Mi última noche

Mi última noche

Aquella noche, entró en mi habitación. Se presentó tan placentera, tan cautivadora.
Lentamente, se acercó a mí. Alzó su mano espectral y acarició mi frente.
Inmóvil, sólo pude contemplarla.
Cuántos enigmas guarda aquel momento último. Ver la propia vida eclipsada por el fin; cuando el cobarde llora y el valiente sonríe. Sentir el instante fugaz del adiós; cuando eres y ya no.

Soybueno - Entrevista a Fernando Kiernan

Gracias a mis trabajos literarios tuve la fortuna de conocer algunos artistas muy interesantes. Me gustaría hablar sobre uno de ellos Fernando Kiernan, creador de Soybueno, un personaje tierno y gentil en un mundo que no lo es.
Creo que muchos podemos sentirnos identificados con él; por esa razón, quise saber un poco más.

Una foto gris (A mis abuelos)

Domingo lluvioso de invierno
casa de techos altos y molduras de yeso
Descubro una foto gris, en un cajón olvidado.
Traje azul a rayas y un rostro osado,
un hombre toma la mano de una joven mujer.
usa entusiasmada un vestido de bodas
el velo de encajes, marco de sonrisas y anhelos.

Allí están, inmóviles, impacientes, ajenos del porvenir.
Nunca se demoran las tristezas de quien pelea una guerra…
Imposible de engañar es la mano que todo lo arrasa…
Huir del miedo, abandonar la propia tierra
cargando sólo la promesa de algo mejor.

Ladrillo a ladrillo levantando un hogar.
Trabajar sin detenerse tantos días y tantas noches
de la nada absoluta, una familia edificar.
Entregados a los niños frutos de aquel amor…
niños, que serán hombres y mujeres
que serán padres y madres que partirán
dejando vacías algo más que sólo habitaciones.

La experiencia surca caminos en los rostros
Paso lento y manos temblorosas
miradas cristalinas y profundas
El tiempo no tiene piedad.
Las agujas destejen los sueños y los ovillos
se enlazan con leyendas de una tierra
que jamás volverá.
El eco triste y callado de unos hijos que ya no están,
recuerdos de una juventud que parece robarles toda felicidad.

Un día los ojos lloraron la ausencia
Una vida juntos, quebrada, por quien todo destruye…
Las almas no resisten tanto dolor,
-dolor escondido en una foto gris-
abandonando todo, irá tras ella…
Cargando, una vez más, la promesa de algo mejor.

Domingo lluvioso de invierno
Sólo queda una casa vacía
casa de techos altos y molduras de yeso
con una foto gris, en un cajón olvidado
un hombre toma la mano de una joven mujer…

Jorge Kagiagian

Dedicados a mis abuelos, Karabet Kagiagian y Levontin Tchertchian

Abuelo:
Fuiste inspiración y coraje
Fuiste esfuerzo y ejemplo
fuiste esperanza cuando me sentí caer...

Abuela:
fuiste mi amiga
fuiste quien acariciara mi rostro cansando
fuiste esperanza cuando me sentí caer...

Mi final

Cansando de intentar; cansado de levantar una y otra vez mi cuerpo. Todos los días se repite la misma situación. Durante toda mi vida ha sido igual. Golpeado hasta la inconciencia en el mismo callejón y abandonado. Cuando mis heridas están por sanar sé que pronto vendrá la próxima golpiza. No puedo defenderme, ya no tengo fuerzas…
Les es divertido destruir lo que logré con tanto esfuerzo, pegarme en el suelo, arrancarme los dientes con una certera patada en la boca.
Siempre se retiran con algún trozo mío levantándolo sobre sus cabezas cual trofeo.
Yo no quería esto, no lo merecía. Lidié para que no sucediera, lo intente todo; incluso ocultarme en las alcantarillas… pero no pude evitarlo.

A través de una ventana



A través de una ventana
Te observo tan lejos, tan distante.
Mientras desvisto tus secretos
más me lleno de intrigas y misterios.

Amante lunar



Ojos azules de un ser encantador
Cuerpo de marfil, suave envoltorio de un alma sensible
Bajo el brillo lunar, te revelas como amante y mujer.

Viejo Árbol



Reuní todas mis cosas
preparé cada detalle
Aguardé junto a aquel viejo árbol
Pero ella... nunca llegó

El robot ninja y el niño aceituna

Narraré sobre una experiencia de vida, no estoy seguro de la vida de quien... a mi me parece que es inventada por alguna persona no muy inteligente o quizás por un gnomo ¡cómo odio a los gnomos! Una vez uno acarició mi pierna pero bueno esa es otra historia. Aún así sin otra cosa mejor que hacer la escribiré. (maldito gnomo pervertido)
Lo historia comienza en Berlín, o en Bernal... mmm... bueno, el lugar no importa.
La cosa es que... ehhh. Y había un auto azul. De lo que si estoy seguro es que había un personaje que se llamaba.

