Indecoro


Obstruyó, presionando con un dedo por afuera de su nariz, una de sus fosas nasales y como quien toma una larga respiración antes de sumergirse en aguas profundas, así él tomó aire y selló su boca.  En menos de un segundo, expulsó todo lo inhalado por la fosa nasal que quedaba sin cubrir. Como un cometa elegante que viaja por el espacio universal, su mucosidad atravesó la distancia que nos separaba llegando infame a mi rostro. 
No solo nunca se disculpó sino que, frente a mi atónito desconcierto, una sonrisa incipiente se develó burlona de la comisura de su boca. Luego, rodeado de un séquito de aduladores, se retiró.

Yo que había cumplido con todos los protocolos sociales establecidos tanto de vestimenta como de higiene fui la fatal víctima de ese episodio. Tal fue mi estupor que paralizado me quedé (por quien sabe durante cuánto tiempo). Una vez asumida tan distópica situación, intenté remover aquella injuria sin complacencia alguna, sino au contraire, el intento lo esparció meticulosamente ecuánime por todo mi rostro.
Ya no llevo conmigo su verde impronta más sí la deshonra de haber sido tratado como un pañuelo descartable. 

Jorge Kagiagian

Alternativa de final

deshonra que habrá de destruir mi, ya mal herida, autoestima.

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