Aquella flor


Maldigo este momento, maldigo escribir sobre estas páginas en blanco,
testigo de los tormentos de los amantes…
Nacer, amar y morir. ¿Qué más hay? ¿No es ese el sentido de vivir?
Tuve lo que siempre anhelé, todo lo alcancé.
Pero hoy sólo soy un mendigo esperando el milagro de su amor.
“El tiempo es lento para los que sufren”, cruel y eterno, diría yo.

Querido papel, ¿quieres saber cómo ocurrió?
Te contaré, antes de que suceda lo inevitable.

Caminaba despreocupado por aquel lugar…
como lo había hecho tantas otras veces.
Tocó mi hombro y me sorprendió, yo no la había visto.
Luego dulcemente me sonrió.
No entendí nunca por qué lo hizo, porque a mí.
Por primera vez en mi vida, sentí algo, algo diferente,
algo crecía y no podía controlarlo; nunca podría controlar.
“No hay amor sin locura” ¿Acaso hay otro estado más parecido al amor?

Delgado amigo, ¿quieres saber cómo era?
Te contaré, antes de que la luz de la vela se extinga.

Descansaba mi corazón al verla.
Arena en su piel. Rosas en sus mejillas. Dulzura en su boca. Y fuego en su vientre.
Ninguna alquimia hubiese imaginado posible combinar sus encantos en una sola
mujer.
Encontré un libro en el sótano de este lugar, donde un poeta escribió:

Tus ojos

Caminos de locura,
ciego, transito hacia ellos,
nada me detiene,
no tengo voluntad, camino hacia ti

Te miro y caigo cautivo
atrapado, no me resisto,
el tiempo se detiene
por ellos me dejo llevar.

Sin duda, el poeta la conoció. Tuve celos, por eso arrojé el libro al fuego.
Lo destruí.

¿Quién acaso podría domar aquel espíritu? ¿Quién podría ser el dueño de su
libertad? ¿Se puede manipular el fuego sin quemarse? Lo intenté pero fallé.
Desesperado por el temor a perderla, tomé la flor con más fuerza pero las espinas se
clavaron en mi mano. Grité, la solté y cayó. Dañé los pétalos y su corazón. La maté.
Sí, querido amigo, yo la maté. Nadie me vio. Nadie me condenó, sólo yo lo hice.

Desde aquel día, todo cambió,
el agua no sacia mi sed, la comida es ceniza en mi boca.
Paso en soledad mis noches, creyendo besarla. Mis brazos están huérfanos sin tener
a quién abrazar. Sin poder sentir su pecho latir junto al mío.

¿Quieres saber qué deseo?
Te contaré, antes de terminar con esto.

Quisiera que me escuchara.
Decirle que lucharé por ella sin desfallecer.
Que no la soltaré nunca jamás.
Que mi mundo se torna infértil y sombrío sin ella.
Que mi corazón está tan sediento de amor como el de ella,
que quiere salir y quiere ser amado,
que ahora hay quien lo sepa cuidar y proteger.
Pero ya no podré. Estoy muerto en vida… tan muerto y frío como ella.
La he ido a visitar, estuve frente a su tumba y nada me consuela.
Leí la inscripción de su lápida.
“No hay oscuridad donde vas”. La noche quedó acá conmigo.

Mis pertenencias las perdí y junto con ella, mis amigos...
Poco a poco, mi salud fue desmejorando. Estoy flaco, desgarbado.
Hoy sólo me levanto para contarte lo que siento.
Mi desgracia fue a causa de mi naturaleza, de la naturaleza del hombre.
Porque se quiere lo que no se tiene, lo que es imposible de obtener.
Porque no se valora hasta que se pierde. Porque el orgullo puede más.
Como si hubiese algo más importante, en esta existencia efímera, que ser amado.

(La vela atenúa su brillo, llega a su fin).

Es tarde, querido amigo, tomaré sólo un vaso, será suficiente.
Llegó la hora de descansar. Ya no habrá más oscuridades para mí.
Sólo luz, luz y más luz.

Jorge Kagiagian
Maldigo este momento, maldigo escribir sobre estas páginas en blanco,
testigo de los tormentos de los amantes…
Nacer, amar y morir. ¿Qué más hay? ¿No es ese el sentido de vivir?
Tuve lo que siempre anhelé, todo lo alcancé.
Pero hoy sólo soy un mendigo esperando el milagro de su amor.
“El tiempo es lento para los que sufren”, cruel y eterno, diría yo.