Epidemia


Los faros de mi vehículo iluminaban el camino. Fueron muchas horas de viaje por lo que decidí detenerme. Eran las diez de la noche cuando llegué a un pequeño pueblo.
Un lugar típico del interior de este país. Distancias muy amplias, calles desiertas y el sonido de los animales oyéndose a lo lejos. El viento soplaba fuerte a través de la oscuridad arbolada.

Conduciendo lentamente por sus calles, buscaba hospedaje. Llegué a una cantina. Entré por alguien que pueda orientarme.
Una vez encaminado, estaba por retirarme cuando el cantinero me preguntó que deseaba tomar… y bueno, no pude resistirme.
Me senté en la barra. Un vaso de ginebra, siguió a otro y luego otro más.
Sin nadie con quien hablar me dispuse a observar la gente y el lugar.
Yo soy un hombre de ciudad por lo cual el piso de ladrillos gastados y las paredes pintadas con agua y cal llamaban mucho mi atención. Meditabundo, me quedé allí durante un par de horas.

La puerta del bar se abrió y dejó ver a un hombre con ropa de trabajo. Su rostro cansado tenía una mirada culpable pero, extrañamente amistosa.
Se quedó parado allí. Se miró al espejo que estaba detrás del mostrador y luego el reloj. Su vista bajó hacia sus manos, su expresión cambió. Permaneció unos segundos más junto a la puerta, pálido.
Súbitamente, comenzó a caminar. Ocupó el asiento junto a mí... yo era el único sin compañía en aquel lugar.

Llamó al cantinero y pidió lo mismo que yo. No tardamos en entablar conversación.
Él también era un viajero, había llegado el día anterior.
Hablamos largo tiempo, abordamos infinidades de temas… mientras las rondas de ginebra seguían incesantes.
Cada tanto se perdía en sus propios pensamientos y no escuchaba mis palabras. Pude percibir su mirada vidriosa y apagada. Sabía que algo pesaba en su conciencia pero no me atreví a preguntar.

Antes del amanecer, se ofreció a alcanzarme a un hospedaje (yo no estaba en condiciones de conducir).
En el camino, comenzó a explicarme sobre espectros, maldiciones y otros temas en los que no creía. Para mí no eran más que delirios de una persona excedida en alcohol… así que lo dejé hablar.

A llegar al hotel, clavó su mirada sobre mis ojos. Se despidió estrechándome la mano. Me tomó demasiado fuerte, casi lastimando mis huesos.
Algo se asomó por la manga de su camisa y recorrió rápido su mano. Retiré el brazo bruscamente y lo miré extrañado. Me pidió perdones y disculpas desesperadamente casi llorando… Con paso veloz, se fue cabizbajo… sin voltear su rostro ni una sola vez.

Luego de las bebidas y del extraño sujeto, no me sentía del todo bien.
Vestido como me encontraba me recosté en la cama…
Aquella noche no tuve ningún sueño, solo cerré los ojos y no estuve más allí.

Al despertarme, me veía enrarecido. Miré mis manos, estaban pálidas. Al sentir un picor, me rasqué el antebrazo. Luego otro picor más fuerte, volví a ráscame y noté que algo se movía. Debajo de la manga unos insectos se asomaban, inmediatamente los aplaste contra la pared pero las punzadas seguían por mi espalda cada vez más intensas. Fui al baño y me paré frente al espejo. Me saqué la camisa, vi como se agitaban y me recorrían un sinfín de insectos, parásitos, larvas y otros seres igual de despreciables.
Quise liberarme de ellos pero no pude. ¡Los sacaba de mi cuerpo y volvían a treparme! ¡Me revolcaba en el suelo, los mataba, quebraba sus cuerpos y de la viscosidad nacían nuevos!
Con agua hirviendo quemé mi piel pero no dejaban de surgir; los veía esconderse en mi pelo, en mis oídos, debajo de mis uñas. Aparecían más y más... Los sentía caminar por mi cuerpo, sentía como se nutrían de mí…

Desesperado fui nuevamente al bar… Abrí la puerta y entré. Me miré al espejo que estaba detrás del mostrador y luego el reloj. Mi vista bajó hacia mis manos. Me quedé unos segundos, pálido.
No se encontraba aquel miserable hombre… pero había otro sentado en la barra donde yo, el día anterior... era el único sin compañía. Rápido, comencé a caminar hacia él. Y lentamente comprendí lo que estaba por hacer…

Jorge Kagiagian

Una flor, una carta, un adiós de Jorge Kagiagian 2009




Reflejos de un Alma Derrotada de Jorge Kagiagian 2009