Una puerta sin cerrar

“La mayoría de los niños tienen sensibilidades diferentes.
Algunas de ellas vinculadas a las emociones, a la empatía
y en ocasiones otras que no admiten explicación”
Sir Thomas Browne


Yo no he sido un niño normal (a veces creo no haber sido nunca un niño). No he sido fantasioso, ni tuve gran imaginación pero, aún así, he visto sucumbir los límites de la realidad una y otra vez. Sonidos extraños, agudas voces nocturnas, risas escabrosas; a veces acompañadas de imágenes premonitoras y violentas; se rebelaron ante mí sin la menor compasión.
Narraré mi historia; una experiencia que aún no logro comprender… la experiencia más cruda que he vivido.

Durante aquellos años, mis hermanos solían divertirse haciéndome padecer toda clase de angustias. Me contaban historias de monstruos, espíritus y de seres inhumanos que luego se tornaban en malos sueños, que lograban despertarme aterrorizado.
Esta vez no fue así, no fue una pesadilla…ojalá lo hubiese sido.

Como cada noche, mi madre preparó la cama. Me acostó y se despidió dejándome solo en mi habitación. Ese día no estaba cansando por lo que me recosté mientras pensaba un poco… esa fue la causa de mi terror o quizás fue mi salvación.

Mi dormitorio estaba prácticamente vacío, sólo algunos libros a mi alcance. La ventana permitía el ingreso de una gran cantidad del reflejo lunar. Mi cama, sobre una de las esquinas; la cabecera contra la pared opuesta a la entrada acercaban mis pies a la puerta. Puerta que esa noche, nadie cerró. Otro error que nunca volvería a repetir en toda mi vida.

Las horas nocturnas pasaban lentamente. Un poco agotado decidí dormir.
Poco antes de lograr conciliar el sueño, la luz que alumbraba mi rostro se interrumpió. Algo se había interpuesto arrebatándome la luna y su fulgor. Un frío estupor y la sensación de oscuridad me desveló...
Mi vista recorrió la habitación. Todo se veía normal hasta que llegó a la puerta… Allí, debajo del umbral, una silueta rebelaba una figura.
Un cuerpo delgado y muy alto… una manta blanca grisácea cubría su pecho plano; sus piernas y brazos delgados eran desmesuradamente largos. Parado frente a mi vista sin ningún resguardo, su mirada se encontró con la mía.
Al verla, (no sé porque pero supuse que era una mujer, quizás, ambiguo o andrógino, algo que nunca antes había visto) escondí mi cuerpo debajo de las sábanas como si esperara que esas telas me libraran de todo mal.

Unos segundos transcurrieron… tan breves, tan eternos. Asomé mi vista. El cuerpo alto se encontraba en medio de la habitación casi llegando a mí… temblando de pánico me refugié una vez más.

No pude soportar la incertidumbre y el miedo; retiré apenas las sábanas que cubrían mi cabeza... vi todo blanco, sus sombrías túnicas me envolvían. Me liberé de ellas aunque seguía recostado; no podía evitar sentirme paralizado... clavado en mi cama.
Levanté la vista recorriendo todo “el ser” hasta llegar a su rostro. Las facciones eran pálidas y monstruosas… unas sombras debajo de sus ojos los transformaban en algo indescriptible.

Sus dedos blancuzcos y largos, de articulaciones hinchadas, se alzaban llevando un filo, una suerte de puñal. Tenía una pluma oscura, quizás de un ave inmunda, que sobresalía del mango. Lo percibí, lo sentí, lo vi en sus ojos tan profundos como perversos… se aprestaba a dejarlo caer sobre mí.

Cerré fuerte los ojos implorando y esperando lo peor… Un grito salió de mí como un estallido.
De inmediato, giró su cuerpo emprendiendo una veloz marcha hacia la puerta. Y como si el viento se lo llevara, se desvaneció lentamente en el aire.
Mi madre acudió rápido a mi llamado. Secó mis lágrimas y calmó mi corazón aterrado…

Jorge Kagiagian

Guybrush Threepwood, algo más que un pirata.

Esta no es una historia de piratas, de hecho solo hay un aspirante a serlo y tampoco es una historia sino que es una anécdota personal y hoy decidí compartirla.
¿Quién es Guybrush Threepwood ? Muchos dirán es el personaje principal de la saga “The Secret of Monkey Island” pero para mí fue algo más y eso es lo que quiero contar.

Enamórame una vez más


Te elevas en la noche blanca
tus livianos pies se apartan del mundo
te alejan de mí, te llevan al edén.
Trato de retenerte, trato de no llorar.

No te vayas, por favor.

Ya no existes pero estas aquí
tu mirada dice lo que mi corazón calla.
Ya no eres pero siempre serás
tu melodía dicta lo que mi alma desea.

No me dejes, por favor.

No hay crímenes, no hay castigos
apenas vértigo y ansiedad.
No hay ángeles, ni armonías
apenas angustia y soledad.

No me lastimes, por favor.

Te esperan y me entristece
pronto te iras, nada puede hacer.
Acepto tu ausencia y nada me consuela
cierras los ojos, siento tu mano vacía.
Ya nada importa, nada queda.

Pesa mi dolor y mi anhelo
anhelo de un último beso, de un último adiós
y de un último sosiego.
Ven acércate, por favor te lo ruego
enamórame una vez más.

Jorge Kagiagian