Casi todos los días estoy sentado sobre la vereda, siempre luciendo mi ropa andrajosa y deshecha que apenas cubre mis partes íntimas.
La gente pasa y me mira con desprecio. No entiendo porque lo hacen… si después de todo, no somos tan diferentes. Algunos reniegan por mi cabello sucio, algo pastoso, hogar de una gran familia de pequeñas criaturas que muerden mis cueros frenéticamente.
Mis pies descalzos lentamente se tornaron negros al caminar por las calles arrastrando mi pesada decepción. Mis manos tienen la piel quebradiza por rascar la tierra, siempre buscando que comer en los basurales. Aunque agotadas, siguen empujando mi carro repleto de cartones.
Es fácil atacarme, burlarse de mí, no puedo defenderme; apenas puedo levantar mi cuerpo alcohólico cada día.
Narradora de ilusiones traicionadas y sueños moribundos.
Combinados, como por arte de alquimia, lo despreciable con lo hermoso juntos en el mismo compás.
De un anciano a su niñez
Suscribirse a:
Entradas (Atom)