Descanso

En mi lecho de muerte descanso. Por algún motivo la conciencia no se aleja de mí, sigo razonando y sintiendo como antes de estar aquí. Veo a través de la oscuridad sin esfuerzo alguno, y el dolor punzante de mi alma está presente, es permanente y tan intenso pero ya me he acostumbrado a sentirlo incluso a disfrutarlo y a vivirlo.
Mantengo los ojos cerrados la mayor parte del tiempo; no hay mucho que ver, quizás las marcas desesperadas de la tapa de mi ataúd. Aquellas que hice el primer día hasta que exhausto y sin poder respirar todas mis fuerzas desaparecieron lentamente hasta sucumbir.
¿Por qué fui enterrado en vida? No sabría decirlo con exactitud. Hice tanto mal como cualquier otra persona, fui detestable y cruel como todos los hombres. Pero debilitó mi corazón el amor de aquella mujer hermosa, y allí el peso de mis emociones cayó sobre mí, me aplastó estallando mis entrañas como una lluvia sangrienta. Vulnerable ya, fui guiado bajo engaño a esta fosa y luego abandonado.
No tuve oportunidad alguna, ni chance de evitar las manos que me enterraron. Manos guiadas por el amor y por el odio.

De todos modos, es importante decir que la vida de allí afuera no es muy diferente que la de aquí, podría incluso decir que acá tengo mejores compañías.
Los insectos y alguna que otra alimaña que se acercan a recibir un poco de afecto de mi mano azul y les convido un poco de la carne de los dedos de mi pie que devoran ansiosamente. Los gusanos pequeños e inexpertos se resbalan de las llagas de mi piel y caen al fondo del cajón; los recojo con cariño maternal, los coloco nuevamente sobre la abertura hedionda y les digo: “Comed, hijos, comed lo que Dios les da”.

El único contacto con la humanidad es algún profanador que se acerca para arrancarme a martillazos los dientes esperando encontrar alguno recubierto de oro y saquear las alhajas con las que fui enterrado, y también adolescentes impíos que se divierten robándome algún miembro para realizar juegos macabros. Afortunadamente el sepulturero acerca nuevamente mis restos a la fosa.

Pero no habré de negar que extraño a esa mujer que aún camina por el mundo de los vivos, una parte de mi la atesora y otra la detesta.
No volveré a verla jamás, yo no puedo escapar de aquí y ella no se atreve a extender su mano para ayudarme a salir de este lugar; y mucho menos a sentir amor por este cuerpo descompuesto comparable al del leproso. Pero no tengas compasión por mí, ni sientas pena… no merezco siquiera las migajas de tu lástima, solo recojo los frutos agrios de mis actos.
Nada cambiará, todo seguirá su curso normal; pero allí, sin que nadie se percate, entre el barro y los sueños rotos, entre las maderas podridas y los gusanos, entre la carne verde y sangre coagulada allí estaré emanando el repugnante hedor de mis huesos y mi angustia, su recuerdo y mi desilusión, ostentando la soledad de mi triste alma condenada por toda la eternidad.

Jorge Kagiagian

“Comed, hijos, comed lo queDios les da” Frase de Flagelante medieval

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