentos convenció a mi padre. A pesar de su desaprobación, hoy ostento el título de Doctor en Filología y Lingüística.


Es cierto que mi profesión no me ha llevado a grandes aventuras ni a lugares exóticos. Es un trabajo solitario de laboratorio, aunque una vez tuve la suerte de ver con mis propios ojos una escritura hierática en un papiro auténtico durante un viaje de investigación a El Cairo. No puedo describir cuán gratificante fue para mí poder leer y entender el mensaje de alguien que vivió en tiempos lejanos, hace miles de años. Encontré sus pensamientos, sus miedos silenciados por milenios, y hasta leyendas, mitos y expresiones artísticas. Sus escritos demostraron que el espíritu humano es inmune e inmutable al paso del tiempo.


Pero este diario no narra el trabajo de un filólogo común. Como suele ocurrir, los líderes de los equipos de expedición, por lo general antropólogos, me llevaban los escritos que debía interpretar y traducir. La dedicación y pericia que me caracterizan me hicieron un referente en la disciplina. Un día, desde la otra mitad del mundo, llegaron a mi oficina 12 tablillas de arcilla. Databan del siglo 40 AEC, según el informe.


Las tablillas fueron encontradas en una región histórica de Oriente Medio, entre las planicies aluviales de los ríos Éufrates y Tigris, que luego sería Sumeria. No hay otra evidencia de este pueblo más que la existencia de estas tablillas. Los signos en las tablillas no correspondían a ninguna lengua conocida por el hombre, aunque la técnica de grabado y preservación era idéntica a la usada en Sumeria. Los grafemas eran muy similares entre ellos, con apenas unas diferencias imperceptibles para el ojo desnudo. Muchas veces, solo observándolos con mis instrumentos, pude notar las sutilezas. De no ser por mi gran experiencia y meticuloso trabajo con cada uno de los símbolos durante dos años, jamás hubiera logrado decodificarlos. La estructura y los grafemas eran muy distintos de las combinaciones de algunas lenguas en las que me había especializado. Y, para ser honesto, un poco de intuición y otro tanto de suerte fueron de profunda importancia.


Cuando finalmente descubrí el sistema de escritura, el texto carecía de sentido, lo que me hizo dudar de mi avance. No fue hasta 8 meses después que logré decodificar el lenguaje escrito. Como si se tratara de un rompecabezas, reordené las palabras en "cientos de miles" de combinaciones posibles. Esto me llevó a descubrir 15 escritos coherentes distintos, devolviendo a la lengua muerta a la vida.


Un texto en particular llamó mi atención y me cautivó: una serie de instrucciones que permitirían tomar años de vida de un ser vivo para dárselos a otro. Cuando lo leí, me pareció emocionante e inverosímil, ya que parecía tratarse de una superstición o conjuro mágico que detallaba cuestiones del universo parecidas a la astrología. Pero, créanme, para aquellos que lean estas páginas de este diario, no era magia ni superstición alguna, sino la más estricta ciencia, la ciencia olvidada de un pueblo desvanecido en el tiempo.


Devolví las tablillas a sus propietarios, no sin antes modificar ligeramente algunos grafemas por si alguien lograba descifrarlos como yo. Informé que allí no había ningún mensaje importante, que se trataba de adornos o figuras decorativas, basándome en la similitud casi idéntica de los símbolos para desalentar futuros intentos.


El contenido de las tablillas describía un modelo del universo donde existe lo que la física, hoy en día, llama campo. Este campo conecta todos los seres vivos, como si de un cableado enorme se tratara. Por este "cableado" fluye un tipo de energía que la ciencia actual no ha descubierto. Así es posible dirigir la energía de un cuerpo a otro. Esta cultura, según especulaba, llamaría a esta energía "masbko".


Otra tablilla hacía referencia a un culto religioso del tipo panteísta llamado "Ümber Tôôg", cuya traducción sería "Todos uno". Ellos mismos consideraban al culto como ancestral, citando que era "antiguo como la vida".


Según otra tablilla, al nacer obtenemos una cantidad de masbko que a medida que el tiempo avanza, la vamos devolviendo al universo. Esa sería la causa del envejecimiento celular. Hasta la adolescencia, la cantidad de masbko es más que suficiente, pero al llegar a la adultez, las células ya no tienen forma alguna de regenerarse. Por eso, comencé a realizar experimentos hasta que finalmente desarrollé la técnica de las tablillas. Ensayé las primeras pruebas con pequeños animalitos, hubo muchos intentos, muchos fracasos, pero soy obstinado y no me rindo fácilmente.


Después de varios intentos, comencé a obtener resultados alentadores que confirmaban la veracidad de las instrucciones. Aunque la energía vital es la misma para todos los seres del universo, cada forma de vida vibra en distintas frecuencias. Es muy importante empatizar entre ellos, ya que el equilibrio es muy delicado y de perderse, la vida se rompería tal como le ocurre a una copa. 


Finalmente, después de cuatro años, logré controlar completamente la técnica y obtuve la casi totalidad de años de vida disponibles de un ser para dárselos a otro de exactamente la misma edad. Ante mis ojos, vi a seres rejuvenecer hasta transformarse en pequeños bebés y envejecer hasta hacerse polvo y desvanecerse en el aire.


Si mi padre viera lo que he logrado, se maravillaría ante la cura universal, la mítica panacea en mis propias manos. Pero, soy consciente de que no es más que una herramienta en manos de quien la posea, una herramienta que podría acarrear hermosas consecuencias.


Imagina una sociedad en la que se pueda compartir años de vida con las personas más destacadas, miles de personas dando tan solo unas horas de vida. Me he imaginado a los grandes genios de la humanidad reunidos en la misma mesa, Agustín de Hipona conversando con Voltaire, Fermat con Arquímedes... las posibilidades son infinitas.


La motivación para ser alguien notable sería enorme y todos intentarían ser los mejores. Pienso en madres sacrificando su vida por su hijo bienamado a punto de morir. Enamorados que comparten sus años entre ellos para llegar juntos a la muerte y no tener que vivir el dolor de la ausencia de su compañero de vida.


Pero, entonces recordé que aquel que trabaja por una recompensa económica no está haciendo otra cosa que intercambiar tiempo de su vida por dinero. La vida podría transformarse en un bien de cambio y algunos gobiernos podrían pretender cobrar impuestos en años. Podrían existir secuestros y personas desaparecidas a quienes les habrían robado sus años de vida. Como también asesinatos en masa de pueblos enteros, usando este conocimiento como si de un arma se tratara.


La maldad, la corrupción y la codicia serían las mismas de siempre, pero con la salvedad de que las personas oscuras hoy pueden morir... y con este poder sin precedentes, la oscuridad de estas personas cubriría por siempre a la humanidad.


Por estas razones, he decidido no liberar a este ángel o demonio a la humanidad. 

Aunque es cierto que he robado algunos días a muchas personas, lo hice por un bien mayor. Llevo 105 años protegiendo este secreto y no permitiré que caiga en manos inapropiadas.


Mientras tanto, debo seguir escondido, documentando mis investigaciones y los resultados de los experimentos. Sé que hay personas que me han estado observando durante muchos años y que, al igual que yo, no han envejecido...


Jorge Kagiagian 

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