Narradora de ilusiones traicionadas y sueños moribundos.
Combinados, como por arte de alquimia, lo despreciable con lo hermoso juntos en el mismo compás.
Súplica de un condenado
Siento el vértigo, el miedo
Me resisto, de mí ya no depende
a una fuerza superior sometido
Me atrae, me arrastra, me consume
De esta pesadilla, despertaré... tan solo
frente a mi realidad tan dolorosa como justa
La tensión permanente. ¡Oh, trono de Damocles!
Tan insoportable que la espada en caída
es maná del cielo, es dulce ambrosía
Alivia mi alma, Dios si es que existes
Dame fuerzas para soportar lo venidero
Y si no existes... ya no queda esperanza alguna
Me esconderé en la humedad, bajo una piedra
como el insecto que negué ser, pero siempre fui.
Ten piedad de mí, Dios mío, como yo no la tuve contigo.
Jorge Kagiagian
Dedicado a la Profesora Eli Maidana
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