Aquella noche, entró en mi habitación. Se presentó tan placentera, tan cautivadora.
Lentamente, se acercó a mí. Alzó su mano espectral y acarició mi frente.
Inmóvil, sólo pude contemplarla.
Cuántos enigmas guarda aquel momento último. Ver la propia vida eclipsada por el fin; cuando el cobarde llora y el valiente sonríe. Sentir el instante fugaz del adiós; cuando eres y ya no.
Traté de reponerme, pero ya no tenía fuerzas... giró su cuerpo y me miró; tan inconmovible como cierta y eterna; misterioso destructor que responde solo a sus propios designios.
Extendí mi débil brazo. Mientras exhalaba un agónico sonido, unas palabras se desprendieron de mi boca:
“Al fin comprendo porque nadie ha escrito jamás sobre cuan seductora eres, nadie se ha resistido a partir contigo.
Muéstrate amiga Muerte, muéstrame tu secreto... Ten piedad de mi dolor y revélame, al menos sólo a mí, si estamos en el infierno o él, dentro de nosotros.
¿Por qué vacías el sentido de tenerlo todo? ¿Por qué todo sucumbe ante tu presencia?
¿Eres libre o un prisionero al igual que yo? ¿Has conocido la vida o la arrebatas por despecho? Dime, ¿has conocido el amor o al menos, el sabor de un beso?
Respóndeme aunque el precio de mi insolencia sea perecer en la nada eterna.”
Impetuosa, se aproximó aún más. Clavó su mirada monstruosa sobre mí.
Sentí consumirme por aquella cara sin rostro... un perturbador silencio selló el pacto.
Acercó su boca, escuché su voz susurrante y áspera al oído… al fin comprendí todo.
Mientras me desvanecía en el olvido, como sombra, como fantasma, una débil sonrisa se dibujó en mi pálido rostro.
Luego, se retiró sublime, majestuosa.
Jorge Kagiagian
Extracto y variación de “una flor, una carta, un adiós” de mi autoría.
Lentamente, se acercó a mí. Alzó su mano espectral y acarició mi frente.
Inmóvil, sólo pude contemplarla.
Cuántos enigmas guarda aquel momento último. Ver la propia vida eclipsada por el fin; cuando el cobarde llora y el valiente sonríe. Sentir el instante fugaz del adiós; cuando eres y ya no.
Traté de reponerme, pero ya no tenía fuerzas... giró su cuerpo y me miró; tan inconmovible como cierta y eterna; misterioso destructor que responde solo a sus propios designios.
Extendí mi débil brazo. Mientras exhalaba un agónico sonido, unas palabras se desprendieron de mi boca:
“Al fin comprendo porque nadie ha escrito jamás sobre cuan seductora eres, nadie se ha resistido a partir contigo.
Muéstrate amiga Muerte, muéstrame tu secreto... Ten piedad de mi dolor y revélame, al menos sólo a mí, si estamos en el infierno o él, dentro de nosotros.
¿Por qué vacías el sentido de tenerlo todo? ¿Por qué todo sucumbe ante tu presencia?
¿Eres libre o un prisionero al igual que yo? ¿Has conocido la vida o la arrebatas por despecho? Dime, ¿has conocido el amor o al menos, el sabor de un beso?
Respóndeme aunque el precio de mi insolencia sea perecer en la nada eterna.”
Impetuosa, se aproximó aún más. Clavó su mirada monstruosa sobre mí.
Sentí consumirme por aquella cara sin rostro... un perturbador silencio selló el pacto.
Acercó su boca, escuché su voz susurrante y áspera al oído… al fin comprendí todo.
Mientras me desvanecía en el olvido, como sombra, como fantasma, una débil sonrisa se dibujó en mi pálido rostro.
Luego, se retiró sublime, majestuosa.
Jorge Kagiagian
Extracto y variación de “una flor, una carta, un adiós” de mi autoría.
2 comentarios:
me encanto,segui asi y no pares de hacer lo que te hace feliz, te felicito.
realmente me siento identificada con tu forma de escribir... perdon el atrevimiento.
saludos
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