Obstruyó, presionando con un dedo por afuera de su nariz, una
de sus fosas nasales y como quien toma una larga respiración antes de
sumergirse en aguas profundas, así él tomó aire y selló su boca. En menos de un segundo, expulsó todo lo
inhalado por la fosa nasal que quedaba sin cubrir. Como un cometa elegante que
viaja por el espacio universal, su mucosidad atravesó la distancia que nos separaba llegando
infame a mi rostro.
Yo que había cumplido con todos los protocolos sociales establecidos
tanto de vestimenta como de higiene fui la fatal víctima de ese episodio. Tal
fue mi estupor que paralizado me quedé (por quien sabe durante cuánto tiempo).
Una vez asumida tan distópica situación, intenté remover aquella injuria sin complacencia
alguna, sino au contraire, el intento lo esparció meticulosamente
ecuánime por todo mi rostro.
Ya no llevo conmigo su verde impronta más sí la deshonra
de haber sido tratado como un pañuelo descartable.
Jorge Kagiagian
Alternativa de final
deshonra que habrá de destruir mi, ya mal herida, autoestima.
Alternativa de final
deshonra que habrá de destruir mi, ya mal herida, autoestima.
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