Querido papel, ¿quieres saber cómo ocurrió?
Te contaré, antes de que suceda lo inevitable.

Caminaba despreocupado por aquel lugar…
como lo había hecho tantas otras veces.
Tocó mi hombro y me sorprendió, yo no la había visto.
Luego dulcemente me sonrió.
No entendí nunca por qué lo hizo, porque a mí.
Por primera vez en mi vida, sentí algo, algo diferente,
algo crecía y no podía controlarlo; nunca podría controlar.
“No hay amor sin locura” ¿Acaso hay otro estado más parecido al amor?

Delgado amigo, ¿quieres saber cómo era?
Te contaré, antes de que la luz de la vela se extinga.

Descansaba mi corazón al verla.
Arena en su piel. Rosas en sus mejillas. Dulzura en su boca. Y fuego en su vientre.
Ninguna alquimia hubiese imaginado posible combinar sus encantos en una sola
mujer.
Encontré un libro en el sótano de este lugar, donde un poeta escribió:

Tus ojos

Caminos de locura,
ciego, transito hacia ellos,
nada me detiene,
no tengo voluntad, camino hacia ti

Te miro y caigo cautivo
atrapado, no me resisto,
el tiempo se detiene
por ellos me dejo llevar.

Sin duda, el poeta la conoció. Tuve celos, por eso arrojé el libro al fuego.
Lo destruí.

¿Quién acaso podría domar aquel espíritu? ¿Quién podría ser el dueño de su
libertad? ¿Se puede manipular el fuego sin quemarse? Lo intenté pero fallé.
Desesperado por el temor a perderla, tomé la flor con más fuerza pero las espinas se
clavaron en mi mano. Grité, la solté y cayó. Dañé los pétalos y su corazón. La maté.
Sí, querido amigo, yo la maté. Nadie me vio. Nadie me condenó, sólo yo lo hice.

Desde aquel día, todo cambió,
el agua no sacia mi sed, la comida es ceniza en mi boca.
Paso en soledad mis noches, creyendo besarla. Mis brazos están huérfanos sin tener
a quién abrazar. Sin poder sentir su pecho latir junto al mío.

¿Quieres saber qué deseo?
Te contaré, antes de terminar con esto.

Quisiera que me escuchara.
Decirle que lucharé por ella sin desfallecer.
Que no la soltaré nunca jamás.
Que mi mundo se torna infértil y sombrío sin ella.
Que mi corazón está tan sediento de amor como el de ella,
que quiere salir y quiere ser amado,
que ahora hay quien lo sepa cuidar y proteger.
Pero ya no podré. Estoy muerto en vida… tan muerto y frío como ella.
La he ido a visitar, estuve frente a su tumba y nada me consuela.
Leí la inscripción de su lápida.
“No hay oscuridad donde vas”. La noche quedó acá conmigo.

Mis pertenencias las perdí y junto con ella, mis amigos...
Poco a poco, mi salud fue desmejorando. Estoy flaco, desgarbado.
Hoy sólo me levanto para contarte lo que siento.
Mi desgracia fue a causa de mi naturaleza, de la naturaleza del hombre.
Porque se quiere lo que no se tiene, lo que es imposible de obtener.
Porque no se valora hasta que se pierde. Porque el orgullo puede más.
Como si hubiese algo más importante, en esta existencia efímera, que ser amado.

(La vela atenúa su brillo, llega a su fin).

Es tarde, querido amigo, tomaré sólo un vaso, será suficiente.
Llegó la hora de descansar. Ya no habrá más oscuridades para mí.
Sólo luz, luz y más luz.

Jorge Kagiagian




















































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Maldigo este momento, maldigo escribir sobre estas páginas en blanco,
testigo de los tormentos de los amantes…
Nacer, amar y morir. ¿Qué más hay? ¿No es ese el sentido de vivir?
Tuve lo que siempre anhelé, todo lo alcancé.
Pero hoy sólo soy un mendigo esperando el milagro de su amor.
“El tiempo es lento para los que sufren”, cruel y eterno, diría yo.

Querido papel, ¿quieres saber cómo ocurrió?
Te contaré, antes de que suceda lo inevitable.

Caminaba despreocupado por aquel lugar…
como lo había hecho tantas otras veces.
Tocó mi hombro y me sorprendió, yo no la había visto.
Luego dulcemente me sonrío.
No entendí nunca por qué lo hizo, porque a mí.
Por primera vez en mi vida, sentí algo, algo diferente,
algo crecía y no podía controlarlo; nunca podría controlar.
“No hay amor sin locura” ¿Acaso hay otro estado más parecido al amor?

Delgado amigo, ¿quieres saber cómo era?
Te contaré, antes de que la luz de la vela se extinga.

Descansaba mi corazón al verla.
Arena en su piel. Rosas en sus mejillas. Dulzura en su boca. Y fuego en su vientre.
Ninguna alquimia hubiese imaginado posible combinar sus encantos en una sola
mujer.
Encontré un libro en el sótano de este lugar, donde un poeta escribió:

Tus ojos

Caminos de locura,
ciego, transito hacia ellos,
nada me detiene,
no tengo voluntad, camino hacia ti

Te miro y caigo cautivo
atrapado, no me resisto,
el tiempo se detiene
por ellos me dejo llevar.

Sin duda, el poeta la conoció. Tuve celos, por eso arrojé el libro al fuego.
Lo destruí.

¿Quién acaso podría domar aquel espíritu? ¿Quién podría ser el dueño de su
libertad? ¿Se puede manipular el fuego sin quemarse? Lo intente pero fallé.
Desesperado por el temor a perderla, tomé la flor con más fuerza pero las espinas se
clavaron en mi mano. Grité, la solté y cayó. Dañé los pétalos y su corazón. La maté.
Sí, querido amigo, yo la maté. Nadie me vio. Nadie me condenó, sólo yo lo hice.

Desde aquel día, todo cambió,
el agua no sacia mi sed, la comida es ceniza en mi boca.
Paso en soledad mis noches, creyendo besarla. Mis brazos están huérfanos sin tener
a quién abrazar. Sin poder sentir su pecho latir junto al mío.

¿Quieres saber qué deseo?
Te contaré, antes de terminar con esto.

Quisiera que me escuchara.
Decirle que lucharé por ella sin desfallecer.
Que no la soltaré nunca jamás.
Que mi mundo se torna infértil y sombrío sin ella.
Que mi corazón está tan sediento de amor como el de ella
que quiere salir y quiere ser amado,
que ahora hay quien lo sepa cuidar proteger.
Pero ya no podré. Estoy muerto en vida… tan muerto y frío como ella.
La he ido a visitar, estuve frente a su tumba y nada me consuela.
Leí la inscripción de su lápida.
“No hay oscuridad donde vas”. La noche quedo acá conmigo.

Mis pertenencias las perdí y junto con ella, mis amigos…
Poco a poco, mi salud fue desmejorando. Estoy flaco, desgarbado.
Hoy sólo me levanto para contarte lo que siento.
Mi desgracia fue a causa de mi naturaleza, de la naturaleza del hombre.
Porque se quiere lo que no se tiene, lo que es imposible de obtener.
Porque no se valora hasta que se pierde. Porque el orgullo puede más.
Como si hubiese algo más importante, en esta existencia efímera, que ser amado.

(La vela atenúa su brillo, llega a su fin).

Es tarde, querido amigo, tomaré sólo un vaso, será suficiente.
Llegó la hora de descansar. Ya no habrá más oscuridades para mí.
Sólo luz, luz y más luz.

Jorge Kagiagian



“El tiempo es lento para los que sufren”, Shakespeare
“Luz más luz”, Goethe
"La comida es ceniza en mi boca", Ted Elliott, Terry Rossio, Stuart Beattie, Jay Wolpert

3 comentarios:

Nuria Gómez Belart dijo...

Me hace acordar a uno que escribiste hace mucho... se ve que un leitmotiv en tu literatura es el desamor.
Y... el poema me suena familiar, no sé por qué... Anyway, estás escribiendo mucho mejor!! Seguí así :)
Besos
Nur

Jorge Kagiagian dijo...

Muchas gracias Nuri, realmente tu opinion es importante para mi... el poema esta afuera del cuento :) de hecho, el libro lo saca del sotano del pasado... y de perseguido lo quema.
Muchas gracias de nuevo

Fernando Kiernan dijo...

es muy bueno jorge, me gusto mucho ya te hice mis comentarios personalmente, un abrazo segui asi.